Fatou (nombre ficticio) nació en Senegal y tenía tan sólo unos meses de vida cuando le practicaron la mutilación genital femenina. «A pesar de que no recuerdo el momento en que me lo hicieron, crecí sabiendo que me habían practicado la ablación. Esto se sabe, porque forma parte de nuestra cultura», dice. «Yo creía que era normal no tener clítoris», añade.

No fue hasta que comenzó a ser sexualmente activa cuando se dio cuenta de la repercusión que tuvo la ablación. «Cada mujer es un mundo y le afecta de manera diferente. También depende del tipo de ablación que te hayan hecho. En mi caso, yo sí que sentía placer en el momento de tener relaciones sexuales, pero sentía que tenía limitaciones. No sentía todo lo que podía sentir. Otras chicas que conozco no han tenido nunca un orgasmo por culpa de eso», explica.

Ante las limitaciones que tenía a la hora de disfrutar plenamente de sus relaciones sexuales, Fatou comenzó a informarse sobre las operaciones de reconstrucción genital postablación. Así descubrió el programa de la Fundación Dexeus Mujer, que ofrece esta operación de forma gratuita desde el año 2007, y el pasado mes de noviembre se operó. Se trata de una intervención quirúrgica que dura unos 45 minutos y su objetivo es restituir anatómicamente el clítoris y otros órganos afectados, así como recuperar su aspecto y capacidad sensitiva, que se consigue en más del 75% de los casos.

Fatou aún no ha tenido relaciones sexuales desde la operación, y no sabe qué cambios le habrá supuesto, pero anima a que hagan lo que hizo ella las mujeres que sufren limitaciones en el aspecto sexual y que no puedan hacer una vida completamente normal debido a la ablación. «Si antes no sentías nada, siempre irá a mejor», dice.

116 mujeres se han beneficiado de la reconstrucción postablación

Desde su puesta en marcha y hasta enero de 2021, la Fundación Dexeus Mujer ha atendido 173 pacientes, y ha practicado la reconstrucción a un total de 116 mujeres. El Programa está liderado por el Dr. Pere Barri Soldevila, que fue el primer médico que realizó este tipo de intervención en España. Según explica Barri, la operación de reconstrucción supone un gran paso para que las mujeres que han sufrido ablación se sientan mejor con su cuerpo y ganen confianza y autoestima en sus relaciones.

“Muchas veces, nos encontramos que las mujeres que atendemos tienen una afección psicológica debido a la ablación. Alrededor de un 30% de las mujeres que nos visitan sufren depresión, insatisfacción sexual o inadaptación social, entre otros”, explica. Estas afectaciones, dice, caen de forma significativa después de la operación.

Según el ginecólogo que lidera la iniciativa, la mujer mutilada que vive aquí está más afectada psicológicamente que la mujer que vive en un estado africano rodeado de situaciones idénticas o similares a la suya. En este sentido, Barrio destaca la importancia de hacer un buen acompañamiento psicológico. «Hacemos una evaluación psicológica de la paciente antes y después de la operación, al cabo de unos 4 o 6 meses de la intervención quirúrgica», explica.

La Fundación Dexeus Mujer recibe cada año peticiones de pacientes procedentes de otras comunidades autónomas, como Madrid, Aragón, Canarias, Valencia y País Vasco, aunque un 65% de las pacientes residen en Catalunya, y viven mayoritariamente en Barcelona o Girona. Por países de origen, un 25% han nacido en España, un 25% en Senegal, un 10% son de Gambia y un 9% de Mali. El resto de pacientes proceden mayoritariamente de otros países africanos, como Costa de Marfil, Guinea, Guinea Bissau, Nigeria, Burkina Faso, Etiopía, Egipto, Ghana y Kenia.

La MFG, en cifras

La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que actualmente hay en el mundo más de 200 millones de mujeres y niñas que han sido objeto de la mutilación genital femenina (MGF) en los 30 países de África, Oriente Medio y Asia donde se concentra esta práctica, que se considera una violación de los derechos humanos. Aunque la MGF está prohibida en algunos de estos países, como Senegal, Sierra Leona, Uganda o Kenia, esta prohibición muchas veces es más teórica que efectiva. En la mayoría de los casos, la ablación se practica en la infancia, en algún momento entre la lactancia y los 15 años.

La OMS indica que la MGF no aporta ningún beneficio y que puede provocar dolor intenso, fiebre, inflamación de los tejidos genitales, hemorragias graves, problemas urinarios, infecciones como el tétanos, problemas menstruales, problemas vaginales y problemas sexuales, además de trastornos psicológicos. A largo plazo, también puede causar problemas de fertilidad, complicaciones durante el parto y, incluso, la muerte del niño.

Según el informe La Mutilación Genital Femenina en España de 2020, promovido por la delegación del Gobierno contra la Violencia de Género y elaborado por la Fundación Wassu-UAB, más de 3.600 niñas que residen en España se encuentran en riesgo de sufrir la mutilación genital. Una cifra que ha aumentado un 5% en los últimos cuatro años, y que afecta fundamentalmente a niñas procedentes de países como Nigeria, Senegal, Gambia, Guinea o Ghana.

