A finales de julio de 1909 las humaredas espesas dibujaban una fina neblina sobre Barcelona. Durante una semana los fuegos de virutas de los edificios religiosos, los adoquines amontonados y los enfrentamientos con las tropas del ejército y la policía evidenciaron el malestar popular contra la violencia estructural de un Estado que obligaba a los jóvenes (quintos) y los reservistas de las familias más humildes y pobres a embarcarse hacia la Guerra de Marruecos. Madres, maridos e hijos aún tenían muy presente la roedura emocional que provocó la derrota de Cuba (1898). El desánimo, el agravio comparativo con los hijos de las clases acomodadas que habían comprado su exención, la impotencia y la rabia se desataron después de una huelga general que derivó en un movimiento revolucionario.
Una veintena de chicos de entre 12 y 19 años levantaron una de las primeras barricadas en la calle de Sant Antoni, tal como lo habían visto hacer. Tal como lo hacían los adultos. Por mimetismo, entre el juego y el ritual como recordaba Aldofo Bueso:
“Uno de los chicos propuso levantar una barricada. ¿Contra quién? pregunto uno. – Por ahora contra nadie pero ya veréis como nos atacarán”. (Recuerdos de un cenetista: de la Semana Trágica a la Segunda República 1909-1931. Ariel, 1976)
Desde París, el diario L’Humanité, fundado en 1904 por Jean Jaurès, se hacía eco de los disturbios originados por la protesta antimilitarista y anticlerical en las calles de la Rosa de foc así como también de las consecuencias que se derivaron. Los ojos de los intelectuales franceses más comprometidos socialmente centraron la mirada en lo que pasaba en el país vecino. Indignados por la represión, pero a la vez esperanzados viendo como el movimiento obrero entraba en su mayoría de edad kantiana.
En la ciudad del Sena también hacía pocos meses que el antropólogo Arnold van Gennep había publicado la obra Les ritus de passage (1909), donde explicaba que cada sociedad dispone de su rito de iniciación para hacer el tránsito entre la adolescencia y la edad adulta. Según Gennep las creencias, el entorno y la cultura marcan el cómo y el cuándo hay que hacer el cambio de etapa. Un tipo de renacimiento segmentado en tres fases: una de separación, una de liminar y otra de integración.
Los planteamientos de Gennep hay que contextualizarlos en los cambios sociales derivados de la segunda revolución industrial y la primera gran crisis del capitalismo de 1873 con sus retoños (1882, 1890, 1900 y 1907). En el mundo anglosajón primero y posteriormente en el resto de países occidentales, los más jóvenes retrasaron su incorporación al mundo laboral, pasando de las hileras del trabajo en cadena fordistas a las filas de las aulas escolares.
El pedagogo y psicólogo Stanley Hall fue el primero en hablar sobre la psicología de los jóvenes (Adolescence, 1907). Siguiendo el principio de evolución biológica darwiniano elaboró una teoría a partir de la cual la estructura genética de la personalidad lleva incorporada la historia del género humano. Así pues, para Hall durante la adolescencia se abandona el estado primitivo y se entra en un nuevo estado complejo y turbulento en el que aparecen los rasgos más evolucionados que nos configuran como humanos.
Sea como sea, si hay una palabra que define la adolescencia, esta es cambio. En todos los niveles: físico, hormonal, psicológico y social. Una etapa vital en un mundo, el de hoy, también en estado permanente de cambio.
Como dice el doctor y psiquiatra, Javier Quintero: “los cambios sociales están modelando a los adolescentes de un forma muy diferente hasta como habían sido hasta ahora”. (El cerebro adolescente. Una mente en construcción. 2020).
La pregunta es si los adultos estamos preparados para entender y comprender los adolescentes de hoy. Esto nos lleva a repensar la relación social asimétrica entre el mundo adulto y los adolescentes.
La artista Tànit Plana (Puber, 2020) nos propone a través de su obra acercarnos a las y los jóvenes de hoy. Acercarnos y escuchar la púber generación que late con sus anhelos y sus frustraciones.
Necesitamos redefinir el concepto de generación, rehuyendo del marco mental adultocéntrico. Y hay que hacerlo estableciendo la relación de los postmilenistas con un tiempo a caballo entre el pasado y el presente. Una época, tras el fin de la historia, en la que los elementos nuevos y los viejos conviven y se reformulan mutuamente sin parar.
Desde hace un año vivimos en un contexto de pandemia sostenido en el tiempo que ha acentuado la crisis económica, con un paro juvenil que se ha disparado al 40%. Los jóvenes que han conseguido entrar en el mercado laboral se encuentran en unas condiciones muy precarias, con contratos temporales, salarios bajos y precios elevados en el alquiler de la vivienda.
La crisis, pues, no ha hecho más que complicar el acceso al mundo laboral y frustrar las expectativas de emancipación de una generación que ha crecido entre la crisis de 2008 y la actual. Una generación vulnerable, sin futuro, frustrada, amordazada y estigmatizada cuando levanta la voz y expresa su malestar contra un Estado y un mercado que los aprisiona en vida.
Hartos de tanto y de todo, despreciados por la adultocracia y excluidos en una sociedad donde su proyecto vital no encaja, los nativos digitales encuentran en la calle lo que les falta en el entorno virtual, un sentimiento de pertenencia presencial a una misma clase de edad, entre iguales. Unidos por una causa común.
Estos días, a raíz de la detención y el ingreso en prisión del rapero Pablo Hasél, hemos visto como las calles de la Rosa de foc se han vuelto a iluminar de noche con hogueras y barricadas. El asunto Hasél ha sido un hecho coyuntural en el marco de una regresión de derechos que padecemos hace tiempo, pero lo suficientemente caliente para encender la chispa de un problema latente que ha removido las emociones y los impulsos de nuestros jóvenes maltratados por la violencia estructural.
Como los jóvenes de otras generaciones, desde la Semana Trágica de 1909 al Mayo del 68 francés, cada adoquín amontonado, cada fuego encendido, cada cristal roto constituye una especie de ceremonia que cohesiona como generación. No nos quedaremos parados en el síntoma. Movámonos, aprovechemos la oportunidad. La juventud siempre ha estado la llave en todos los procesos de cambio histórico.
Una sociedad que mutila los ojos de su juventud es una sociedad, ciega e incapaz para encarar los retos del presente. Apacigüemos nuestra amígdala y dejemos que los adolescentes desarrollen la suya. Hacen falta respuestas valientes, mediadoras y propositivas, no titulares e imágenes sensacionalistas para vender más periódicos y ganar audiencias.
Sous le pavés, la plague!, decían los estudiantes franceses el Mayo del 68. Esperaban encontrar la arena de la playa bajo los adoquines. Esperaban encontrar un futuro mejor.
Reflexión. Nos jugamos tanto que nos lo jugamos todo como sociedad.

