“Amamantar no duele”, “el bebé tiene el reflejo natural de succionar y sabe mamar”, “tienes la leche que tu bebé necesita”… Estas y muchas otras frases son las que sentimos las mujeres quienes seremos o somos madres por parte de personal sanitario, doulas, asesoras de lactancia, matriactivistas, familia, influencers, etc. A pesar de ser del todo ciertas, no se explica que, en muchos casos, esto sólo será así si la madre destina grandes esfuerzos, muchos llantos, cansancio y muchas horas de visitas de acompañamiento a la lactancia. Por este motivo, decirlas obviando toda la realidad que supone amamantar es generar falsas expectativas que terminan con frustraciones y sentimientos de culpa. “No he hecho suficiente”, “todo el mundo puede y yo no”, “he fracasado”, “me siento engañada”, “Qué vergüenza dar biberón”… Son muchas ideas que nos pasan por la cabeza a las que no nos funciona del todo la lactancia materna o que simplemente, hemos creído que sería algo sencillo porque es lo natural. Ahora bien, cuando nos hemos encontrado, nos hemos dado cuenta de que o bien no es tan sencillo como pensábamos, o que no lo podemos sostener o que simplemente no estamos dispuestas a pasar por aquello. Eso sí, después de un proceso de duelo y de culpabilización que se vive en solitario. ¿Dónde está la sororidad aquí?

Poner los cuidados en el centro y reivindicar un sistema político que contemple la maternidad y la crianza como uno de sus ejes vertebradores es una lucha feminista imprescindible. Ahora bien, en ciertos entornos, y cada vez de forma más extensa debido a los discursos que corren en las redes sociales, parece como si la lactancia materna fuera por sí sola una práctica feminista. Si bien es cierto que hay que reivindicar que tenemos el poder de alimentar nuestras criaturas frente a la presión contraria de las industrias alimentarias, debemos tener cuidado cuando se hace esta reivindicación. Que muchas mujeres sintamos presión social para amamantar demuestra que, aunque con buenas intenciones, hay algo que no se está haciendo bien. Que un tipo de lactancia sea casi una norma de conducta en ciertos entornos, hace que como mínimo, nos tengamos que cuestionar como se está promocionando la lactancia materna y más si se vende como el camino hacia la emancipación y el empoderamiento de las mujeres.

El primer error de estrategia en los discursos pro lactancia materna es que sus destinatarias sean sólo las mujeres. Las mujeres necesitamos mucha información, no que nos convenzan. De hecho, en España, un 71% de mujeres amamantan como mínimo las primeras 6 semanas según datos de la Encuesta Nacional de Salud. Esto demuestra que la mayoría de madres tienen la voluntad de hacerlo. Así pues, si la cifra va bajando a medida que pasan los meses es porque tal vez lo que se tendría que hacer es formar mejor a todo el personal sanitario para que sepa acompañarlo desde el minuto cero, se nos explique antes de parir que conlleva amamantar sin esencialismos, así como las otras opciones que tenemos. Además, hay apoyo público de calidad y continuado para no tener que depender de apoyo privado, ampliar las bajas parentales, impulsar medidas que propicien la corresponsabilidad, etc. Todo esto implica algo imprescindible: dejar de destinar los discursos que pretenden impulsar la lactancia materna a las madres e iniciar una lucha política para favorecer las condiciones óptimas, y así quien quiera y pueda hacer, que lo haga con información real y completa y tenga el apoyo público necesario. Porque si no lo que llega a la mayoría de madres es la responsabilidad y la presión de tener que cumplir con un tipo de lactancia, que puede resultar ser muy intensiva y compleja.

Otra trampa es considerar que toda lucha por la lactancia materna es feminista. Hoy que el feminismo está en boga, cualquier apunta al carro y hay que ser cuidadosas si no queremos vaciar la palabra de contenido. Si bien es cierto que amamantar puede ser una práctica feminista muy potente, también puede no serlo, al igual que dar el biberón. Defender que por el solo hecho de amamantar se está poniendo la vida en el centro y por lo tanto se está luchando por un sistema más feminista no es cierto. Es evidente que las prácticas individuales son imprescindibles para la lucha política, pero sin una lucha pública y en común que realmente tense la división entre lo privado y lo público, simplemente estaremos cerrando a las mujeres en casa otra vez. Y desgraciadamente, de momento, sólo algunas activistas, como Esther Vivas, están destinando sus esfuerzos y mensajes hacia esta lucha política, más allá de defender la lactancia materna en sí misma. Y como esto no está sucediendo de forma generalizada, se está contribuyendo, sin quererlo, a distinguir entre buenas y malas madres.

Así pues, ahora que se reivindican los cuidados y la economía feminista, la maternidad se ha ubicado en el epicentro de la histórica disputa entre el feminismo de la diferencia, de carácter biologicista, y el feminismo de la igualdad. Quizás un punto de encuentro sería reivindicar que las mujeres vivamos la maternidad como la sentimos más placentera cada una de nosotros, como hacía María Llopis en Crític, y añadiría, que para que sea así es necesario que configuremos un statu quo que lo respete e impulse. Seguramente cambiarían muchas recomendaciones, discursos y mensajes que recibimos las mujeres por todos lados, podríamos escoger libremente como hacemos de madres, sin juicios y con apoyo público, y así construir juntas una sociedad que sea realmente un poco más feminista.

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