La crisis de 2008 y la del Covid-19 tienen en común la destrucción masiva de puestos de trabajo. En la de 2008 el sistema no fue cuestionado y cuando salimos constatamos que las desigualdades y la precariedad del mercado laboral se habían agravado.
Sin vacantes en las empresas, las políticas de empleo de la crisis del 2008 encontraron un filón en el autoempleo. Oíamos a hablar de la necesidad de “reinventarse”, y todo esto ocurría, en parte, por la emprendeduría, el talismán de la recuperación de los puestos de trabajo. Fue entonces cuando arrancaron programas como Catalunya Emprèn, Reempresa y múltiples servicios municipales dirigidos a los potenciales emprendedores.
El emprendimiento tenía un carácter fundamentalmente individualista y, si bien había iniciativas grupales, generalmente se trataba de una persona que ponía en marcha un negocio que, si consolidaba y crecía, generaría otros puestos de trabajo.
La creación de cooperativas continuaba siendo minoritaria y relegada a sectores concretos: agrícola, enseñanza y afines, consumo y algunos otros.
¿Qué ha hecho que a estas alturas, en esta nueva y tremenda crisis que está destruyendo negocios, cerrando empresas y dejando vidas a la intemperie, la economía social sea una alternativa mucho más presente, visible y, sobre todo, viable?
Seguramente han convergido diferentes factores y, personalmente me parecen relevantes los siguientes:
1) El impulso del cooperativismo por parte del gobierno de la Generalitat, bien dotado presupuestariamente desde el año 2016, que en el marco de la Aracoop ha creado los Ateneos cooperativos fuertemente arraigados en el territorio.
2) El resurgimiento del discurso anticapitalista, que ha visto en la economía colaborativa, una fórmula de distribución equitativa y justa de la riqueza y una herramienta de combate contra los excesos del capital.
3) El impacto de la digitalización de la economía, que requiere el establecimiento de redes entre iguales, desde el momento en que el acceso a los datos se democratiza y se abre a todo el mundo.
Ahora más que nunca se conectan de forma natural la emprendeduría y la economía social y solidaria, especialmente si facilitamos su encaje e informamos y formamos los potenciales beneficiarios en el cooperativismo.
Los servicios de emprendimiento que llevamos a cabo desde la Fundación Surt -en el marco de los programas Incorpora, Catalunya Emprèn i Impulsem- lo que hacen, están encontrando sinergias y conexiones muy interesantes con los servicios de economía social y solidaria que prestamos al Innobo de Barcelona Activa y constatamos que cada vez más personas emprendedoras se interesan por las fórmulas del cooperativismo para poner en marcha sus proyectos.
Así, como decíamos al principio, la crisis de 2008 no sólo no sacudió el sistema, sino que profundizó en sus desequilibrios. Por el contrario, pensamos que la crisis del Covid-19 está cuestionando el modelo económico y abre una ventana de oportunidad hacia otras formas de trabajo basadas en la colaboración y en la responsabilidad compartida, y nos apela a poner nuestro compromiso para incidir en el cambio.