«Es una práctica que al principio se hacía a escala local, según el grupo étnico, pero en los últimos años ha pasado a ser global, y con los movimientos migratorios se ha ido extendiendo», destaca Nieves Aliaga, coordinadora de proyectos de la Fundación Wassu. Esta Fundación es una entidad sin ánimo de lucro que trabaja en el ámbito transnacional, tanto en países de origen como Gambia, Senegal o Kenia, como en Catalunya, que es uno de los principales destinos migratorios en España de la población procedente de estos países. «Del total de población de estos países donde se practica la mutilación genital femenina, el 39% se encuentra en Catalunya, seguido de Madrid y Andalucía», señala Aliaga.

Prevalencia de la MGF en los diferentes países africanps | Font: Fundació Wassu-UAB, con cifras de UNICEF del 2020

La importancia de la prevención

La Fundación Wassu encarga de formar profesionales de atención primaria en todo el estado en materia de prevención ante la mutilación genital femenina. «Son los que están en primera línea y tienen una relación de confianza con las pacientes. En ellos también recae la tarea de prevención en otros temas de salud pública. Por lo tanto, pensamos que no es necesario inventar ningún circuito nuevo, sino utilizar los circuitos ya existentes, como es la visita de un pediatra, un médico de familia o de un trabajador social», explica la coordinadora de proyectos de la entidad.

En este sentido, desde la Fundación se promueve una formación constante de los profesionales, ayudándoles a desarrollar habilidades interculturales ya saber cómo abordar correctamente el tema, así como entender qué significa hacer prevención. «Muchas veces, se piensa que la prevención se hace en el momento que se detecta un viaje al país de origen para practicar la ablación, y no es así, en este momento ya hemos hecho tarde. La prevención debe comenzar cuando una mujer se queda embarazada de una niña», explica Aliaga.

Según explica la coordinadora de proyectos de la Fundación Wassu, tanto en el ámbito catalán como en el estatal hay un protocolo que marca las líneas de coordinación entre los servicios que intervienen en la prevención, pero el contenido cualitativo de este protocolo se basa en la formación de los profesionales de atención primaria. «Si los profesionales no están formados o la formación no es la correcta, las actuaciones pueden ser de carácter más punitivo o actuando desde el miedo, y no desde la comprensión», señala.

«La prevención implica escuchar a la persona que está delante, que es una mujer, un padre, una niña. Escuchar los motivos que los llevan a perpetuar la práctica, entenderlos, intentar no caer en prejuicios ni estigmas y, a partir de ahí, establecer este diálogo intercultural de escucha activa e intentar cambiar esta percepción», añade Aliaga. La prevención no es una tarea que pueda hacerse de la noche a la mañana. «Por mucho que nosotros vemos claramente que esta práctica es perjudicial para las niñas y las mujeres, tal vez la percepción de la familia no es esta. La prevención es un trabajo de largo recorrido», destaca.

Un tabú para la familia

Uno de los objetivos de la Fundación Wassu también es promover el empoderamiento de las mujeres y que estas no sean vistas como víctimas, sino como supervivientes. En este sentido, Aliaga destaca que hay que encontrar un espacio donde las mujeres se puedan abrir y se sientan cómodos. «Ellas tienen un tabú, pero los profesionales también lo tenemos a la hora de hablar de esta práctica. Hay que ver cuáles son las carencias en el acompañamiento de las mujeres, como se las puede ayudar, cómo abordar el tema con normalidad, sin culpabilizar. Porque muchas mujeres viven con la práctica y con la culpabilidad de haberselo hecho a sus hijas porque pensaban que era lo mejor», explica.

Y es que el tabú sobre la ablación está muy presente en la familia. La Fatou explica que ningún miembro de su familia sabe que ella ha hecho la reconstrucción postablación. «Yo no lo he hablado con ellos ni lo haré nunca», explica. «De puertas afuera no tengo ningún problema en hablar de ello, pero con la familia no lo hago. Y creo que la mayoría de mujeres tampoco lo hacemos. Es un tema muy incómodo», dice Fatou, que considera que, si su familia supiera que se ha hecho la intervención, les parecería «extraño». «Han crecido con esta mentalidad desde muy pequeñas. Esto no lo puedes cambiar en un santiamén. Quizás podrías convencer a tu madre, pero no puedes convencer a tus abuelas, a tus tías, a toda la comunidad… Siempre habrá gente que lo critique y lo vea mal. Siempre te señalan con el dedo», apunta. Por eso, dice, lo único que se puede hacer es “mirar adelante”.

Cada vez más cerca de la erradicación

Para Fatou, la erradicación de la mutilación genital femenina es cuestión de tiempo. «Es una práctica extremadamente machista. En África tenemos muchos problemas en este sentido. Todo lo que sea limitante para la mujer, tan intelectualmente como desde el ámbito del placer, se ha hecho siempre. Sin embargo, creo que cada vez estamos más cerca de la erradicación», explica. Según ella, hay personas muy arraigadas a esta cultura de la ablación, a las que cuesta mucho hacer cambiar de opinión, pero «las niñas y las madres están despertando, hay muchos movimientos en contra de esta práctica», afirma.

«Las que hemos tenido la mala suerte de pasar por eso no lo podremos cambiar. Lo único que podemos hacer es evitar que las futuras generaciones pasen por el mismo», remarca Fatou. «Y yo creo -añade- que estamos yendo por el buen camino. Con el tiempo, las personas con una mentalidad más estancada verán las consecuencias negativas que tiene esta práctica en las mujeres».

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