Esperanza Martín, médica de familia y comunitaria del CAP Maragall, se contagió de Covid-19 la semana del 9 de marzo. Aquellos días había visitado cinco pacientes a domicilio que, posteriormente, se confirmaron como positivos en coronavirus. Aquella semana, antes de que se decretara el estado de alarma, los profesionales aún no visitaban con equipos de protección individual y muchas veces también lo hacían sin mascarilla, porque no había una diferenciación entre pacientes Covid y no Covid. El 12 de marzo el centro recibió la alerta que habían ingresado por Covid dos pacientes que había atendido Esperanza, así que ella tuvo que aislarse en casa.
Durante los primeros días de aislamiento estuvo asintomática, pero el octavo día empezó a tener fiebre. «Entonces comenzó mi agonía», explica. «Tuve fiebre durante tres días y después empecé con un cuadro respiratorio de ahogo, un ahogo que no había tenido nunca. No podía ni sentarme en la cama, tenía que estar tumbada, no podía ni hablar porque si lo hacía me ahogaba. Notaba una presión en el pecho brutal», relata. «No quería dormirme por las noches, porque pensaba que si no era consciente de hacer el proceso de respiración, me ahogaba», continúa.
Esperanza explica que aquellos días los vivió con mucha agonía e incertidumbre. «Era una enfermedad nueva y no sabíamos casi nada. Las únicas noticias que teníamos en ese momento eran sobre la alta mortalidad que tenía el virus», explica. En ese momento caótico, dice, se le juntaba todo. «Era una situación muy angustiosa. Estaba aislada en mi habitación sin ver a mis hijos y mi marido, con miedo de salir de las cuatro paredes porque no sabía hasta qué punto contagiaba, con miedo de moverme porque me ahogaba… y con miedo a morir.
Tras hacerse pruebas en su CAP y en el Hospital de Sant Pau, fue diagnosticada con una neumonía bilateral, lo que le causaba aquel fuerte ahogo. Sin embargo, debido al estrés que vivía el sistema sanitario, que debía priorizar quién ingresaba y quién no, la enviaron a casa. «Me decían que volviera si empeoraba. Para mí esa frase fue horrorosa, porque es muy difícil decidir cuando empeoras si te estás ahogando sólo sentarte», dice.
Al cabo de tres semanas de aislamiento, Esperanza comenzó a mejorar, pensando que ya se habría curado. «Empecé a hacer ejercicios de rehabilitación respiratoria con la ayuda de personas que conocía, ya que en ese momento no había nada protocolizado para personas como yo». Al cabo de seis semanas de aislamiento, se reincorporó al trabajo, pero sólo pudo ir durante cinco días. En el trayecto desde su casa hasta el ambulatorio donde trabaja, que está sólo a una manzana, se tenía que sentar tres o cuatro veces en los portales de las casas porque no podía respirar. Una vez en el trabajo, explica, tenía un cansancio y un ahogo tan grande que tenía que estirarse en una camilla para poder descansar. Al cabo de cinco días volvió a aparecer la fiebre, cogió la baja y comenzó un nuevo proceso del que todavía no ha salido.
«Tengo una barriga que no es la mía»
Después de haber pasado la enfermedad, Esperanza comenzó a experimentar diversos síntomas de Covid en todo el cuerpo, aparte de los síntomas respiratorios que ya había tenido, que habían mejorado, pero no cesado. «Se me hinchó mucho la barriga, como si estuviera embarazada, y empecé con unas fuertes diarreas, que me tuvieron un mes sin comer. Sentía un dolor muy fuerte en la barriga, no lo podía aguantar». Ante aquella situación, volvió a ir al Hospital de Sant Pau, donde la ingresaron. Le hicieron todo tipo de pruebas, pero no salieron alteradas. «A las 24 horas me dieron el alta diciéndome que estaba muy nerviosa y que, probablemente, todo lo que me pasaba era fruto de mi nerviosismo y de mi miedo». Después de siete meses, continúa teniendo diarreas diariamente. «Tengo una barriga que no es la mía. Y esto no son hipocondrías mías, es a raíz de la infección», dice.
Aparte de los síntomas estomacales, también ha sufrido durante estos meses dolores en muchos puntos del cuerpo: en el pecho, como si una espada del estuviera atravesando, según explica, en las articulaciones… «Yo nunca tomaba medicamentos y, ahora, si no tomo cuatro o cinco analgésicos al día muchas veces no puedo salir de casa», explica. También ha sufrido afectaciones cognitivas. «No puedo leer, porque no me puedo concentrar, hago faltas de ortografía cuando nunca antes había hecho, no me salen las palabras, me desoriento en lugares donde paso habitualmente…».
La médica de familia explica que antes de enfermar era una persona muy activa y hacía mucho deporte. Pero ahora todo ha cambiado. «Mi vida ha cambiado por completo, ahora dependo absolutamente de mi cuerpo. Empiezo cada día escuchando mi cuerpo y, en función de cómo estoy, decido qué puedo hacer y que no», explica. «No puedo hacer planes con antelación, porque no sé cómo estaré al día siguiente. Tengo una fatiga constante que impide que mi voluntad pueda con mi cuerpo», continúa.
Un colectivo invisibilizado
El colectivo de personas con Covid persistente ya hace meses que denuncia que se han sentido desatendidos desde el sistema sanitario. Según Esperanza, ha habido una gran falta de credibilidad hacia el que los pacientes explican. «Muchos profesionales sanitarios han atribuido nuestros síntomas a la angustia o la hipocondría», dice. La médica de familia considera que esta desatención viene, en primer lugar, porque los síntomas de Covid persistente no están incluidos en los protocolos sanitarios. «Como nosotros no hemos sido estudiados, como sí lo han sido las personas que han sido ingresadas, la ciencia no recoge lo que nos pasa. No constamos en los estudios porque no se nos ha observado, por lo que es mucho más fácil aumentar el descrédito hacia nosotros», señala.
Según Esperanza, cuando no hay un tratamiento que ofrecer, la medicina no sabe qué hacer. «Los profesionales no saben qué hacer con nosotros y por eso hay esa desatención, que hace que los pacientes empeoren. Sabemos que no nos podemos curar a corto plazo, pero el hecho de que no se nos acompañe empeora nuestra enfermedad, porque nos hace pensar que estamos locas, y esto se añade al malestar que tenemos de base», remarca. «Si no aceptas la premisa de que los pacientes no están bien, es muy difícil que amplíes la mirada como profesional sanitario», añade.
Para la médica de familia, lo que hay que hacer es más investigación desde la atención primaria. «Nosotros somos enfermos que no estamos en los hospitales, somos pacientes que tenemos una afectación moderada, compatible con la vida», dice. Por este motivo, considera que los pacientes con Covid persistente deben ser estudiados desde la primaria, con el apoyo de los hospitales en los casos necesarios. Esto, sin embargo, no se está haciendo, ya que, según Esperanza, «la atención primaria está desbordada, y la investigación necesita recursos económicos y humanos que la primaria no tiene».

