Contexto general de la obra de Foucault

La prolífera obra de Michel Foucault ha logrado encontrar la cifra de su recorrido quizás de manera tardía. En la entrevista realizada por Fornet-Betancourt en enero de 1984, Foucault indica de manera retrospectiva que el eje que animó sus investigaciones a lo largo de su vida fue la relación “Sujeto-Verdad”. Es decir, mostrar, “cómo en el interior de una determinada forma de conocimiento el sujeto mismo se constituía en sujeto loco o sano, delincuente o no delincuente, a través de un número de prácticas que eran juegos de verdad”.

Sin embargo, tras la publicación tardía de los seminarios dictados en el Collége de France entre los años 1971 y 1984 (trece volúmenes), los comentadores de su obra señalan una secuenciación de tres periodos de investigación: un primer momento dedicado a la clarificación de la relación del sujeto con el saber cuyas obras más importantes son la Historia de la locura en la época clásica (1961), El nacimiento de la clínica (1963), Las palabras y las cosas (1966), y La arqueología del saber (1969); luego un segundo momento enfocado en el análisis de los dispositivos de poder y sus efectos de subjetivación en obras como Vigilar y castigar (1975) o la Historia de la sexualidad: La voluntad de saber (1976); y un último periodo centrado en la reflexión ética, es decir, en la relación del sujeto consigo mismo y cuyas obras son Historia de la Sexualidad II: el uso de los placeres e Historia de la sexualidad III: la inquietud de si, ambas publicadas en 1984.

Para la ocasión de este artículo querríamos renunciar de manera explícita a la secuenciación de los periodos de investigación cifrados según el orden cronológico de las investigaciones de Foucault. Entendemos que puede resultar didáctico, a fines de exponer una biografía intelectual del autor, recortar un primer periodo dedicado a la indagación de la problemática del saber, un segundo periodo centrado en las prácticas de poder y un tercer momento que identifica un encuadre ético en las investigaciones de Foucault. La ocasión de esta renuncia tiene además una razón. La obra de Foucault tiene coordenadas de análisis histórico muy marcadas que secuencian periodos de desarrollo en los que se imbrican sus distintas investigaciones y obras para dar cuenta de procesos complejos en una textura que, no siempre puede analizarse conforma a la cronología de publicación de sus obras.

El análisis de la complejidad que Foucault busca comprender y exponer requiere de una conceptualización que permita un abordaje multidimensional; sin embargo, nos interesa subrayar que existe una continuidad explícita en el desarrollo de estas distintas investigaciones que concierne a los procesos de subjetivación que tuvieron lugar en la modernidad europea. Especialmente entre los siglos XVI y XIX, pero que puede extenderse como inquietud al propio tiempo en que Foucault escribía. Por poner un ejemplo, todo el análisis de las formas de subjetivación implicadas en las mutaciones de la economía política entre los siglos XVII y XIX, culmina con una referencia explícita al curso que estaba tomando la economía en los años 70. Del mismo modo, el análisis de la subjetividad que realiza en los cursos entre los años 1981 y 1984, en lugar de ser catalogado como un giro hacia la ética, entendemos que debe ser comprendido en la siguiente línea: mostrar como las formas de subjetivación que asumen los dispositivos de saber y poder en Europa a partir de la época moderna tienen una delimitación precisa. Son formas históricas que, si bien logran naturalizar un vínculo del sujeto y la verdad, en ningún caso supera los modos de subjetivación de otros periodos de la historia. En todo caso, podrán adaptarse, yuxtaponerse, amalgamarse, acelerarse entre sí o simplemente repelerse, pero esos vínculos, es decir, esas modalidades de vincularse a las verdades están siempre disponibles como técnicas de subjetivación.

No podremos ocuparnos aquí de todos estos aspectos, antes bien nos ocuparemos de delimitar la articulación especifica del sujeto y la verdad que Foucault encuentra en las sociedades europeas entre los siglos XVI y XIX para proponer como idea sintética de este periodo al concepto de Biopoder y la gubernamentalidad biopolítica.

El saber:

El vínculo entre el sujeto y la verdad es la cifra de un problema específico: como se articula la verdad del sujeto en el interior de un mecanismo de representación histórico; es decir, como la verdad del sujeto se constituye al interior de un paradigma que establece los criterios para delimitar lo normal, lo anormal, la locura o la sanidad. Por esta razón, la segmentación histórica de lo que comúnmente llamamos modernidad europea tiene en las investigaciones de Foucault una serie de sub-segmentaciones que se van desarrollando según los distintos modos de articular la representación de la verdad del sujeto. Así la época clásica o la baja modernidad puede diferenciarse de la modernidad europea que Foucault sitúa explícitamente en el siglo XIX.

