Antidisturbios es la nueva mini serie de Movistar + creada y dirigida por Rodrigo Sorigoyen e Isabel Peña y con un reparto que incluye, entre otros, a Vicky Luengo, Raúl Arévalo o Roberto Álamo. La producción orbita alrededor de las vidas de una unidad de uiperos, nombre con el que se conoce coloquialmente a los policías miembros de la Unidad de Intervención Policial cuya función principal es, como bien indica el título de la serie, la de fuerza antidisturbios. La obra de Sorigoyen y Peña ha sido situada por la crítica como una de las mejores producciones del año, a la vez que ha levantado algunas ampollas dentro de los sindicatos de dicha unidad policial.

El tema principal de la serie se desarrolla a partir de los acontecimientos sucedidos en el primer capítulo (SPOILER ALERT): una unidad de uiperos es forzada a ejecutar un desahucio que acaba con la muerte “accidental” de uno de los habitantes de corrala, un tipo de construcción propia de las clases populares del Madrid del siglo XVIII y principios de siglo XIX, edificadas en la forma de una “casa corredor” a partir de un esqueleto general de madera, y cuyos balcones daban – y todavía dan – a un patio interior comunitario.

Este tipo de edificios sería inmortalizado en el sainete de Ramón Cruz La Petra y la Joana o el buen casero (1843), obra muy popular en el Madrid del segundo tercio del siglo XIX, y, posteriormente en la obra Fortunata y Jacinta (1887), de Benito Pérez Galdós. Con el paso de los años, el sainete adquirió el título de «La casa de Tócame – Roque», expresión que acabó significando, en el refranero popular, un lugar caracterizado por la confusión, el griterío, el movimiento y las riñas (Fernández Vera, 2008).

Tal escenario proporciona el sitio oportuno para la magistral escena del desahucio; por la estructura propia del edificio, todos y cada uno de los vecinos pueden ver cómo se van desarrollando los hechos. La culpa de la desastroza operación policial se divide entre los distintos actores que intervienen en todo el proceso del desahucio: un error en la información previa por parte de la Unidad de Planificación Estratégica y Coordinación, otro error en la negativa del superior al negarse a enviar más personal para desahuciar un piso repleto de gente; la mediocridad de un secretario judicial y de un juez que desoyen las recomendaciones del propio jefe de operación, y la voluntad del mismo jefe de operación de seguir con la ejecución, pese a considerarlo de alto riesgo; a todo esto hay que sumarle la chapucera actuación de unos policías sobreexcitados y superados por la situación. El error definitivo, pero, ninguno otro que la existencia del desahucio en si mismo. Enfurecidos por la actuación policial, los vecinos y vecinas de la corrala gritan desde los distintos niveles del edificio a la vez que se afanan a dar apoyo a sus vecinos, presas de la violencia policial.

La elección de este tipo de edificación en Antidisturbios no es baladí. En la era de los lofts y los pisos colmena, la corrala recupera el valor de lo compartido como la única defensa posible de aquellos que no tienen nada.

A partir de la segunda mitad del siglo XIX, cuando se empezaron a desarrollar los planes del ensanche en las principales ciudades españolas, las “corralas” fueron señaladas como modelos arquitectónicos a superar. Se estaban poniendo las bases de una nueva era marcada por la llegada de agua corriente a los edificios, el alumbrado de gas, la electricidad y el ferrocarril, y los Estados iban cimentando sus estructuras de poder mediante el desarrollo de distintas técnicas y dispositivos de control; una de esas técnicas tenía que ver con un cierto discurso arquitectónico y urbanístico contrario a todo lo que significaban las corralas. Idelfons Cerdà, urbanista, político, ensayista, filósofo y, a fin de cuentas, una de las mentes más brillantes del siglo XIX que ideó el proceso de ensache de la ciudad de Barcelona, escribiría en su Teoría General de la Urbanización (1859) lo siguiente:

La sobreposición de viviendas, así como su juxtaposición sobre un mismo solar y en una misma casa, han venido a destruir por completo y en todos los conceptos y sentidos, el tranquilo y pacífico aislamiento en que la vivienda debería estar y estuvo, a no dudarlo, en otros tiempos. Esta clase de construcciones, este inconsiderado amontonamiento de viviendas han sido un gran paso para el comunismo (p. 601)

Lo que aquí entiende Cerdà por «comunismo» no es estrictamente —aunque sí deba considerarse subsidiariamente— la corriente ideológica asociada al pensamiento político de Marx y Engels, sino una versión negativa de los espacios compartidos asociados a un tipo concreto de edificación. La lógica de Cerdá es la que sigue: todo tipo de construcción que primara el habitar “común” en lugar del “privado” desplegaría necesariamente un elenco de tipologías constructivas de ese habitar “comunista” que, a la postre, podría ser causa de robos y otros atentados. Un proceso de significación en que lo compartido sería inherente a la pobreza y, consecuentemente, a los lances desagradables producidos por ella.

Sería en tales espacios «comunistas» donde se daría lugar, según Cerdà, la consolidación de unos hábitos y conductas que debía de ser corregidas para facilitar el aterrizaje de una noción que sería crucial en la nueva concepción del habitar a partir de la segunda mitad del siglo XIX, y que era casi inexistente un siglo antes: la privacidad. Es, pues, alrededor de esa época, cuando se empieza a demonizar lo común y lo compartido, – símbolo del desorden y lo ineficiente – en aras de lo privado y lo íntimo, emblemas de las sociedades urbanas modernas estaban naciendo. Así lo ponía Cerdá:

En las construcciones actuales apenas hay medio de encerrar un secreto de familia en el interior del hogar, de manera que no trascienda. El enemigo mas capital que tiene la independencia del individuo y de la familia, son esas ventanas de los patios, por donde viene a sorprendernos y espiarnos, cuando menos lo presumimos ó pensamos, la escudriñadora mirada de la vecindad. [sic] (p.601)

Como pasa en Antidisturbios, la policía intenta eliminar toda prueba de lo sucedido al borrar la grabación de un teléfono móvil de una de las vecinas pero la verdad, sin embargo, acaba aflorando. Hoy, como hace dos siglos, se pretende tapar al ojo que ve y a la boca que susurra, no fuera que esas miradas y esos murmullos pudieran constituirse en un poder otro que amenazaran el discurso oficial. Antidisturbios lo muestra de manera brillante, a la par que nos recuerda que la lucha por la constitución del espacio es también una lucha política.

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