Quedamos a las 10 de la mañana en la plaza del Ayuntamiento de su querida Santa Coloma, su ciudad de acogida en Catalunya. Nos encontramos justo cuando tocan las campanas anunciando la hora en punto. “Lenin decía que la puntualidad es la clave de la revolución”, espeta, antes incluso de dar los buenos días, y mostrando una sonrisa sonora que lo acompañará durante toda la conversación.

El fotógrafo Joan Guerrero (Tarifa, 1940) nos abre las puertas de su pasión que no es otra que la vida misma. Sus amigos, los paisajes y las calles de las ciudades que ha amado. De los rincones que le acompañan que están grabados en “un rincón del alma”, asegura, citando a Alberto Cortez. La conversación avanza plagada de referencias a artistas y referentes del tarifeño como Violeta Parra, Joan Manel Serrat, Pau Casals o Atahualpa Yupanqui.

La sencillez de este hombre que ha retratado al franquismo en las pupilas de los vecinos y vecinas, las migraciones (primero las internas y luego las internacionales) y diversas crisis alrededor del mundo, llena de esperanza a aquel que le escuche. Parte de su obra se encuentra ahora reunida en la exposición ‘La visió del ‘Vell Guerrer’‘, que puede verse en el Institut d’Estudis Fotogràfics de Catalunya (IEFC) hasta el 20 de noviembre. No se pierde nada (o casi nada, como nos confesará más tarde) porque siempre (o casi siempre) lleva su inseparable cámara colgada al hombro.

Joan Guerrero durante la entrevista | Pol Rius

Joan Guerrero es todo agradecimiento, “a la vida, que me ha dado tanto” (de nuevo, Violeta) y a las personas con las que ha construído camino. Una de ellas, es el aclamado fotógrafo Sebastiao Salgado. Justo antes de empezar la entrevista nos anuncia que tiene “una primicia” relacionada con él. Pero se niega a contarla de buenas a primeras. “Ya me preguntarás”, dice. Así que empezamos la entrevista.

La exposición es una retrospectiva de muchos años de trabajo. ¿Cuándo empieza con la fotografía?

Empecé con una caja de cerillas. Supongo que lo vería en una película o algo. Parece que estoy viendo la caja…Le puse dos cordeles, me la até al cuello y empecé a “fotografiar” a mis amigos en la playa de Los Lances, o en un barco varado en el que jugábamos emulando a Robin de los Bosques. Ya había una pasión por la imagen.

¿De dónde le viene?

No lo sé. Puede que de una vez que mi madre y mi padre nos llevaron a un estudio fotográfico que había en Tarifa para hacernos una foto para el libro de familia y la cartilla de racionamiento. Ahí vi esa cámara y la imagen que salió de los cinco hermanos y mis padres. Yo sentía pasión. Y la pasión fue mi escuela. Parece un poco tonto decir que uno es autodidacta, pero en mi caso fue así. Aprendí a base de golpes.

Los paisajes de los primeros años también tuvieron mucho que ver. Fueron muy distintos: de Tarifa que es viento y hambre, pasé a Puerto Real. En una fábrica en la que trabajaba veía al fondo la bahía de Cádiz. Yo trabajaba de noche y salía al despertar el alba…¡Aquella luz! Había miles de pájaros. Era de una belleza grandiosa, pero aún no tenía cámara.

Tuve que vender la cámara que tanto me costó comprar para pagarme el billete de El Sevillano hacia Catalunya. Y no imaginaba que iba a ser sólo de ida

¿Cómo consigue comprar su primera cámara?

Ahorro, ahorro y ahorro. No fue fácil, porque era una época terrible, aunque no tanto como lo fue la época en Tarifa, que fue de hambre. Pero sí fue mala y, por eso, tuve que hacer como tantos otros miles y emprender el viaje hasta Catalunya. Tuve que vender la cámara que tanto me costó comprar para pagarme el billete de El Sevillano. Y no imaginaba que iba a ser sólo de ida.

¿Qué intención tenía entonces?

Trabajar para un día volver. De hecho, enfermé de añoranza. No podía escuchar yo un palo de flamenco que se llama Alegrías de Cádiz que, para mí, ni alegría ni nada. ¡Una melancolía! Aquí empecé a trabajar en la carretera del Tibidabo y en una fundición: el trabajo de cualquier inmigrante. Un día mi hermano Lorenzo y yo decidimos traer a nuestros padres y nos afincamos en la calle Poeta Cabanyes, de donde acababa de salir un noi, llamado Joan Manuel Serrat. El meu carrer té nom de poeta. Poeta Cabanyes.

