Hoy en la gran mayoría de medios de comunicación saldrán noticias sobre la muerte de Nuria. Se explicará que fue maestra, militante del PSUC, activista vecinal en Sant Andreu, concejala del distrito de Sant Andreu en el Ayuntamiento -ya en el PSC, como tantos y tantos del PSUC que dejaron el comunismo para abrazar el socialismo democrático. Al dejar la política institucional pasaría a directora de Caritas en Barcelona y luego en España. Ha recibido varios reconocimientos institucionales y creo poder afirmar que Núria ha sido y será un referente del catolicismo y el socialismo catalán.
He conocido Núria durante los últimos cuarenta años y quisiera centrarme, más allá de su itinerario vital, en dos valores que han marcado su vida: el combate por la justicia social y la lealtad con las personas e instituciones que la han ayudado a llevar a cabo esta militancia.
En primer lugar, el combate por la justicia. Creo poder decir que esta opción que marcaría toda su vida nace de sus profundas convicciones cristianas. La fe, para Nuria, sería el núcleo orientador de su militancia. No sería una teórica de las relaciones entre el socialismo y el cristianismo, ella sería alguien que las practicaría, que estaría con las bases, en las comunidades de base, en el trabajo vecinal, siempre, junto a los más pobres y marginados. La mediación de este compromiso con los pobres empezaría a través del PSUC, cuando este partido en la clandestinidad representaba una herramienta eficaz más allá del modelo marxista-leninista que defendía.
Después de la transición, y ya en la incipiente democracia, muchos de sus dirigentes pasarían al PSC. Desde entonces, ha sido militante del PSC. Sin fisuras. Para Nuria, el PSC ha sido el instrumento más eficaz para el combate por la justicia. Al dejar la política institucional y cuando muchos de nosotros optaríamos quizás por una jubilación pacífica, ella pasaría a dirigir Cáritas de Barcelona y después Caritas España, haciendo un trabajo notable de consolidación.
En segundo lugar, la lealtad. Sí, la lealtad a sus ideales, a sus opciones, a sus instituciones y a las personas. Recuerdo su apoyo, también sin fisuras, a Pasqual Maragall cuando era concejala, su lealtad a Raimon Obiols durante los años muy difíciles del PSC, cuando el partido estaba dividido y enfrentado en diferentes grupos, y su total lealtad al Cardenal Carlos, ya como directora de Caritas Barcelona, cuando una buena parte de sacerdotes y laicos se apartaron por encontrarlo demasiado conservador, débil y, al final de su mandato, autoritario. Ella se mantendría a su lado en todo momento.
La lealtad también formaba parte de su combate por la dignidad y justicia. En estos años difíciles del PSC en los que bastantes compañeros dejarían el partido para abrazar la causa independentista, Núria se mantendría leal por convicción. No se convertiría, como muchos hubieran querido, al Procés. Vio, enseguida, que la “revolución de las sonrisas” no era un proyecto para luchar contra las desigualdades, no era un proyecto al servicio de las clases populares, sino muy probablemente para mantener los privilegios de determinados sectores sociales. Tampoco abrazó “el catolicismo del lazo amarillo” y no soportaba la pretendida “verdad moral” de estos sectores.
Nuria es, ha sido y será un referente para todos aquellos que defendemos la justicia social, que defendemos los sectores populares y, también, para todos aquellos que como cristianos quisiéramos seguir las huellas de su fundador, Jesús de Nazaret.


