La escena descrita corresponde a la obra “La Lectura” o “Hombres leyendo” una de las pinturas costumbristas de la colección de las pinturas negras que decoraron las paredes de la casa de campo de Francisco Goya, conocida como la “Quinta del sordo”.
Cronista en tiempos difíciles, el genial pintor aragonés supo captar y expresar con su pincel la realidad con naturalidad pero a la vez contribuyó a visualizar las consecuencias del analfabetismo, la intolerancia y el fanatismo, a pesar de los avances de la Ilustración.
Conscientes de que nuestro sesgo inconsciente nos hace interpretar el pasado subjetivamente, en las imágenes de Goya aparece una sensibilidad moderna y cercana que interpela también los problemas de nuestro presente.
La primavera de 1820, cuando Goya estaba encerrado en su casa de campo haciendo las pinturas negras, políticamente se abrió una segunda ventana de oportunidad para los defensores de la Pepa, la primera constitución liberal española promulgada en Cádiz en 1812.
El popularmente conocido como gobierno de los presidiarios inició el paréntesis del Trienio Liberal (1820-1823) en una Europa que en paralelo seguía su pugna entre el viejo y el nuevo orden político y social. El primer ejecutivo de liberales moderados retomó las reformas suspendidas por el absolutista Fernando VII en 1814, con un programa político que supuso la abolición de la Inquisición, el restablecimiento del sufragio y la libertad de imprenta.
Este derecho a la impresión tipográfica recuperó el espíritu del decreto de 1810 aprobado por las Cortes de Cádiz y dejó el camino libre a los liberales progresistas “zurriaguistas” para llevar a cabo una frenética actividad publicitaria a través de periódicos y folletos de temática política y satírica que se leían y se comentaban en los círculos de lectura y clubes de debate, reconvertidos entonces en sociedades secretas.
Goya quiso reflejar precisamente este ambiente de luchas entre realistas y liberales, pero también el cainismo entre liberales moderados y exaltados. Tiempo de contrastes, de intolerancia y fanatismo.
Dos décadas antes, mientras Goya dibujaba el grabado “el sueño de la razón Produce monstruos” de la serie “Los Caprichos”, la obra de Immanuel Kant “¿Qué significa orientarse al pensar?” (1786) difundía la idea de que La Ilustración no consistía en acumular conocimientos: había que hacer uso de la propia razón y pensar por uno mismo. No sólo consistía en atreverse a saber (el sapere aude horaciano), tal como plantea en “Qué es la Ilustración” (1784). Había que despertar un pensamiento crítico capaz de mostrarse consecuente con uno mismo al pensar, rehuyendo de prejuicios. Goya, influenciado por la corriente ilustrado entendió que cuando duerme la razón, la luz pierde claridad y aparecen todos los monstruos.
A pesar de que la aparición de la imprenta a mediados del siglo XV permitió la difusión del humanismo y la divulgación de la cultura a través de los libros, los niveles de alfabetización aumentaron muy lentamente y el acceso a lectura se limitó a las clases acomodadas.
Entre 1751 y 1772, Denis Diderot y Jean D’Alembert compilaron el saber en una Enciclopedia, la obra colectiva más influyente de La Ilustración. Hasta 1782 lograron vender 25.000 ejemplares. Se extendió por todas partes con el objetivo de sustituir la religión por la ciencia y la fe por la razón.
En poco tiempo la difusión de la cultura escrita adquirió más notoriedad y amplió el número de lectores, un hecho que se convirtió en clave en la alfabetización a finales del XVIII y a lo largo del siglo XIX.
Fue en esta “Era de la Ilustración” cuando se consideró que el ser humano debía ser educado mediante la lectura y el razonamiento. Ilustrar una persona a través de la educación era relativamente sencillo según Kant, si se hacía desde una edad temprana. Una época de cambios, pero también un cambio de época donde la razón y la lógica abrieron camino a pesar de la reacción del poder absoluto de las cortes reales y la intransigencia del poder eclesiástico.
Tanto antes como ahora, los ideales de la ciencia, la razón, el humanismo y el progreso, necesitan una defensa incondicional tal como nos plantea el psicólogo y filólogo Steven Pinker en su ensayo ” En defensa de la ilustración” (2018).
En la misma línea reflexiona la filósofa Marina Garcés con el ensayo “Nueva Ilustración radical” (2017). Hay que combatir el analfabetismo ilustrado, ponerlo todo en cuestión, someterlo a juicio. Garcés también avisa de que la inseguridad de los tiempos actuales y la incertidumbre del futuro nos ha instalado en un relato donde se idealiza el pasado con los riesgos que ello conlleva.
Zygmunt Bauman nos hacía una advertencia póstuma a “Retrotopia” (2017). En los tiempos actuales de incertidumbre, a falta de utopías que nos espoleen surge la búsqueda de la utopía en el pasado. En tiempos de Goya, los primeros románticos conservadores alemanes también se refugiaron en el retorno de un pasado medieval mitificado. Detestaban la razón y exaltaban los sentimientos.
El 10 de mayo de 1933, Berlín y 21 ciudades universitarias fueron el escenario dantesco de la quema de libros proscritos. Los estudiantes apelaban al sentimiento patriótico mientras leían en voz alta sus proclamas purificadoras. Ilustres ignorantes cegados por el fanatismo y la intolerancia.
No nos durmamos, pensemos, pongamos luz a las sombras y evitemos que los monstruos nos vengan a ver de nuevo.

