Muchas veces, en mi práctica como médico de familia, eché de menos una ley de eutanasia. Mejor dicho, la echaron de menos muchas de las personas que se preparaban para morir. Cuando la enfermedad está muy avanzada y no hay tratamiento posible, cuando el sufrimiento o la incapacidad convierten inaceptables, hay enfermos que piden ayuda para morir, o la pedirían si fuera posible.
«Ayúdeme a morir». «Doctora, haga lo que pueda». «Usted ya sabrá qué tiene que hacer». Son frases escuchadas a pacientes que me interpela en mi papel de médica de cabecera -nunca mejor dicho-, sentada, a menudo, en la misma cama. Lo decían con la mirada directa a los ojos y la voz más sincera que se puede escuchar nunca.
Las limitaciones legales cernían en las conversaciones con enfermos y familiares que sabían que no podían pedir una intervención no permitida. Recuerdo una paciente con un cáncer avanzado. Eran los tiempos oscuros de la denuncia al Dr. Luís Montes, del Hospital de Leganés. En la mesa de la cocina, el marido tenía un diario abierto por la página que hablaba precisamente de la eutanasia y del Dr. Montes y, señalando el periódico, me dijo: «Yo estoy de acuerdo, no hay derecho lo que le hacen a este médico». Palabras que interpreté que daría su aprobación a cualquier intervención que acortara el sufrimiento de su mujer, incluso, si conllevaba la muerte. Probablemente me lo pedía. Una muerte inevitable a corto plazo, sin embargo.
A partir de ahora, «lo que puedan» hacer los médicos será diferente, los enfermos podrán morir mejor y solicitar medidas activas para precipitar la muerte en los casos que contempla la ley que ya se está tramitando y se aprobará pronto el Congreso. Después, el Consejo Interterritorial del Sistema Nacional de Salud deberá elaborar un manual de buenas prácticas y los protocolos para hacer efectiva la ley. Posteriormente, los servicios sanitarios de las comunidades autónomas deberán completar los mecanismos para difundir la ley entre profesionales y ciudadanía, poner en marcha la Comisión de Garantía y Evaluación y elaborar y facilitar la documentación que se deberá cumplimentar.
La proposición de ley que se está trabajando tiene limitaciones y aspectos mejorables, sin duda, pero es un reconocimiento inequívoco del derecho a la eutanasia que la sociedad demanda hace tiempo. Pero ya se sabe que lo que dice la ley se puede desarrollar de diferentes maneras, por lo tanto tendremos que estar atentos a manuales, protocolos y sistemas de implantación en cada sistema de salud autónomo.
Uno de los aspectos que habrá que velar es que se haga una buena interpretación de la figura del «médico responsable» que se contempla en el articulado. En este sentido dice: «El médico responsable es el facultativo que tiene a su cargo coordinar toda la información y la asistencia sanitaria del paciente, con el caracter de interlocultor principal del mismo en todo lo referente a su atención e información durante el proceso asistencial, y sin perjuicio de las obligaciones de otros profesionales que participan en las actuaciones asistenciales»
En la mayoría de casos, este «responsable», quien tiene estas funciones en el momento de una posible solicitud de eutanasia, es el médico de cabecera, como las ha tenido a lo largo de la vida y de la historia de enfermedad. Historia que ha posibilitado conversaciones sobre aspiraciones, creencias, temores y voluntades. Conversaciones que no suelen tener entre familiares o amigos, porque la muerte sigue teniendo algo de tabú en nuestra sociedad. Según John Berger, El médico de cabecera es el familiar de la muerte y se espera que sea consuelo y testigo. Morir es un hecho biológico, como también es el final de un relato de vida único y particular que clausura una experiencia compartida con otras personas y con la comunidad donde se ha vivido. Cerrar bien este relato es importante para todos, también para el médico de cabecera y, que no puede quedar excluido de este último episodio que forma parte de la vida que ha acompañado, diagnosticado, tratado, curado o aliviado. «Adiós, compañera», me dijo un paciente el día antes de morir en un hermoso resumen de la relación que habíamos tenido durante su enfermedad.
Las administraciones sanitarias, a menudo ciegas y sordas a la realidad asistencial, pueden tener la tentación de buscar un «médico responsable» en unidades o profesionales ad hoc, o «especializados». Sería un grave error, sería despojar al médico de cabecera de una parte esencial de su naturaleza como es acompañar a la persona enferma hasta el final, porque este hecho llena de significado la práctica de la medicina de familia, que es profundamente humana y se convierte en una relación de persona a persona.
Es de esperar, pues, que se pongan en marcha todos los mecanismos y recursos para hacer posible que el médico «responsable» que atienda la petición de eutanasia de una persona sea el mismo (siempre que sea posible) que lo ha conocido, escuchado, mirado, tocado, comprendido, consulado… Y, en definitiva, ha sido testigo de su vida. Porque, como dice Iona Heath en Cuestiones de vida y muerte, «si queremos ocuparnos de manera apropiada del sufrimiento y ofrecer una atención adecuada a los moribundos, hemos de asegurar la continuidad de la atención y un compromiso constante entre estos dos individuos». El compromiso entre el profesional y la persona que se va.