En Hermenéutica del Sujeto Foucault señala que el comienzo de la baja modernidad o de la época clásica está definida por el cambio radical que se produce en el mecanismo de representación de la verdad del sujeto bajo criterios enteramente nuevos a nivel histórico. Lo que Foucault llama “momento cartesiano” define la ocasión en la que el vínculo del sujeto y la verdad se transforma por completo para definir un juego reglado del acceso del sujeto a la certeza de lo que es. Las reglas para la dirección del espíritu son en realidad un método universal de acceso a la verdad del sujeto. Ya no será necesaria la práctica, el ensayo, la inquietud interminable de la cura de sí mismo en la medida en que se opera en el mecanismo de representación de la verdad del sujeto un modo sistemático para acceder a la certeza del ser. La indeterminación de la existencia propia de la inquietud cede su lugar a una metafísica del conocimiento que estructura las reglas de acceso a la verdad del ser.

“Pienso, luego existo. Soy una cosa que piensa” era la cifra acabada del momento cartesiano. Sin embargo, Foucault se dedica a demostrar, en la Historia de la locura en la época clásica, como esa forma de racionalidad se construye expulsando de sí todo rasgo de exceso, polivalencia, disociación y enfermedad mental. La investigación de este aspecto excluido del mecanismo de representación de la racionalidad en la época clásica no configura un intento de demostrar la falsedad del paradigma abierto por Descartes, Galileo y Copérnico. De lo que se trata es de mostrar como los mecanismos de representación de la verdad comienzan a marcar históricamente los límites de lo pensable y lo decible en el ceno mismo del sujeto y su modo de ser.

A partir de esta coordenada sobre el sujeto y el saber (de si y de los otros) en la época clásica, se hace inteligible la importancia de las investigaciones de Foucault sobre los distintos modos de imbricación del saber metódico, el poder jurídico y la política. Nos resultaría imposible por razones de extensión desarrollar las características que asume el saber a partir de la época clásica (se recomienda una lectura de La arqueología del saber y de Las palabras y las cosas), pero es preciso retener que “la revolución copernicana” produce un tipo de subjetividad enteramente distinta en cuanto liga al sujeto a una representación certera de sí mismo y de las cosas que lo rodean.

El poder

Si el saber no es develamiento progresivo y acumulativo de lo real, sino antes bien producción histórica que establece vínculos “adecuados” entre las palabras y las cosas a través de mecanismos de representación de la verdad del sujeto; entonces la concepción tradicional del poder cuya característica general es la prohibición, debe ser repensada en sus transformaciones históricas conforme al modo de representación de la obediencia del sujeto a la verdad.

Para Foucault la vieja pregunta de la teoría política clásica ¿Cómo es posible que muchos obedezcan a uno? No puede responderse de manera ahistórica apelando al temor a la muerte como único instrumento de producción de obediencia. Antes bien debe atenderse al modo en que se van asociando las series que articulan los modos de la obediencia del sujeto a la verdad y los dispositivos de representación de la verdad.

La complejidad del poder entendido como redes interminables de observancia requiere de la revisión del supuesto sustancial del poder y la espada. Las tramas de poder se tejen con la lanzadera de la verdad como instrumento de producción de subjetividad, de un tipo de subjetividad. El saber, que a partir de la época clásica y en especial referencia a Descartes como quien hace nacer un nuevo tipo de vínculo del sujeto con la verdad científica, configura la positividad sobre la cual se moldea la subjetividad moderna.

Las características de un poder negativo cifrado en el dictum “tú no debes” poco a poco, entre los siglos XVII y XVIII dejará su lugar a un poder activo, productivo, útil, cuyo horizonte será el de la promesa de libertad y progreso. Los sujetos no obedecen por temor a la represalia, obedecen porque desarrollan un sí mismo articulado en el imperativo reflexivo de pensar su existencia, su finitud, y cuyo carácter utilitario les hace ponderar los beneficios de insertarse en una nueva configuración política que los concibe y los produce como sujetos de derecho.

La noción de sujeto, tal y como explica Foucault en la entrevista del 84, requiere ser elaborada antes bien como una forma móvil, versátil o dinámica que se encuentra ligada a los contenidos socioculturales o grupales de cada juego de manifestación de la verdad. No existe según Foucault una naturaleza humana que preexista al juego de dispositivos socioculturales en los que esta tiene lugar; por esta razón el análisis de los regímenes de subjetivación ocupa en la obra de Foucault un lugar privilegiado para comprender las formas de dominación y los límites propios del poder.

La idea de biopoder: saber y verdad

La idea de biopoder en la obra de Michel Foucault condensa de manera global este extenso proceso de investigación que realizó en sus obras precedentes. El término aparece por primera vez en su texto La voluntad de saber, aunque se encuentran referencias al concepto de tecnología biopolítica tanto en una conferencia realizada en Rio de Janeiro en 1973, como en el curso de 1976 en el Collége.

