La situación de pandemia raíz del coronavirus ha forzado la política y los partidos a instalarse en un marco en el que se han visto abocados a planificar, gestionar, evaluar, proponer y decidir sobre situaciones altamente cambiantes con pocas certezas, en poco tiempo y con un margen de error palpable en número de víctimas. En Catalunya, los ciudadanos hemos observado cómo el Govern de la Generalitat tiene enormes dificultades para la gestión de las cosas “tal como son”, acostumbrados a actuar en un marco en el que las cosas son “como quisiéramos que fueran”.

En algún momento a lo largo de los últimos años, ha tenido lugar una unión entre el papel de los partidos y del gobierno, es decir, entre rol de los partidos a la hora de ofrecer “utopías disponibles” y dibujar escenarios de futuro y el rol los gobiernos de gestionar y liderar la realidad tal como es. Si en épocas pasadas se decía que el pujolismo tendía a confundir partido y gobierno, el Govern actual hace tiempo que se encuentra instalado en una lógica en la que se hace “todo por Catalunya” y poco o nada por los catalanes. Cabe preguntarse, no qué es un país, sino su gente.

Un buen gobierno para hacer frente a múltiples crisis

En Catalunya estamos acostumbrados a vivir en un contexto de múltiples crisis (económica, social y ahora sanitaria) y sus respectivas derivadas (emergencia habitacional, precariedad laboral y ahora el modelo residencial y las políticas de personas mayores y de cuidados). La última década ha estado protagonizada por una serie de sucesos que han tocado gravemente el núcleo central de nuestro marco de convivencia y bienestar.

Asimismo, en lugar de ofrecer soluciones y convertirse en agentes útiles para la mejora de la condiciones de vida, los últimos gobiernos de la Generalitat han mostrado una escasa capacidad para resolver los problemas de la ciudadanía, mostrando falta de iniciativa (reaccionando a situaciones ya dadas, como en el caso de las residencias), de liderazgo (falta de capacidad de marcar líneas estratégicas unitarias, descoordinación y contradicciones entre consejerías, estableciendo dinámicas de competición y no de colaboración con los entes locales) y sobre todo de decisión y resolución, los dos conceptos sobre los que debería pivotar todo gobierno. Sobreviviendo a base de simbolismo, la política catalana y sus instituciones están quedando vacías de contenido.

Los partidos que han gobernado en la última década en Catalunya, en vez de vehicular la acción política, la obstaculizan en una lógica de “campaña electoral permanente”

Un (buen) gobierno es aquel que pone en marcha un programa político en torno a una Ley de Presupuestos y consigue reunir las complicidades suficientes para sacarlo adelante, en la medida que el contexto y la correlación de fuerzas lo permiten. Y que reacciona ante situaciones imprevistas. Y anticipa, prevé y actúa. Los partidos que han gobernado en la última década en Catalunya, en vez de vehicular la acción política, la obstaculizan en una lógica de “campaña electoral permanente” que la ciudadanía no puede asumir como normal.

Nos hemos acostumbrado a prorrogar los presupuestos, a no agotar legislaturas, a tener un Parlament con escasa actividad legislativa y las pocas iniciativas que prosperan o tienen vías de hacerlo se encuentran empujadas en un marasmo judicial, como la Ley 24/2015 de Medidas urgentes para Afrontar la Emergencia a la Vivienda y la Pobreza Energética, las sucesivas prórrogas presupuestarias de la que han sido dificultando su puesta en marcha.

Esta emancipación de la política que vivimos en Catalunya se observa también en el hecho de que los partidos que forman el Govern de la Generalitat se presentan como una especie de “buffet libre ideológico” que acaba provocando una huida hacia adelante de todo lo que tiene que ver con gestionar recursos para mejorar la vida de la gente. Dos claros ejemplos los observamos en las últimas maniobras de Junts per Catalunya para enmendar la Ley para regular los precios de los alquileres en Catalunya o la Ley de Contratos de Servicios a las Personas, la llamada Ley Aragonés, que fue finalmente paralizada por la presión de entidades en favor de los Servicios Públicos, entre otros. El funambulismo ideológico, bajo la creencia de “representar al pueblo”, acaba derivando en política de barriga llena.

