Después de más de cinco años de mentiras, insultos, de llamados a posicionarse en contra de las instituciones democráticas, de discursos de odio, racistas, negacionistas, de fomentar la polarización de la sociedad estadounidense y de alimentar la más impresionante difusión de información falsa de toda la historia de la humanidad, solo cinco años después y cuando ya nada puede salvarse para la democracia representativa en el mundo, las grandes tecnológicas han decidido finalmente —y por muy poco tiempo— censurar las cuentas de Twitter y Facebook de quien, durante más de cinco años ha alimentado día tras día a través de sus plataformas lo que sucedió el pasado miércoles en Washington D.C.
La responsabilidad de las dos plataformas deberá ser juzgada por la historia porque son ellas las herramientas principales que tienen en todo el mundo los personajes que, como Trump, alimentan cada día los discursos que ponen en riesgo, por ejemplo, la salud física de la ciudadanía al negar las evidencias científicas de la pandemia global. Pero también ponen en riesgo la legitimidad de las instituciones a las que, de forma paradójica, todos ellos han llegado a través de los sistemas procedimentales democráticos que ahora denuncian como ilegítimos. Un discurso que difunden, como no, en Twitter y Facebook.
La doble moral de las plataformas conecta de forma evidente con el contexto político norteamericano. ¿Si Trump hubiera ganado las elecciones habrían hecho lo mismo al ver en peligro la democracia estadounidense amenazada desde hace más de cinco años? ¿Por qué esperar hasta casi el final de su mandato para hacerlo?
Hace tan solo algunos meses, en junio de 2020, Mark Zuckerberg había defendido los incendiarios mensajes de Donald Trump en su plataforma: no podemos convertirnos en el árbitro de la libertad de expresión, decía entonces el dueño del imperio Facebook Inc (Facebook, Instagram y WhatsApp). Ahora, con el presidente de salida, y al ver la creación conjunta hecha realidad en el Capitolio (entre los mensajes del presidente y el canal de comunicación abierto para su difusión, pues todos los analistas afirman que los hechos se han gestado, organizado y difundido en redes sociales), el superpoderoso Zuckerberg recula en su propia estrategia: “hemos borrado sus mensajes ayer porque juzgamos que sus efectos —y posiblemente su intención— serían provocar más violencia”. ¿Acaso los mensajes difundidos desde hace más de cinco años a más de sus 42 millones de seguidores no incitaban a la violencia? No, para entonces esos mensajes, según Facebook, hacían parte únicamente del abanico de pluralidad democrática y de la libertad de expresión que, también según Facebook, defiende la plataforma.
Pero ¿cómo puede defender la libertad de expresión si es la propia plataforma la que decide el alcance de los mensajes de cada uno de sus usuarios?
Al otro lado de las redes, en Twitter, el panorama también es aterrador. La cuenta de Trump, que con más de 88 millones de seguidores ha sido el instrumento principal de difusión de las mentiras y ocurrencias cotidianas del aún presidente de los Estados Unidos, fue deshabilitada por solo 12 horas después de que la compañía valorara algunos de sus últimos mensajes como “violaciones graves de nuestra política de Integridad Cívica”. ¿Han tardado más de cinco años para valorar los mensajes de Trump como violadores de su política de Integridad Cívica?
Mucho cuidado. Son las políticas cívicas de Facebook y de Twitter las que hoy regulan la democracia en casi todo el mundo y nada puede ser más grave para la misma democracia.
El limbo del poder-plataforma-red social
¿Quién define lo que es una política de integridad cívica en una sociedad democrática? ¿Quién define cuándo se debe censurar la opinión pública y cuándo no? ¿Quién decide lo que le conviene saber y conocer a un ciudadano en el mundo? ¿Quién decide lo que es un hecho lo suficientemente grave como para censurar un mensaje que lo provoca?
En occidente, dos empresas: Twitter y Facebook. Bueno, ahora quizás tres o cuatro porque al juego también se han sumado Twitch —¡Oh sorpresa! Es propiedad de Jeff Bezos— y Tik-Tok.
Estados Unidos casi siempre está a la vanguardia de los efectos de la tecnología en la sociedad. Por eso puede mirarse como espejo para el resto de sociedades democráticas en las que los discursos de odio se han posicionado, precisamente, a través de Facebook y Twitter. ¿Conocen algún ejemplo cercano? ¿Alguien duda del aumento de la polarización social en España, en Cataluña y en buena parte de Europa en los últimos 10 años? ¿Alguien duda de que en los últimos diez años se han multiplicado exponencialmente los discursos de odio, la radicalización o la justificación de delitos contra las personas negras, los migrantes o las mujeres y de que ha aumentado la presencia de los grupos de extrema derecha en los parlamentos?
¿Cómo de otra forma hubieran llegado a difundir las mentiras que sostienen y que los sostienen si no es a través de Facebook y de Twitter?
El espejo de los Estados Unidos obliga a censurar periodísticamente cualquier tipo de mentira que circule por las redes y que ponga en peligro las instituciones democráticas. Porque el periodismo nunca ha difundido mentiras. Obliga también a denunciar a las empresas que difunden las mentiras y a preguntarnos, como medios de comunicación, por qué debemos ser parte de ellas y alimentarlas. Por qué debemos mezclarnos con toda la basura informativa dentro de los mercados de la verdad. La respuesta de muchos periodistas: “es que es donde está la gente”, empieza a ser completamente irracional.
Facebook y Twitter, contrario de lo que pueden decir sus multimillonarios CEO preocupados únicamente de sus acciones en Wall Street —que, por cierto, no dejaron de subir mientras la economía del mundo se iba al infierno durante el último año—, tienen una muy alta responsabilidad en la difusión de los contenidos de sus usuarios. Sus decisiones de las últimas horas —así como el bloqueo de millones de mensajes y cuentas de personas anónimas cada día— son la demostración de que toman decisiones editoriales sobre los discursos que circulan en la red. Sobre lo que es bueno y lo que es malo. Lo aterrador es que dos empresas dicen lo que es bueno y malo para más de 5.000 millones de usuarios en el mundo.
Ellas decidieron que Trump tuviera abiertos los canales de la libertad de expresión para difundir sus mentiras. ¿Era entonces bueno? Luego de algunas horas (en Twitter) y de algunos días (en Facebook), Trump podrá seguir haciéndolo. Gracias a Facebook y a Twitter podemos decir que Donald Trump estuvo a punto de propiciar una sedición, un golpe de estado o un amotinamiento en el Congreso de los Estados Unidos. No podrán ser, nunca, herramientas democráticas.
A esto nadie le puede llamar libertad de expresión.
¡Muchas gracias, Facebook! ¡Muchas gracias, Twitter!
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