Y así la lucha diaria. Hasta que un compañero de la fundición me habla de un pueblo llamado Santa Coloma, donde alquilaban pisos. Él era como una especie de corredor inmobiliario, pero versión pardillo de fundición que hacía sus trapicheos. Al final, nos fuimos todos a la calle Nuestra Señora de Montserrat y hasta hoy no me he movido de Santa Coloma. Es lo que le ha pasado a todos los inmigrantes, que llegan queriendo volver, pero no se vuelve.

Sandra Vicente y Joan Guerrero durante la entrevista | Pol Rius

¿Se arrepiente?

¡No! En absoluto. Enfermé de melancolía, sí, pero volví a poder escuchar las Alegrías. Y hasta vi que mi añoranza se había invertido: cuando voy de vacaciones y pasan tres días, ya tengo ganas de volver a casa. Mi casa ya es Catalunya. Yo siempre he sido un hombre de rincones: Tarifa, Puerto Real y ahora Santa Coloma, que para mí es un rincón, y ya está grabada en un rincón de mi alma.

Hace poco me hicieron un homenaje en Tarifa con un libro precioso en el que dicen que ‘Guerrero cambió la U por la O de Joan en agradecimiento a la convivencia vivida en Catalunya’. Por agradecimiento. Y es cierto. Y me imagino que esto, leído ahí, con la que está cayendo, debe tener mucha fuerza. La vida es muy guapa.

Usted encarna la voz del inmigrante español

Porque soy uno de ellos. Y tuve la suerte de afincarme en Santa Coloma, que es muy luchadora. En esa época de lucha contra el franquismo yo milité en el PSUC. Ahí conocí a gente muy buena que la historia ya no recuerda: fueron maltratados por la policía, encarcelados…Gente sencilla con corazones grandes que nunca van a tener una plaza o una calle. Ellos, que lucharon, son los anónimos, mientras que otros que no sufrieron ni un pellizquito, míralos dónde están. ¡Bah! La historia es de quién la escribe, si sabe escribir. ¿Cómo va a escribir un paleta la historia?

Por eso intento dar voz con mi fotografía a las personas que no la tienen. Casi sin darme cuenta. Gracias a la vida, que me ha dado tanto, por darme la amistad de esa gente honrada y luchadora…

La magia de la fotografía es unir belleza y horror, que convivan sin que una anule la otra. Retratar a un niño lleno de moscas y mocos es fácil. Fácil e inmoral.

Si mira hacia atrás, usted ha mostrado el hambre, el franquismo, la migración, las crisis…¿qué es lo que más orgulloso se siente de haber retratado?

Yo suavizo mucho las crisis…pero me quedo con los ’60 en Santa Coloma. Llego en 1964 y empiezo a fotografiar sin la certeza de poder publicar. Algo me decía que tenía que hacerlo, crear un documento que quedara, que con el tiempo tendría su valor. Calles, niños, charcos…esa poesía agridulce de las ciudades dormitorio. Me quedo con ese trabajo.

Luego vinieron momentos muy entrañables, como Latinoamérica. Estar un mes con Pedro Casaldáliga en Brasil, con el que colaboré en dos libros. Él escribía poesías a las fotos que yo hacía. También recuerdo los meses de verano durante los que se publicaba La Ventana de Guerrero en El País. Ahí no había noticia, solo la belleza de lo cotidiano. El arte está en saber plasmarlo, cuánto más sencillo, mejor.

Hay una foto de Sebastiao Salgado, en un campamento de refugiados, en la que reina el caos, el hambre, la miseria, la desesperación…pero en primer plano vemos una madre que mira a su hijo, y él la mira. ¡Cuánta grandeza hay en esas dos miradas, cuánta ternura ante un paisaje desolador, lleno de muerte! Ahí está la magia de la fotografía. ¿Eso quién lo hace? Los genios. Unir belleza y horror, que convivan sin que una anule a la otra. Hacer una fotografía de un niño lleno de moscas y mocos es fácil. Fácil e inmoral.

Joan Guerrero durante la entrevista | Pol Rius

Ahora, con la globalización, en un abrir y cerrar de ojos estamos en Siria, en los bombardeos de Palestina o los campos de refugiados. Se ha vuelto realmente fácil el periodismo de la miseria, mostrar a los muertos sin contar quiénes son. ¿Qué opinión le merece esto?

