Carlos García Juliá asesinó a dos de los abogados laboralistas de la madrileña calle de Atocha. Los asesinó disparando sobre ellos seis tiros con su Star modelo Súper a la que había colocado un cañón del 9 Parabellum.

Yo estaba en la sala que le juzgaba junto a media docena de hombres más, todos militantes en la ultraderecha. Desde mi asiento veía sus espaldas ligeramente inclinadas. Habían asesinado a cinco abogados y herido a otros cuatro, ente ellos a a una mujer que nunca pudo superar el trauma de seguir viviendo mientras su pareja y sus amigos habían muerto y acabó suicidándose años más tarde.

A García Juliá el párroco de la iglesia de San Ginés le definió como normal, jovial, cariñoso, de moral ejemplar. El párroco definió también a los padres: García Juliá era hijo de un comandante de artillería, cristiano cabal que frecuentaba diariamente los sacramentos, y de una señora a la que cabía definir como de principios religiosos arraigados y buena educadora de sus hijos.

Lee el artículo completo en El Balcón – El blog de José Martí Gómez

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