El conjunto de imágenes aterradoras de Bosco alertan no solo sobre la descomposición en este territorio, con un reguero de muertos, sino asimismo sobre la impotencia y a menudo complicidad de las autoridades mexicanas. Pero el fotoperiodista, que lleva una decena de años recorriendo conflictos por el mundo, ya está trabajando sobre una violencia más cercana como es la provocada por la cuarta de las mafias italianas: la menos conocida Società Foggiana de la región de Apulia de donde él es originario.

La cuarentena de fotos que se podían ver en el convento de las Mínimas de Perpiñán de Guerrero, el Estado olvidado (premio Visa de Oro Humanitaria 2020 de la Cruz Roja Internacional) quizás eran de las más duras de un certamen que, ya de por sí, no es un paseo amable sobre el estado del planeta. No son las que se publicaron en agosto en el reportaje del semanario francés Le Figaro magazine que escribió el periodista Vincent Jolly. En este caso, había dos ejes pero sin enseñar directamente la violencia: por un lado, la antes mítica ciudad costera de Acapulco ahora patrullada por la nueva Guardia Nacional del presidente Andrés Manuel López Obrador para contrarrestar los diferentes cárteles; por otro, los pueblos escondidos de Sierra Madre del Sur donde estos cárteles se hacen suyos los territorios y las poblaciones indígenas crean sus propios grupos de autodefensa para intentar evitar ser desplazados. En medio de todo esto, el omnipresente cultivo de la amapola de donde se extrae la heroína y pese a que el consumo haya bajado en Estados Unidos en favor de los opioides. El 60% de la heroína mexicana continúa proviniendo de las plantaciones de Guerrero porque los campesinos no tienen alternativas.

“La gente simplifica demasiado a menudo el fenómeno de la violencia en los países latinoamericanos, sea América Central o Sudamérica”, nos explicaba un joven y afable Alfredo Bosco en la terraza-bar del festival cuando estos establecimientos aun no se habían vuelto a cerrar en Francia a causa de la pandemia de la Covid. “Pero lo que pasa en los barrios brasileños no es lo mismo que lo que pasa en Caracas, y la situación no es la misma en Guatemala, o en Honduras, o en el Estado mexicano de Guerrero. Incluso, la situación en Guerrero es diferente comparada con otros Estados del país. El número de homicidios en Tijuana y en Acapulco quizás sea el mismo, pero lo que ocurre diariamente es diferente”. Bosco habla con conocimiento de causa porque en 2015 realizó otro reportaje fotográfico en el barrio de Petare de Caracas, el mayor asentamiento de chabolas de Latinoamérica y al cual nos referíamos el año anterior con la también fotoperiodista Adriana Loureiro.Por ello, los cárteles de los Estados vecinos de Jalisco y Michoacán, o de más lejos como Sinaloa, fueron llegando a este territorio mientras en el resto del país se recomponían las mafias en una lucha fratricida que sigue derivando en multitud de grupos criminales: doscientos operativos en todo el país según organizaciones independientes; una veintena en Guerrero.

Puedes leer el artículo completo en París/BCN…

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