Hay que saber fotografiar el dolor y hacerlo con respeto. Hay muchas personas que van detrás de grandes premios y, luego, están los genios. Aquí en Santa Coloma nació un fotógrafo que es la joya de la corona: Samuel Aranda, que ganó el World Press Photo por una imagen bellísima y llena de dolor. Es un chaval sencillote, muy buena gente, que siente el dolor de los demás. Pau Casals y Atahualpa Yupanqui dijeron eso de que primero se es persona y luego poeta. Personas como Samuel Aranda son buenos porque son buena gente.

Por eso quiero tanto a Santa Coloma, porque está llena de personas que se preocupan por sus hermanos. Ellas me han abonado para ser mejor fotógrafo. Cuando una foto me sale bien es porque a mi alrededor tengo gente que se preocupa de la belleza, son solidarios. Ellos me alimentan. La fotografía es mía, pero ellos son quienes disparan. Si mis amigos fueran arribistas, corruptos, grandes empresarios y banqueros, mi fotografía no sería buena. ¿Una bellísima foto con Rodrigo Rato? Imposible.

Si mis amigos fueran arribistas, corruptos, grandes empresarios y banqueros, mi fotografía no sería buena. ¿Una bellísima foto con Rodrigo Rato? Imposible.

Ha llegado el momento de que me hable de esa ‘primicia’ con Sebastiao Salgado…

Hace un par de años se organizó una exposición mía en un pueblo cerca de Venecia. El organizador es una persona maravillosa y un día le dije que estaba trabajando en una reflexión sobre las cosas bonitas que tiene la naturaleza, ahora que está en peligro. Me dijo que ellos podían editar el libro y que todo lo que se recaudara iría a una causa solidaria. Pues bien, un día, sin venir a cuento, yo le expresé mi admiración por Salgado. Y resulta que se conocían.

A esto, que un día estábamos comiendo en casa de este amigo en Venecia y llama Salgado por teléfono. ¡Yo, nerviosísimo! Me pasó el teléfono y pensaba “¿qué le digo yo ahora a este hombre? ¡Si voy a parecer una adolescente con las bragas en la mano en un concierto de los Rolling Stones!”. Así que le saludé todo lo educado, prudente y sosegado que pude y le pedí a mi amigo veneciano si podría lograr que Salgado participara en el libro. No pudimos conseguir una foto suya, pero sí que haga el prólogo.

El libro, que saldrá a finales de año o principios del que viene, se llamará Cara Terra / Estimada Terra y será en italiano y catalán. Estoy muy, muy feliz. Será un libro positivo: tratará lo bonito de la naturaleza pero también los riesgos, como un incendio o la pesca descontrolada. Quiere ser una voz de alarma sobre que si no cuidamos el medio, podemos perder esta herencia maravillosa que tenemos.

El fotógrafo Joan Guerrero con su inseparable cámara colgada al hombro | Pol Rius

Antes le he preguntado con qué trabajo se queda de todo lo que ha hecho. Ahora le pregunto: ¿Qué fotografía le queda por hacer?

Esta misma pregunta me la hizo hace 40 años una periodista. Entonces el río Besós era una cañería horrible y yo le contesté que me gustaría ver el río con las orillas verdes, agua limpia y alguien pescando con su familia. Lo que pedía, que entonces parecía una utopía, pasó. Y yo hice esa fotografía para El País, en aquella época en que me pedían ir a donde no hubiera noticias para buscar fotografías que fueran como un bolero: con alma, vida y corazón.

Y ahora tú me preguntas qué fotografía me gustaría. Hermana…no lo sé. Es que yo aquello que quiero lo encuentro cada día en las pequeñas cosas. Pero te contaré la historia de la foto que querría haber hecho y no hice. Cuando me jubilé, quería poder quitarme la costumbre de ir todo el día con la cámara. Era parte de mí, como la nariz. Pero quería dejarla en casa y vivir como los demás. Así que empecé poco a poco, hasta que me quité.

Pero un día paseaba por aquí cerca, sin la cámara, y en un banco cerca de la plaza del Olimpo veo un chaval negro, muy negro, que tenía en brazos a un bebé blanco, muy blanco. ¡Cómo se miraban los dos! Y dije: nunca más. No puedo dejar la cámara. Aquella fotografía es la que quisiera haber hecho. Esas dos miradas…¿Era su padre? ¿Quién era? ¡No importa! Ese cruce de miradas era el milagro de la convivencia, el amor y la ternura. Y esa fotografía me la perdí.

 

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