Bajo el cielo azul, un muro blanco manchado de la sangre roja de los ejecutados en el cementerio Père Lachaise de París el 28 de mayo de 1871. El pintor estadounidense Kevin Larmee nos muestra así un contraste cromático que va más allá del simbolismo de la bandera tricolor francesa. El tono cálido y dinámico del rojo, toma protagonismo en homenaje a los communards caídos, al tiempo que pone en valor el color rojo surgido durante la revolución de 1848, recuperado como emblema por los revolucionarios parisinos en la insurrección de la Comuna de París (1871).

Este año se cumple el 150 aniversario de un hecho histórico que a pesar de su corta duración determinaría a medio y largo plazo la lucha en favor de los derechos sociales y políticos de la ciudadanía. La Comuna es sin lugar a dudas, el preámbulo de las revoluciones sociales posteriores y un referente del empoderamiento, la cooperación y la autogestión ciudadana. Un legado del pasado que hoy, en plena regresión de derechos sociales, civiles y laborales, sigue bien presente.

De hecho, una de las causas que explica el estallido de la Comuna fue el problema de la vivienda en el marco de la remodelación urbanística de París. Durante el Segundo Imperio, Napoleón III se inspiró en las reformas urbanísticas de Londres para edificar casas más altas y salubres en calles más anchas en contraste con las casas bajas ubicadas en callejones estrechos y sinuosos, poco ventilados y húmedos que a mediados del siglo XIX aún conformabanel trazado del núcleo urbano parisino de origen medieval.

El movimiento migratorio campo-ciudad incrementó la población urbana que se vio condicionada por las limitaciones del espacio. Las aglomeraciones favorecieron la construcción de un relato lleno de prejuicios por parte de la prensa conservadora que asociaba miseria con delincuencia y estigmatizaba los barrios populares. Eran las mismas calles, casi inexpugnables para el ejército, que habían sido el escenario del levantamiento de adoquines, construcción de barricadas, tiempo de espera, enfrentamientos y esperanzas frustradas durante las jornadas revolucionarias de 1830 y 1848.

El emperador encargó un ambicioso proyecto a George- Eugène Haussmann, prefecto de París entre 1853 y 1870. Había que hacer de la necesidad virtud y aprovechar la ocasión para transformar París, la segunda ciudad más poblada de Europa, en la ciudad más “moderna” y al mismo tiempo más “segura”. Un espacio urbano adaptado a los nuevos signos de los tiempos con edificios oficiales, bulevares, residencias para las clases acomodadas, avenidas para desfiles militares y calles anchas convenientemente diseñados para reprimir con eficacia cualquier alboroto de quintas, motín de subsistencias o revuelta popular con pretensiones de cuestionar el nuevo orden burgués establecido.

La reforma urbanística originó en poco tiempo una trama clientelar de constructores, promotores inmobiliarios y funcionarios de la administración. La prevaricación, las comisiones y la corrupción estuvieron a la orden del día mientras crecía el endeudamiento público fruto de la expropiación y el derribo de viviendas. Demoler para construir residencias con precios de venta o alquiler inasumibles para las clases trabajadoras de los sectores obreros, los empleados en el servicio doméstico y del comercio, hasta los artesanos de oficio degradados debido a la proletarización industrial.

El resultado de las prácticas especulativas produjo la gentrificación de los barrios populares del este de París (Montmatre, Belleville,…) y en consecuencia, la expulsión de las familias de extracción social más baja obligadas a desplazarse de los espacios vividos hasta entonces.

El cráter de la fractura social adquirió unas dimensiones colosales en los últimos años del Segundo Imperio. Al problema de la vivienda había que añadir el alza de precios de los productos de primera necesidad, el incremento del paro y la segregación del espacio urbano centro-periferia según el poder adquisitivo. En los nuevos barrios de los desplazados, las clases trabajadoras desprovistas de sus antiguos oficios artesanales y sometidas a unas duras condiciones de vida surgió un sentimiento de pertenencia comunitaria donde se gestaría el movimiento de los communards influenciados por Proudhon, Blanqui y las bocanadas de la Internacional. Era necesario ir más allá del sueño cabetiano y su Icaria.

En el contexto de la guerra franco-prusiana (1870), la fractura entre ricos y pobres aún se abrió más. Mientras los primeros huyeron hacia las residencias del campo, los segundos se vieron obligados a sufrir el asedio del ejército prusiano con privaciones, hambre y pérdida de vidas.

La derrota de los franceses en Sedán y la captura de Napoleón III precipitó la caída del imperio y el advenimiento de la Tercera República en Francia. Sin embargo, la incapacidad del jefe del gobierno francés Adolphe Thiers ante las pretensiones del canciller prusiano Bismarck en las negociaciones de paz, sumado a las medidas impopulares decretadas por el gobierno Thiers y la Asamblea Nacional, crearon un clima proclive para la rebelión. El choque entre las autoridades y la guardia nacional por el traslado de unos cañones fue el detonante para la insurrección y la proclamación de la Comuna de París. El poder real de la calle desplazó al poder legal y obligó Thiers a huir de París con sus fuerzas leales para instalarse en Versalles.

Fue entonces cuando la Comuna se constituyó como poder municipal autónomo siguiendo los principios del federalismo y la democracia directa. Las políticas activas llevadas a cabo desde el gobierno comunal incidieron en todos los ámbitos: control de los precios de los productos básicos; creación de cooperativas de producción, distribución y consumo; expropiación y reapertura de talleres para dar trabajo a las mujeres; comedores sociales; salario mínimo; igualdad de salario entre hombres y mujeres; acceso y dignidad del trabajo con prohibición de sanciones laborales y reducción de la jornada laboral; prestación de pensiones para viudas y huérfanos; prohibición de desahucios; incautación y ocupación de viviendas abandonadas; recaudación igualitaria; enseñanza laica y gratuita; nacionalización de los bienes de la Iglesia; libertad de expresión, opinión y reunión; sufragio universal; derechos de los inmigrantes; participación ciudadana en las asambleas de barrio; cultura y arte accesible al conjunto de la población; igualdad ante la ley; sanidad pública.

Un conjunto de medidas de los federados que eclipsaron el gobierno republicano liberal conservador, constituyendo por primera vez en la Historia un modelo de sociedad igualitaria alcanzado desde la autonomía del poder local. Nunca antes se había hecho tanto, en tan poco tiempo y para tanta gente.

La primavera comunal sufrió una durísima represión militar del gobierno de Versalles. A finales de mayo de 1871 se restableció el orden burgués cortando de raíz los logros conseguidos por la Comuna. Las raíces, sin embargo, no tardaron en brotar y algunas de las propuestas comunales se convirtieron en el legado de la República francesa en el mundo.

Siglo y medio después en el contexto de la crisis generada por la pandemia, la pobreza heredada o sobrevenida van en aumento, en paralelo al riesgo de exclusión social y la emergencia residencial. El legado de la Comuna continúa…

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