Quien no puede pagar las facturas de los suministros energéticos, o quien reduce el consumo que necesitaría por cuestiones económicas, sufre una peor salud física y mental que la población que no se encuentra en situación de pobreza energética.
Lo ha confirmado un estudio elaborado por expertos del Instituto de Investigación Biomédica de Sant Pau, de la Universitat Pompeu Fabra (UPF), de la Autónoma de Madrid (UAM) o de la Agencia de Salud Pública de Barcelona (ASPB).
La muestra compara el estado de bienestar de los casi 2.500 participantes de un programa de atención a la vulnerabilidad energética de la capital catalana con una muestra similar de población barcelonesa con los suministros asegurados.
Más asma y bronquitis
El estudio compara la prevalencia de tres enfermedades, así como la sensación de salud percibida por la persona. En los cuatro valores, las personas que sufrían pobreza energética antes de empezar el programa de atención pública reportaban peores indicadores que el grupo que sí que puede pagar las facturas de luz, agua o gas.
Dado que los resultados están disgregados por género, se sabe que las mujeres que se encuentran en situación de pobreza energética tienen una prevalencia superior a los hombres a sufrir las patologías analizadas. Ahora bien, en tres de los cuatro valores, la huella de la pobreza energética marca más a los hombres, en comparación con el grupo de control.
En concreto, el estudio encuentra que menos del 5% de la población general barcelonesa sufre asma. En cambio, es el caso del 15,6% de las mujeres y del 11,8% de los hombres en situación de pobreza energética. Esto supone una incidencia 3,22 veces superior en el caso del género femenino y 2,23 en el masculino.
Dejando a un lado el asma, en los otros aspectos estudiados son los hombres sin recursos para la energía los que reportan un peor bienestar, en comparación con el grupo que tiene garantizado los suministros.
El caso más grave es el de la bronquitis crónica, con una incidencia 5,43 veces más alta en los hombres en situación de pobreza energética. Es decir, del 17,1% frente al 3,1% del global de la población masculina de Barcelona. En cuanto a las mujeres la incidencia de la bronquitis es 4,94 veces superior entre las que se encuentran en esta condición respecto de las que no lo están.
Impacto en salud mental y percibida
El impacto de la pobreza energética también deja una huella en la salud mental de quien la sufre. El estudio analiza los síntomas de depresión y de ansiedad de manera conjunta y encuentra una incidencia del 17,9% entre el global de mujeres barcelonesas y del 11,5% de los hombres.
En cambio, focalizando entre quien participa del programa para afectados por pobreza energética, los valores incrementan al 57,5% y el 46,7%, entre mujeres y hombres respectivamente. Así, la incidencia se multiplica por 3,23 y por 4 en cada género.
Por último, los investigadores comparan un valor más abstracto y amplio, como es la sensación percibida de salud mala. El 58,6% de las mujeres y el 56,7% de hombres en situación de pobreza energética así lo sienten. Entre el grupo general sólo es el caso del 24% y el 17,5% de los encuestados.
Más pobreza, peor salud
Los datos ejemplifican claramente la relación entre pobreza energética y una peor salud. Todavía más, los científicos han fragmentado los resultados según la capacidad económica de las personas que forman parte del programa de atención a la pobreza energética y los han clasificado en tipo baja, media o alta.
Los resultados vuelven a apuntar en la misma línea: “Cuanto más alta es la intensidad de la pobreza energética, mayor es la prevalencia en casi todos los problemas de salud estudiados”, dice el grupo de investigadores en el informe.
Por ejemplo, un hombre en situación grave de pobreza energética tiene el doble de prevalencia de asma que uno en situación de emergencia baja. La situación se repite, en el caso de las mujeres, con una multiplicación de 1,88 en la posibilidad de sufrir bronquitis crónica.
La pobreza energética afecta desproporcionadamente a mujeres, inmigrantes, personas con bajos niveles de estudios, parados e inquilinos
Los investigadores encuentran diferentes explicaciones para la alta incidencia de enfermedades mentales y físicas entre la población en situación de emergencia energética. Mientras relacionan los problemas respiratorios con “malas condiciones de vivienda”, encuentran que la problemática mental y emocional se debe a “la preocupación por la deuda y la asequibilidad, el malestar térmico y la preocupación por sus consecuencias para la salud”.
En cuanto al análisis sociodemográfico de quien más sufre la pobreza energética y sus consecuencias sobre la salud, el equipo investigador concluye que afecta “desproporcionadamente mujeres, inmigrantes, personas con bajos niveles de estudios, parados e inquilinos”, en la línea de “conclusiones de estudios previos”.
Por todo ello, el colectivo científico considera que en “las regiones del sur de Europa se necesitan urgentemente programas adaptados para reducir la pobreza energética”. Creen que es el primer aspecto donde hay que actuar, puesto que es más fácil eliminar a corto plazo la pobreza energética que la pobreza en ingresos.
“Las políticas y programas específicos tendrían que coexistir con políticas estructurales más amplias destinadas a mejorar las condiciones de vida, trabajo y vivienda”, apuntan. En caso de combinar los programas, aseguran, “se reducirían los efectos sobre la salud y las desigualdades en la salud en las poblaciones afectadas por múltiples privaciones sociales”.


