A pesar de que no lo quisiera, el mayor Josep Lluís Trapero se había convertido en un personaje de novela, o de serie de televisión basada en hechos reales, si lo prefieren. Todos los capítulos estaban escritos y faltaba un desenlace. Es como si el escritor hubiera dejado reposar la obra a la espera de un clímax final a la altura de la trama. Durante este largo silencio crecía la intriga, el suspense, sobre si la novela acabaría bien o mal para nuestro protagonista.

Y ha acabado bien, muy bien. Con la intensidad dramática que merece. El lector, o el espectador, se siente reconfortado por un final feliz. Donde el protagonista, después de múltiples desventuras e injusticias, triunfa, y se ve resarcido de tanto sufrimiento. Mientras que los ‘malvados’ quedan como lo que son. Pocas veces la realidad se parece tanto a la ficción.

El desenlace, como en las mejores creaciones del género, tiene por escenario un tribunal, en el momento que se conoce la sentencia. El lector va acumulando sospechas y dudas sobre cuál será la decisión de los magistrados. Porque durante la obra la justicia tiene un papel que no invita a la confianza. Pero al final hay un sorprendente giro de guion y el protagonista es absuelto. El abrazo con la abogada es de aquellas escenas que llenan la pantalla y dejan al público emocionado y en silencio.

Para darle más emoción, de los tres magistrados del tribunal de la Audiencia Nacional, dos dictaminan la absolución, y la presidenta emite un voto particular diciendo todo lo contrario. El lector, o el espectador, se siente aliviado porque ve que el protagonista ha estado en peligro hasta el último momento. Incluso fiscalía no quiere estropear un final tan redondo y no presenta recurso.

El major de los Mossos aparece en la obra como un policía íntegro y eficiente, que lo único que quiere es cumplir la ley. Pero que, por circunstancias de la vida, se ve atrapado por una dinámica que lo sitúa ante dilemas y decisiones de una alta carga dramática.

Recordemos que esta historia comienza el 17 de agosto de 2017, cuando Trapero debe liderar la respuesta policial a los atentados terroristas de las Ramblas de Barcelona y de Cambrils. La historia es conocida. Es el momento en que una larga y discreta carrera policial se hace visible ante la opinión pública. En aquellos días tan tristes y difíciles, el mayor transmite serenidad y, también, sin querter, acapara itulares que hablan de éxitos policiales frente al terrorismo.

El lector, o el espectador, percibe que este protagonismo, como en las películas, despierta muchos recelos. Pero la historia no ha hecho más que empezar. Está en marcha la convocatoria del referéndum, y nuestro protagonista vuelve a interpretar un papel central, clave. Se dibuja así uno de los rasgos decisivo de la obra: la soledad del personaje, atrapado entre la irresponsabilidad de sus jefes políticos y las órdenes que le llegan, tanto de la justicia como del coordinador policial impuesto por el gobierno central.

La confrontación abierta entre dos gobiernos lo pone, como a tantos funcionarios, en una situación imposible. La sentencia dice ahora que afrontó el desafío con espíritu de servidor público, de la mejor manera posible, cumpliendo el mandato de minimizar los daños a las personas. Todo lo contrario de los que, no sólo optaron por la represión violenta del 1 de Octubre, sino que construyeron un relato falso para criminalizar la actuación del major. Es este relato el que está presente durante toda la obra y que el lector, o el espectador, teme que acabe triunfando el final.

El protagonista vive estos tres años en la soledad. Aquellos que lo habían convertido en un héroe lo abandonan porque ya no encaja con su propaganda. Y algunos poderes del Estado no le perdonan ni el protagonismo involuntario contra los terroristas, ni haberlos dejado en evidencia el 1 d’Octubre. Pero, al final, como en las mejores historias, esta soledad se ve recompensada por el reconocimiento del lector, o del espectador, si lo prefieren.

Este artículo fue publicado originalmente en Diari de Tarragona

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