“En el poder, las puñaladas no vienen nunca de cara, siempre por la espalda y con un abrazo”, afirma el protagonista de El laberinto de los espíritus, del recientemente malogrado escritor Carlos Ruiz Zafón. La reaparición del nombre de Jorge Fernández Díaz en los medios de comunicación a raíz de la ‘operación Kitchen’, cuando parecía que el exministro se conformaba ya con un relativo retiro dorado lejos de los focos, me ha hecho recordar una anécdota nunca contada que confirmaría que, en el Partido Popular, desde su fundación, son fervientes seguidores de Winston Churchill. Sobre todo, en lo que respecta a la convicción del líder británico de que los enemigos no están en la bancada de enfrente (el de la oposición) sino en la fila de detrás (donde se encuentran los compañeros de partido).
A finales de los años ochenta del siglo pasado, Jorge Fernández Díaz y Enrique Lacalle, principales dirigentes del PP catalán por aquel entonces, invitaron a un pelotón de periodistas a viajar a París y Bruselas. No se sabe quién costeó aquel viaje de una docena de personas, aunque sí el objeto único de la gira: presentar a la esperanza blanca de los populares catalanes. Un brillante y desconocido catedrático de física nuclear denominado Alejo Vidal-Quadras, destinado, según sus mentores, a “revolucionar” el partido en Catalunya, y quién sabe si en España, con sus ideas “diferentes” a las anquilosadas doctrinas del liberal-conservadurismo popular. El PP catalán (antes Alianza Popular) necesitaba algún reactivo porque sus resultados electorales eran penosos desde los primeros comicios democráticos.
Aquel fichaje, del que dimos cuenta en nuestros respectivos medios los periodistas invitados a la gira europea, sorprendió a la opinión pública. A los pocos días, propuse a Antoni Ribas, mi jefe en El Periódico de Catalunya, realizar una entrevista a la neonata estrella ‘pepera’. El encuentro con Vidal-Quadras fue cordial, como todos los que mantuve con él en años posteriores por razones también profesionales. Al final de la entrevista, que tuvo lugar en un despacho de la sede central del PP en la calle de Urgell, charlamos unos minutos con el micrófono cerrado. Y allí, mientras cerraba la libreta, estalló la primicia. Sin buscarla ni mucho menos esperarla. “El actual presidente durará poco”, dijo bajando aún más su voz apagada y levantando sus después famosas cejas. “Aznar me nombrará a mí presidente del PP de Catalunya”.
Aquel domingo publicamos la entrevista con Vidal-Quadras en el diario. La encabezamos con unas declaraciones demoledoras contra el Gobierno de Jordi Pujol. Y, tras esperar un tiempo prudencial, a la semana siguiente, lanzamos el bombazo de que Vidal-Quadras sustituiría a Fernández Díaz al frente del PP catalán por orden de Aznar. Citábamos “fuentes de la dirección del PP”. Corría el mes de diciembre, que está sembrado de cenas de empresa con motivo de las fiestas navideñas. Y llegó el día de la cena (‘pesebre’ en el argot periodístico) que los populares catalanes ofrecían a los informadores y columnistas.
Al acabar el generoso ágape que ofrecieron en un altillo del restaurante Gran Café, cuando los plumillas nos despedíamos con nuestros mejores deseos para el año siguiente, Fernández Díaz rogó que me acercase un momentito. Le flanqueaban Enrique Lacalle y Alejo Vidal-Quadras. Tras despedirse de Joan Barril, Fernández Díaz me preguntó con el rostro entre serio y desencajado de dónde había sacado aquella información. Le respondí, como era de prever, que no se lo podía decir.
-Pero es que no es cierto. Es falso. ¿Quién te lo ha dicho? -insistió en interrogarme quien luego sería ministro del Interior.
-Comprenderás que no te pueda decir cuáles son mis fuentes –resistí.
Fue entonces cuando Vidal-Quadras remató: “Hay gente impresentable que miente sin reparar en las consecuencias”.
El diálogo imposible concluyó al poco. Me marché mientras Fernández Díaz, mirando fijamente las copas de vino sin recoger, repetía la jaculatoria: “Es falso. Es mentira. Es falso. Es mentira”.
Al cabo de pocas semanas, a pesar de la resistencia numantina de los fernandistas incrustados en el aparato del partido desde la noche de los tiempos, los designios de Aznar y Francisco Álvarez-Cascos, su “general secretario”, fueron ejecutados ‘manu militari’ en Catalunya. Fernández Díaz fue destituido y Vidal-Quadras inició una trayectoria caracterizada por los ataques furibundos a Jordi Pujol y al nacionalismo en catalán. Quería demostrar que la estrategia dialogante con el pujolismo resultaba estéril para los catalanes conservadores españolistas y que había que combatirlo sin tregua. El vidalquadrismo (simplificado en el fanático “Pujol, enano, habla castellano”) finiquitó en el pacto del Majestic, cuando Aznar necesitó a Convergència i Unió para lograr una mayoría suficiente para gobernar en Madrid y volvió a echar mano de los fernandistas. Pero esto ya es otra y mucho más larga historia.


