«En politique, il est nécessaire de trahir soit son pays, soit l’électorat. Je préfère trahir l’électorat» (Charles de Gaulle).

Esta frase, atribuida al general De Gaulle, uno de los personajes europeos más importantes del siglo XX, me ha hecho pensar muchas veces sobre la gran complejidad de los procesos políticos y sobre la toma de decisiones políticas en determinados momentos de la historia de las naciones. Me hizo entender, de manera práctica, una parte de la definición del Dr. Isidre Molas sobre los partidos políticos cuando precisó que estos han «ordenar sacrificios entre su proyecto y la realidad del país».

Así lo hizo el general De Gaulle en determinados momentos de la historia francesa y, en especial, en el tema, dramático en muchos aspectos, de Argelia, que todavía sigue siendo una herida abierta en la sociedad francesa. De Gaulle fue conducido al poder para asegurar la «francesidad» de Argelia y, meses después, pilotar la independencia nacional de Argelia, abriendo el proceso inexorable de la «segunda descolonización» que afectaría especialmente el continente africano. 

De Gaulle tuvo muchas virtudes a la hora de gobernar, pero yo siempre he destacado dos: su determinación y su gran capacidad de aplicar el principio de realidad por encima del de idealidad. Es en este contexto como debemos entender esta famosa cita atribuida, que unos utilizan para volver a decir que «los políticos siempre mienten», y otros, como yo, la entendemos como el ejercicio de discernimiento y sacrificio que deben hacer los hombres políticos que aman más a su país que a ellos mismos, y que saben que su primera misión, como servidores públicos, es hacer que avance por los caminos del bien común, de la unidad y cohesión social. Los políticos que saben hacer bien este discernimiento son pocos, como son pocos los que saben hacer de la política un verdadero «arte de la convivencia y justicia».

Desde la noche misma de los resultados electorales me he preguntado con insistencia sobre cuál será el camino que tomará ERC, sus líderes, en las próximas semanas. Por todo lo dicho durante la campaña electoral y, especialmente, con la firma -creo que forzada- de no pactar nada con el PSC, el camino elegido será nuevamente mantener el pacto con Junts per Catalunya (JxC) y, además, ahora, con la CUP. Me cuesta mucho imaginar cuatro años más de desbarajustes, de incompetencia, de peleas permanentes entre los tres partidos, cuatro años más de desgobierno, y me da escalofríos encontrarme con la CUP, que ha pedido públicamente la Consejería de Interior, dirigiendo los 17.000 mossos d’esquadra, así como imponiendo determinadas medidas económicas y sociales que no harán otra cosa que empobrecer, cerrar y retrasar más y más nuestro país. 

No puedo imaginarme mi país nuevamente gobernado por personas interpuestas; en fin, con tres partidos permanentemente a degüello, dejando que la gestión vaya degradándose y gangrenándose.

No puedo entender cómo estos dirigentes que dicen que aman su país no se dan cuenta de la dificilísima situación que vivimos y que va mucho más allá de la pandemia. No puedo entender como no ven el empobrecimiento de la Cataluña rural y su desertización. No puedo entender como no ven la caída de la industria y el comercio, la precarización del empleo, el empobrecimiento de las clases medias y el aumento alarmante del número de pobres absolutos. No puedo entender cómo mantienen la pasividad ante la caída libre de las universidades y los institutos de investigación. No puedo entender la alarmante degradación del pluralismo de los medios públicos de comunicación de Catalunya. En serio, no lo puedo entender.

Sé que con el actual JxC, desgraciadamente, ya no se puede hacer nada, y menos ahora con la desaparición del PDECat. Ya no tenemos un centro-derecha nacionalista con ganas de resolver el conflicto catalán, y cada vez más me vienen a la memoria los intransigentes carlistas que, en el siglo XIX, tanto y tanto dolor y tanta miseria llevaron a Catalunya. No hay nada que hacer, con ellos, porque han decidido el camino del todo o nada y, además, se lanzan a la montaña. Y en la vida política, y además en este mundo tan difícil, todo es demasiado complicado y complejo como para hacer política de esta manera.

Ante este panorama, veo solamente posible que ERC opte por el camino de la responsabilidad y el futuro ante el caos y el declive de nuestro país. ERC ya demostró, en su momento, un sentido y compromiso político inteligente e institucional cuando permitió que Pedro Sánchez ganara la investidura, convirtiéndose en un aliado decisivo durante la legislatura. No fue fácil de convencer a sus bases, pero vieron -a diferencia de JxC– que lo mejor para los catalanes era precisamente tener un presidente como Sánchez y empezar a establecer puentes de diálogo y negociación.

Ahora también ERC debe decidir. Discernir y preguntarse: ¿qué es lo mejor para Catalunya? «Política significa pedagogía», decía Rafael Campalans, líder histórico de la Unió Socialista de Catalunya. Es el momento que ERC haga pedagogía a sus bases y que, más allá de su proyecto histórico, mire la realidad actual de Catalunya y entienda que en este momento toca un pacto de gobierno con el PSC y con Comuns.

Con el PSC comparte -en términos generales- un mismo proyecto y valores de carácter económico y social, aspectos esenciales que disienten de los de JxC y las CUP. Es evidente que no comparten la independencia de Catalunya, pero sí la definición de Catalunya como nación y el catalanismo como punto de encuentro para construir un país unido y de futuro. No comparten tampoco el proceso vivido en Catalunya durante esta década, pero pueden compartir el análisis de la situación actual y, en general, es más fácil compartir la visión del presente que las visiones que hacen referencia al pasado.

Ahora bien, en el PSC tampoco le será fácil aceptar un acuerdo de este tipo. Ahora que el PSC ha recuperado una buena parte del electorado perdido durante la década pasada, ahora que el PSC vuelve a ser el referente de un perfil de votantes, puede tener el temor de perderlos nuevamente, como ocurrió tras el primer tripartito. Las frases de De Gaulle y de Rafael Campalans le son también aplicables. El PSC también ha de discernir lo que es mejor para el país y no tener miedo de asumir sus responsabilidades.

Catalunya necesita este entendimiento porque junto a la recuperación social y económica también necesitamos sentar las bases de una reconciliación de los catalanes para saber convivir en libertad y con respeto mutuo. La división del país en dos bloques, las manifestaciones de supremacismo de sectores de JxC y del Front Nacional de Catalunya (FNC), así como la emergencia -en el otro extremo- de VOX con el españolismo más rancio y falangista, son dos novedades muy preocupantes que no harán más que agravar y promover políticas identitarias extremas, con las tensiones y rupturas que ello supone.

Estamos en un momento clave: podemos desbaratar definitivamente el país, o podemos sentar las bases para la reconciliación y la reconstrucción. Este es el dilema de ERC y del PSC. ¿Estarán a la altura histórica del momento?

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