La crisis de la Covid19 ha resultado ser también el caldo de cultivo propicio para que se disparen los problemas de salud mental entre los jóvenes y adolescentes, pero esto no se empezará a ver en toda su dimensión hasta que vuelva la dinámica escolar. La combinación de crisis sanitaria, social y económica, junto con el aislamiento del joven que padece el problema y la facilidad de mantenerlo en silencio, es lo que hace pensar a los expertos que el otoño escolar será especialmente prolífico en trastornos mentales como estados de ansiedad o depresión.
“Una vez el alumnado vuelva a las aulas serán imperativas medidas de resiliencia emocional que ayuden a los docentes a acompañar a los estudiantes para transformar unos hechos estresantes, dolorosos, o que han generado sufrimiento, en motores de crecimiento individual y grupal. Pero para ello, hay que superar la limitación, ya preexistente, del estigma”, apunta Anaïs Tosas, de Obertament. Esta entidad hace cinco años que puso en marcha un proyecto (Whats’up: com vas de salut mental?) que ofrece a los centros educativos una muestra de opciones de y de infusión curricular, para abordar el tema de la salud mental mientras se trabajan ámbitos competenciales diversos de los currículos de 3º y 4º de ESO. Este curso quiere ampliar su propuesta con unidades de 1º y 2º de ESO, porque “tenemos que construir espigones para el tsunami que vendrá”.
Para Tosas, el alumnado que hay que vigilar más es aquel al que la pandemia ha cogido en una etapa de transición, bien sea entre escuela e instituto o bien entre instituto y adultez. “Ante esta situación nos encontramos con una dificultad añadida: la ocultación de los problemas de salud mental, que es causada por el estigma y el miedo a la experiencia de discriminación. Esconderlo y que el problema no reciba la atención adecuada multiplica el sufrimiento y aumenta el aislamiento del joven que sufre en silencio”, dice Tosas, quien recuerda que “el suicidio es una de las principales causas de muerte entre los jóvenes de todo el mundo, y la primera en nuestro país”.
“Los problemas de salud mental y emocional no abordados son predictores de un desarrollo profesional pobre, un funcionamiento interpersonal y familiar problemático y una esperanza de vida reducida”, añade. Para Tosas, “el primer paso para abordar la salud mental de los jóvenes es hablar. Hay que ayudar a docentes y alumnado a compartir y expresar la experiencia vivida y las emociones experimentadas, hay que abrir la conversación, normalizarla, identificar sensaciones y experiencias y, si es necesario, pedir ayuda. Es urgente, y ahora más que nunca, la existencia de un aula libre de estigma, prejuicios y discriminaciones”.

En el Instituto Joanot Martorell, un centro de máxima complejidad de Esplugues de Llobregat, este ha sido el primer curso que han aplicado el programa Whats’up. Y tuvieron la suerte de que lo programaron los dos primeros trimestres, así que cuando llegó el cierre de centros ya habían hecho todas las sesiones. Su orientadora, Olga Reboreda, que era la persona responsable de coordinarse con Obertament y los diferentes docentes de las áreas donde se trabajaban las diferentes unidades, considera que ha sido un muy buen ejercicio de concienciación.
“Los alumnos enseguida hablan de personas que están mal de la cabeza, y no es eso. Hay que trabajar todos estos mitos y prejuicios, para entender que es muy probable que todos en algún momento de nuestra vida tendremos un problema de salud mental”, apunta Reboreda. “En las tutorías no se ha hablado de ningún caso particular, pero lo importante no era que afloraran casos, sino que el grupo viera que a una compañera que, por ejemplo, sufre anorexia, solo se la puede ayudar si no la estigmatizamos”, añade.
Otros estudios
Obertament no es la única entidad que ha puesto el aviso sobre las consecuencias que este largo confinamiento tendrá en la salud mental de los jóvenes y adolescentes. La cooperativa Projecte Òrbita, en colaboración con la Universitat Rovira i Virgili y la Universitat Oberta de Catalunya, ha puesto en marcha un estudio para evaluar, a través de un cuestionario, el impacto psicológico de la Covid19 en la infancia y adolescencia, desde 1º de primaria hasta 2º de bachillerato. Según esta entidad, “la investigación científica mundial aporta datos cada vez más preocupantes sobre los potenciales efectos a largo plazo de esta pandemia en la salud infantil y el desarrollo psicológico de niños y adolescentes”.
Los resultados de este estudio se tendrán en septiembre, explican los responsables del Projecte Òrbita, si bien avanzan que, de un primer análisis se deduce que estos meses “ha aumentado más la sintomatología de rabia que de tristeza, los niños manifiestan tener mayor dificultad para dormir, hay un aumento de la preocupación y ha aumentado ligeramente el miedo a salir a la calle”. Otra posible conclusión es que “el área en la que ha habido más desadaptación (entre escolar, social y familiar) ha sido la familiar, lo que se relacionaría con el hecho de no estar siempre a gusto con los familiares, peleas dentro del entorno doméstico y/o la aceptación de las normas de casa”.
También la Fundació Pasqual Maragall, en colaboración con la Fundació La Caixa, anunció en mayo la puesta en marcha de un estudio para analizar los efectos del confinamiento en la salud mental y cerebral, si bien en este caso dirigido a personas adultas. En su caso, se analizan los cambios cerebrales de 2.500 personas de entre 45 y 75 años que ya han participado en otros estudios de esta fundación especializada en Alzheimer. El estudio parte de la base que el confinamiento, entre otras cosas, “tendrá un impacto psicológico, incluyendo el aumento de sentimientos de ansiedad y depresión, y se asociará con irritabilidad, frustración y preocupaciones”, y que finalmente podría derivar en un estrés crónico, que es una de las variables que se asocia a mayor riesgo de desarrollar la enfermedad de Alzheimer.