Foucault encuentra en la idea de biopoder la confluencia de dos series distintas y articuladas: por un lado, todo un conjunto de saberes que a partir de los nuevos métodos de investigación científica van a ir consolidando su eficacia para anticipar y controlar fenómenos naturales, y, por otro lado, una serie de mutaciones procedimentales que transformarán el viejo derecho soberano en una nueva analítica del poder. El encuentro entre estas dos series dará lugar a una gubernamentalidad enteramente novedosa en la historia.

En primer lugar, no se trata de plantear que es la primera vez que los fenómenos de la vida irrumpen en la organización socio-histórica de las ciudades europeas. Basta con considerar las oleadas epidémicas de la peste negra y cómo esta diezma gran parte de la población europea a finales del medioevo. De lo que se trata es de identificar de qué manera la vida, sus procesos complejos, ingresa a la vida sociopolítica como objeto de cálculo y administración. La vida, a finales del siglo XVIII comienza a tener esa doble posición en la que está ubicada en el exterior de la historia como su entorno biológico y asimismo en el interior de la historicidad humana penetrada por sus técnicas de saber y poder.

Este entrecruzamiento de tecnologías cuyo nombre general en la obra de Foucault es el biopoder, inventa la idea de población. La población como organismo vivo será el nuevo blanco de la racionalidad política. Su objeto de investigación y control, de disciplinamiento y anticipación. En consecuencia, el análisis de las poblaciones deberá tener en cuenta procesos de larga duración que a partir de los nuevos instrumentos de cálculo estadístico revelarán sus regularidades y anomalías: tasas de natalidad, tasas de mortalidad, la salud de la población, sistemas de prevención y cuidado de la vida, etcétera.

La población será el objeto de cuidado por parte del Estado moderno. La legitimidad política de la gubernamentalidad ya no será la de la sangre, la dinastía, la familia aristocrática, sino antes bien, su capacidad para hacer crecer las fuerzas vitales de la población. Traspaso del derecho soberano de matar a una liturgia del cuidado de la vida. Pero, además, traspaso de una concepción del poder como ley, como espada, a un poder que busca normalizar y estabilizar el carácter aleatorio de los procesos vitales. De este modo los mecanismos para producir obediencia ya no tienen como fondo el temor al castigo y la muerte, sino que se transforma focalizando en los beneficios de una vida en sociedad cuya clave no es tanto la ley, sino la norma. El cumplimiento de las normas no está motivado por el temor a la represalia, sino antes bien por la entera comprensión de los beneficios para el grupo que las cumple. De modo que la norma asume la característica de balizar los comportamientos en beneficio del colectivo y de uno mismo. La norma se presenta como método y certeza del comportamiento adecuado para alcanzar los fines propios y colectivos.

La norma tiene la característica de ser local, situacional, ad hoc. De este modo la obediencia no se configura bajo el signo de la espada, sino que se despliega en una distribución continua por todo el complejo social a través de aparatos que muestran con regularidad la utilidad vital de la obediencia. Los hospitales, la policía, los bomberos, las escuelas, como instituciones, o bien la economía, la natalidad, la longevidad, la salud pública, como discurso, constituyen los nuevos elementos de normalización de las conductas de la población. Una sociedad normalizada fue el resultado histórico de una tecnología de poder centrada en la vida.

Así, la estatización de lo biológico se cifra en el sintagma “hacer vivir y dejar morir” y la muerte ya no es el símbolo de un poder represivo, es tan solo el índice de mortalidad razonable para un Estado que debe administrar la vida. La muerte es el indicador que refuerza la positividad de la política que está centrada en la vida. Un poder que ya no se ejerce sobre la muerte, sino sobre la mortalidad (su conversión estadística) reagrupa y redirecciona los efectos de masas. Procura controlar la serie de acontecimientos riesgosos. Es una tecnología que procura controlar su probabilidad y compensar sus efectos buscando recuperar la homeostasis de su población. Procura la seguridad del conjunto respecto a sus peligros internos. No es que el temor a la muerte no juegue su papel, está siempre como el anverso irrevocable de la vida, de lo que se trata es que la muerte, el temor a la muerte violenta por parte del Estado no configura el dispositivo de legitimidad de la obediencia.

La novedad del concepto de biopolítica se aprecia con claridad a contraluz del poder monárquico. Un poder cuyo sintagma se refiere a “hacer morir y dejar vivir”. En síntesis, a partir de finales del siglo XVIII y por la articulación de estas dos líneas de intervención efectiva, la disciplina individualizante y la biopolítica de las poblaciones, el poder de matar y dejar vivir se transforma en un poder destinado a producir fuerzas, a hacerlas crecer, a ordenarlas. Es entonces un poder que se transforma. Sus procedimientos represivos dejarán su lugar para convertirse en un poder administrativo de la vida. Y, en consecuencia, la sujeción del sujeto se producirá al interior de todo un mecanismo en el que, mediante un juego de representación de la verdad de la vida, su sentido, su valor, su finalidad y su finitud, se presenta como libertad y derecho.

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