Logos de diferentes redes sociales | iStock

Nos encanta hablar de la derecha. Aseguramos que entenderla nos hace más sabios, y que compartir con ellos el altavoz nos hace plurales. Explicarla, parece, nos hace dignos de ser escuchados como quien recita un cuento alrededor de una hoguera, un “Pedro y el Lobo” que no acaba; y sea por morbo, por circo o quizás porque es más cómodo ponernos de acuerdo sobre lo que rechazamos que sobre qué es lo que queremos, lo que termina pasando es que no hay ninguna noción ni discurso sobre qué pasa con la izquierda actual. Y no hablo de partidos ni de representantes políticos; parece que toda idea que podemos tener sobre una “izquierda alternativa” quedó atascada en el movimiento del 15M, y ya hace más de 10 años. Pero lo cierto es que, al igual que las ideologías más reaccionarias han sabido adaptar su lenguaje a la era de internet, también lo han hecho las izquierdas, por mucho que las ignoremos.

El advenimiento de las redes sociales ha coincidido con una renovada obsesión por la identidad. Esto responde a dos factores: para empezar, una socialización basada en unas plataformas que hacen evidente que somos más de siete billones de personas en el mundo. Saltando de app en app y de perfil en perfil, es muy fácil entender que seguramente no somos tan especiales como queremos creer, aunque sea por suma, resta y estadística. Y en segundo lugar, resulta que el funcionamiento de estas plataformas entra directamente en conflicto con esto y basa todo su juego en la contradicción. Te obligan a buscar maneras de destacar a la vez que te muestran cómo es imposible. Y es que dicen que si no tienes que pagar, es que tú eres el producto. Facebook, instagram o twitter han acabado siendo grandes escaparates donde vendemos una imagen de nuestro yo a medida, tal como queremos que nos perciba el mundo.

Las generaciones que han crecido de la manija de las redes han tenido que decidir quiénes son antes de decidir qué es lo que quieren y por qué. Y es seguramente por eso que los discursos políticos han acabado fusionándose con tendencias estéticas como si se trataran de subculturas repartidas en mesas de la cafetería de un High School Musical. Incels, 4chan y memes de Pepe The Frog, tenemos clarísimo cómo ha funcionado esto por la derecha. Pero, ¿cómo se está transformando todo ello en las izquierdas? Aunque históricamente Tumblr ha sido el hogar de los “Woke”, los “social justice warriors” y los “special snowflakes” de la izquierda milennista, para explicar la generación Z nos centraremos en Tiktok. Si pasas bastante tiempo entrenando el algoritmo, enseguida ves que Tiktok es mucho más que coreografías y cringe hetero. Para muchos usuarios es, de hecho, un tipo de Pinterest en movimiento, donde se recrean fantasias más políticas de lo que nos pensamos.

Durante el pasado 2020, en especial durante el primer confinamiento, una fantasía escapista triunfaba en las redes: el cottagecore, o, una especie de “locus amoenus” zillennial. El cottagecore es la estética que recrea y romantiza un retorno de la vida en el campo, lejos de la ciudad, la contaminación y el capitalismo, haciendo moda de una forma de vida autosuficiente y eco-feminista. Vestidos largos, picnics y tazas de té, ranas, sombreros de paja, motivos florales, decoración rústica y pecas pintadas por toda la cara. Su pico de popularidad coincidió con los meses que medio mundo pasó encerrado en casa, un hogar que en muchos casos era el absoluto contrario de cottagecore: un piso pequeño, compartido por fuerza, en ámbito urbano y sin suficiente luz natural para alimentar ni una triste planta. La fragilidad del sistema se ha hecho más que evidente con la pandemia: crisis económica, ayudas saturadas, hambre y colapso. Y quizás es por eso que muchos jóvenes han canalizado la falta de expectativas económicas y laborales, el rechazo hacia un sistema que los rechaza y el miedo de un cambio climático y posible desastre natural que todo el mundo ignora hacia la solución más obvia: el retorno a la naturaleza, y, este deseo, convertirlo en identidad.

Avanzando hacia finales de año una de las tendencias más en vogue ha sido la del retorno de la “bimbo”. La estética “bimbo” reclama el estereotipo que relaciona la performatividad consciente de lo canónicamente femenino a principios de los 2000 (el color rosa, las minifaldas, el gloss y el rubio platino) con la ignoracia y la superficialidad. Ejemplos de bimbos históricas que seguramente conoceremos todos son Marilyn Monroe o Paris Hilton. Algunas tiktokeres de la generación Z han tomado esta “ignorancia” y la han hecho política. “La bimbo de la generación Z parece un poco cortita, pero en el fondo no lo es tanto porque es, de hecho, de la izquierda más radical”, dice la usuaria @chrissychlapecka en un Tiktok con más de 5 millones de visitas y 1,9 millones de likes. “La bimbo es protrabajadoras sexuales, antirracista, pro-lgtb+ y proaborto”, explica mientras se pone aún más gloss en los labios. La estética bimbo coincide de lleno con el retorno de la moda “y2k”, el estilo que se llevaba a principios de los 2000, aunque esto lo explicaremos otro día. Lo que plantea esta corriente de tiktok es una forma de rechazo a los ideales hetero-céntricos y andro-céntricos que siempre han relacionado lo poco masculino con la falta de valor trascendente o intelectual. Las chicas bimbo toman todo lo criticado, el maquillaje o la moda, y lo llevan a unos extremos similares al drag como forma de autoexpresión y de rechazo al sistema, como una especie de revolución punk rosa chicle.

Aunque todas estas nuevas tendencias son problematizables en sí mismas, tal vez valdría la pena empezar a fijarnos también en lo que sucede en los márgenes de las izquierdas. Porque, si hay una derecha “alt” que, por alguna razón, nos ha fascinado todos estos años, también hay una izquierda alternativa que se escapa de los discursos y praxis que creemos canónicos y a la que deberíamos tener en cuenta si de verdad queremos ser plurales. El hashtag #Leftist tiene actualmente más de 11,1 millones de seguidores y el hashtag #socialism tiene más de 500 millones de views. Quizás es hora de que nos preguntemos por qué seguimos inflando la burbuja del “fenómeno” de la derecha en las redes mientras vivimos sin saber absolutamente nada de lo que pueden encontrar realmente nuestras sobrinas en internet.

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