La (falta de) protección de los Servicios Públicos

El actual contexto de pandemia mundial ha hecho más visible que nunca esta superposición de múltiples crisis en el espacio y en el tiempo. Situaciones excepcionales que piden más que nunca liderazgo político. La actual crisis sanitaria bajo la forma de pandemia mundial es un fenómeno que nos interpela desde la interconexión y la interdependencia del conjunto de la especie humana. En Catalunya (y en cualquier lugar), las secuelas del virus se sufren en forma de pérdidas de vidas y a través del estrés al que estamos sometiendo a nuestros sistemas de salud y bienestar.

Esta primera crisis sanitaria, sin embargo, se ha desencadenado en un contexto de crisis económica y financiera no superada. Los ciudadanos y ciudadanas de Catalunya no hemos recuperado los niveles de bienestar de la década anterior y el Govern de la Generalitat no ha revertido los recortes presupuestarios que se aplicaron de acuerdo con una lógica de austeridad (hoy conocida como “frugalidad”).

En Catalunya (y en cualquier lugar), las secuelas del virus se sufren en forma de pérdidas de vidas y a través del estrés al que estamos sometiendo a nuestros sistemas de salud y bienestar

Estas dos situaciones de crisis que conviven en nuestro territorio han creado conciencia de la importancia de dotarse de unos servicios públicos universales de calidad, suficientemente financiados, con equipos profesionales en entornos laborales que presenten unas condiciones dignas. La situación de falta de personal, malas condiciones laborales y falta de equipamiento han provocado múltiples protestas en forma de manifestaciones y huelgas. Maestros, profesionales de la salud, bomberos, Mossos, trabajadores del transporte público ponen de relieve que actualmente en Catalunya hay una falta de cuidado de los servicios públicos esenciales.

En la combinación de ambas crisis también debería añadirse una tercera, de carácter estructural, que podríamos llamar crisis sistémica. Forma parte de esta tercera crisis un modelo económico de carácter procíclico, que funciona muy bien en épocas de crecimiento y muy mal en épocas de crisis, basado en sectores con intensivos en mano de obra de “bajo valor añadido” como son el turismo y la construcción. Salarios bajos, muchos beneficios concentrados en pocas manos y externalidades negativas que padecemos el conjunto de la ciudadanía, tales como inflación de los precios de la vivienda y del alquiler, gentrificación o trabajo estacional.

Política a golpe de tuit

Como decíamos al inicio, los partidos han ido abandonando a lo largo de los años la vía del gobierno, de la gestión de lo público, del trabajo legislativo, en definitiva, de mejorar de forma efectiva la vida de la gente. No es un fenómeno exclusivo de la política catalana. La política en Catalunya hace tiempo que está secuestrada por la comunicación y por el “qué dirán” fuera del debate público. Esto implica inmediatez, simplificación, carcasa, continente en vez de contenido. Toda acción política está supeditada a la comunicación y a criterios de marketing.

Los partidos han decidido encerrarse en un bunker, mirarse el ombligo, fiarlo todo a Twitter y pensar en la siguiente gesticulación para conseguir ser tendencia del día. Gobernar ya no se destila. Ya no evaluamos a los representantes por lo que hacen, sino por cómo lo cuentan. El diálogo, la negociación, la persuasión y la seducción han pasado al olvido más profundo. En este escenario nos hemos acostumbrado a ver a menudo como sólo se busca pactar o dialogar buscando un posible rendimiento electoral del fracaso del intento. Así es muy difícil.

Catalunya necesita entrar en una nueva dinámica en la que el centro de la acción política sea la gente; en que los debates apunten horizontes de futuro, sin perder de vista el presente; en que la gestión de las múltiples crisis marque la agenda política; en el que la responsabilidad y la toma de decisiones recuperen el lugar que el tuit y el hashtag han acaparado. Más intercambio de ideas, menos intercambio de reproches. Una Catalunya ciudadana, para su gente. Y un Govern que gestione las cosas tal como son.

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