El pasado día 15 de octubre en la plataforma americana HBOMax se estrenó un capítulo especial de la mítica serie El Ala Oeste de la Casa Blanca. En tiempos de sequía creativa estamos acostumbrados a reencuentros y antiguas fórmulas revisitadas para aumentar el hype y subir audiencias. Pero esta emisión era especial por muchas razones. En primer lugar, por su formato, ya que recrea teatralmente el episodio número quince de la tercera temporada, titulado Hartsfield’s Landing. Un capítulo emitido por primera vez en 2002, regrabado de nuevo ahora casi 20 años más tarde. ¡Un capítulo repetido! La nostalgia de nuestra época.
Los tiempos cambian y las series de política ya no tienen ese aroma a sueños. No hay Josiah Bartlets en House of Cards ni parece que el público busque ese romanticismo que ayudó a conllevar los años de George W. Bush en la Casa Blanca. Pero los que tuvimos la suerte de toparnos con semejante documento audiovisual siempre encontraremos algo de inspiración en ese Presidente estadounidense interpretado por el actor de origen gallego Ramón Estévez, más conocido como Martin Sheen.
La política en el conjunto del Estado no se parece a El Ala Oeste. Alguien podría decir que el parlamentarismo de Borgen describe mejor la política española, aunque en realidad en Dinamarca las coaliciones son el pan de cada día. En Madrid, en cambio, aún hay quien habla del “gobierno socialcomunista” y otras lindezas antimasónicas y indepefóbicas.
El agotamiento paulatino y cada vez más evidente del régimen del 78 se puede observar en las grietas que hay en dos de sus principales instituciones. La primera de ellas, la monarquía. La encuesta encargada por la Plataforma de Medios Independientes ha arrojado multitud de datos y una certeza: la monarquía es percibida como una anacrónica, conservadora y uniformizadora. La huida del rey Juan Carlos a lejanos desiertos es un elefante en la habitación para la corte del Felipe VI; una amenaza para aquellos que gobiernan el ala oeste del Palacio de la Zarzuela. Allí no residen los sueños, sino los fantasmas de las corruptelas de Urdangarín y los presuntos regalos del comisionista emérito.
El Poder Judicial también está mostrando su verdadera cara. Cuando en Cataluña se denuncia la judicialización del Procés, cierto progresismo español prefiere mirar hacia otro lado. No obstante, la arbitrariedad se ha convertido en norma. No solamente me refiero a la exagerada condena que sufren los líderes independentistas, sino también a la vergonzosa sentencia a la mesa del Parlament o a la persecución contra los miembros de la Sindicatura Electoral del primero de octubre. La izquierda española debería armarse de valor y de argumentos para evitar que esta deriva continúe su curso. La semana pasada ya veíamos como la judicatura actuaba como portavoz del PP. ¿O era al revés?
Me gustaría que en el ala oeste del Palacio de la Zarzuela hubiese alguien con suficiente materia gris y empatía como para ser neutral activamente -también el 1 de octubre, claro que sí-. Incluso me conformaría con un inquilino en Moncloa que, como Bartlet en la ficción, fuera capaz de buscar soluciones más allá de sus intereses electorales o de sus motivaciones ideológicas. Supongo que soy exigente con el gobierno más a la izquierda de la historia de España (sic), pero es algo que debemos pedir a partidos políticos que han ganado elecciones en Cataluña. Empatía, visión y capacidad.
La podredumbre del sistema se manifiesta, además, en un tercer flanco. Monarquía, judicatura y ultraderecha. La santísima trinidad. La nueva amenaza es una moción de censura con nulas opciones de éxito, pero con gran capacidad de espolear a los sectores más ultra del Partido Popular. En Génova 13 no han anunciado aún qué votarán a una moción donde el candidato a la presidencia es un tal Abascal. Será interesante chequear que Cayetana vote lo mismo que el resto de sus compañeros de grupo.
Aaron Sorkin, creador de El Ala Oeste de la Casa Blanca, ha estrenado recientemente una nueva película en la plataforma digital Netflix: El Juicio de los 7 de Chicago. Es difícil no pensar que, tristemente, nuestros días están más cercanos a la persecución de activistas que al advenimiento de grandes líderes capaces de interpretar y dar impulso al interés general. Pero vaya, tal vez esté equivocado.
Este artículo ha sido publicado conjuntamente en Praza y Catalunya Plural

