En el mundo hay Gretas Thunbergs, Malalas Yousafzais y Pablos Alcaides, jóvenes idealistas que nos hacen pensar que gracias a su temperamento ético y decisión para la acción directa este planeta y su humanidad subsisten por la capacidad de ciertas personas de hacer lo que es necesario sin reservas y cuando es el momento. Al joven de Logroño que salió a la calle a limpiar y arreglar los estropicios que la noche anterior hicieron unos gamberros no le darán el premio Nobel ni le pondrán un catamarán trasatlántico para difundir su buena nueva ecologista; a él le basta con el ejemplo de su madre, barrendera municipal, para ser “consciente de lo que cuesta limpiar la ciudad”.

“Reunimos una veintena de chicos y chicas y a las once de la mañana ya habíamos terminado”, explica el chico como quien quita importancia al gesto. Fue espontáneo, pero no ingenuo: “Sentí mucha vergüenza, porque aquello no fue una manifestación sino vandalismo puro y duro”. Lo que el joven Pablo percibió enseguida, a diferencia de otros jóvenes más próximos a nosotros, y sobre todo a muchos grandullones, es algo que les cuesta más de ver. Es lo que tienen los jóvenes ejemplares que un día, en un punto y un momento determinados de la historia, proclaman que el rey va desnudo y que los bobalicones que hacen ver que no se dan cuenta te quieren embaucar.

Los Pablos, Malalas y Gretas no tienen nada de ingenuos; conocen muy bien el percal que se da en sus entornos sociales. Malala Yousafzai sabía perfectamente que exigir su acceso a la educación le podía costar la vida y recibió un tiro en la cabeza y amenazas de repetirlo. Consciente de quién era su enemigo, también lo era de que sólo una generación de mujeres jóvenes educadas le podía hacer frente. Greta Thunberg, en el extremo opuesto del mundo por lo que respecta a educación, prosperidad y derechos,  se estremecía al descubrir que la prosperidad individualizada puede llevar a la indiferencia por el destino de la colectividad. Pero Pablo, ¿de qué es consciente Pablo, que salta movido como por un resorte ante el incivismo violento de sus coetáneos?

Pablo Alcaide sabe que sobre su generación pivota el futuro de la sociedad española, y se siente interpelado: ¿estará a la altura de una exigencia que se atisba gigantesca? Su gesto se produce en un contexto bien elocuente: los escandalosos índices de fracaso escolar y paro juvenil insólitos en los países de la Unión Europea. Pablo nos está diciendo “nos condenáis a un futuro imposible, pero nosotros, mi pandilla de veinte amigos, os damos una lección de modos delante de todos”. Es un gesto valiente en tanto que es un acto de orgullo, tranquilo y sin pretensiones, que pone en evidencia que los antisistema no son los desharrapados que queman contenedores y asaltan tiendas sino el mismo estado de cosas que condena a un “no future” a una juventud de estudiantes hijos de trabajadores que alguien quiere utilizar como lumpenproletariado.

No habrá partidos y agrupaciones de izquierdas merecedores de tal nombre hasta que entiendan de una vez qué pasa en los barrios, cómo viven, cómo piensan i a qué aspiran los jóvenes trabajadores de la sociedad postindustrial. Owen Jones, uno de estos jóvenes con miirada sociológica clarividente que ha llegado a periodista y figura destacada del Partido Laborista británico, ya advirtió de la trampa en su obra inaugural Chavs: la demonización de la clase obrera, sobre la visión elitista de políticos e intelectuales a la juventud trabajadora. Pero como si tal cosa: hete aquí cómo el covid empieza a indicar la insuficiencia de las ciencias sociales que tenemos ahora en la sociedad democrática e ilustrada. No sabemos si la extrema derecha mueve a los jóvenes descontentos, si es Vox quien atiza el fuego o lo hace algún otro brote del cual no tenemos ni idea porque entre metodologías obsoletas y relatos descabellados o simplemente cursis la investigación social se cuela por el desagüe.  ¿Qué narices hemos de saber si a estas alturas no sabemos nada del núcleo originario de la mentalidad y actitud de los jóvenes terroristas islamistas de Ripoll?

Pablo denuncia lo mismo que Greta y Malala: la ceguera de unas sociedades que ellas mismas se ponen la cuerda al cuello y renuncian al único futuro posible. Malala se sabe de memoria la barbarie que mantiene preso a su pueblo y que va más allá de los fanáticos militantes; Greta sabe lo que da de sí el simulacro de sociedad ordenada sostenida sobre un ecosistema insostenible; Pablo sólo confía en el esfuerzo personal y grupal organizado para poner en evidencia a los que han de cambiar las cosas y no cambian nada.  Con su pinta de buen chaval, el pelo bien cortado y su sudadera barata comprada en el hiper de precios bajos, y consciente de que “mi madre tiene que deslomarse para traer un plato caliente a casa”.

La cara de buen niño de Pablo Alcaide nos habría de hacer caer nuestra cara de vergüenza. Los chulos de Logroño ensuciaron su ciudad, los grandullones de todas partes han ensuciado su futuro. Lo mismo que decía Greta Thunberg y la gente se le reía en la cara.

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