El primer gran titular que los principales medios han extraído de las últimas elecciones catalanas fue la victoria del independentismo con más del 50% de los votos. Ciertamente, los partidos independentistas supieron movilizar su votante, un hecho clave en unas elecciones marcadas por una triple crisis, política, económica y sanitaria, que provocó una desmovilización masiva con unos niveles de abstención muy elevados. En todo caso, la multiplicidad de factores que han intervenido en estas elecciones recomiendan evitar lecturas simplistas como las que hacía el candidato de Ciudadanos afirmando que su electorado se había quedado en casa. El hecho es que no hay mejor encuesta, ni más legítima, que unas elecciones y los partidos que abanderan lo que moviliza a la ciudadanía son los que obtienen mayor representación. Por lo tanto, a la vista de los resultados, hay que decir que en Catalunya el eje nacional es el que más ha interpelado y movilizado a los ciudadanos. Del mismo modo que se constata la hegemonía de los partidos que han protagonizado el llamado proceso, siguen sumando mayoría de escaños desde hace cuatro elecciones.

Hay otro mensaje que han dejado las urnas que no quisiera llamarlo “segundo”. En un era dominada por lo que los expertos en comunicación política llaman “marcos mentales” no quisiera dar a entender que un hecho se subordina al otro. En un artículo anterior comentaba que nos encontrábamos en un momento de cambio de ciclo político en Catalunya. Efectivamente, las elecciones parecen haber confirmado este cambio. Por primera vez, dos fuerzas políticas (auto) ubicadas a la izquierda como son ERC y el PSC han sido las más votadas en unas elecciones autonómicas en Catalunya. Si bien es cierto que Junts ha sacado un resultado muy similar con escaños, no así en votos, creo que se puede hacer una lectura en clave “victoria de la izquierda” en el campo de las ideas.

Las urnas han dejado un doble mensaje. Nos encontramos en unas semanas donde los partidos tienen que responder a la siguiente pregunta: ¿Y ahora qué? Más allá de la lectura de los resultados, lo que es fundamental es hacia dónde nos llevarán. En un contexto donde no hay mayorías absolutas y con tantos partidos con representación parlamentaria, las lecturas cuantitativas de los resultados (en cuanto diputados tiene cada uno) no son tan importantes como de lecturas cualitativas (como maximizar la utilidad de los diputados que cada partido tiene). Aquí me gustaría destacar una idea capital. En escenarios políticamente fragmentados gobierna quien menos veta. En los últimos tiempos, a la política catalana una de las armas que han empleado los partidos a fin de diferenciarse entre ellos ha sido establecer con quien pactarían y con quién no. A pesar de ser un instrumento electoralmente goloso y eficaz, es difícil rehuir, a la hora de la verdad acaba reduciendo la política a una simplificación absurda y fomenta la parálisis institucional en la que nos encontramos instalados desde hace una década, especialmente en Catalunya. Cuando más vetas, más centralidad pierdes. Una de las lecciones que ERC parece haber aprendido de CiU y de las razones por las que Junts se mira el escenario actual como actor secundario. Esta es la razón por la que habiendo quedado segunda fuerza, sólo ellos pueden encabezar un posible gobierno.

Del mismo modo que este doble mensaje de las urnas no puede leerse de manera jerárquica, tampoco puede ser vista en clave dicotómica. Sería un error y un falso dilema querer plantear una elección entre soberanía y progreso. En primer lugar, porque sería un error histórico por parte de las izquierdas no aprovechar este momento donde el centro de gravedad de la política catalana se ha desplazado a la izquierda. El próximo gobierno de la Generalitat debe tener un carácter progresista. En segundo lugar, parece evidente que el eje nacional no puede seguir siendo priorizado por encima del eje social. Como dice Joan Tardà “malditas las patrias, por catalanas que sean, que expulsan a sus hijos”. En otras palabras, no hay país que valga la pena si condena a sus hijos a la precariedad.

Sin renunciar a ninguno de los dos mandatos de las urnas, hay dos opciones de cara a la formación de gobierno. Repetir la fórmula de gobierno anterior de ERC con Junts o probar una nueva composición. La primera apuesta significa volver a la razón por la que se convocaron las elecciones. El propio Presidente Torra convocó elecciones afirmando que el gobierno estaba agotado. Si no podían gobernar juntos, si no pueden gobernar juntos (estando en funciones) nada hace pensar que ahora puedan hacerlo. Repetir la fórmula del gobierno actual, donde completó una legislatura sería una quimera, no permitirá al país avanzar en ninguno de los ámbitos. Con la crisis económica que afecta a gran parte de la población, especialmente a los más jóvenes, la crisis sanitaria que ha tensado hasta el límite nuestro sistema de salud público y la judicialización de la política, Catalunya necesita más que nunca un gobierno con coherencia de proyecto y no un gobierno con compartimientos estancados que no sabe hacia donde va y pasa más tiempo señalando las consecuencias que no haciendo frente a la naturaleza de los problemas.

Aquí es donde la segunda opción de gobierno se encuentra ante una ventana de oportunidad que sería imperdonable no explorar. Un gobierno de izquierdas, un gobierno con partidos sin vetos entre ellos, un gobierno que conforme una nueva mayoría y trabaje en acuerdos que representen la gran mayoría de la sociedad catalana. Un gobierno que trabaje de manera cohesionada y coherente para mejorar las condiciones materiales de la ciudadanía. Un gobierno conformado por partidos con capacidad de sobrepasar los bloques que no han permitido al país avanzar. Un gobierno de izquierdas. Esto no quiere decir aplicar fórmulas anteriores con recetas antiguas, sino fórmulas nuevas con las recetas de ahora. Hay que abordar un nuevo modelo de país para cuestiones que son urgentes como la transición energética, el fortalecimiento de los servicios de atención primaria, la universalización de la educación de 0 a 3 años o la puesta en marcha de un sistema nacional de cuidados. De la pandemia, pero también de la crisis económica hemos aprendido que lo público nos ha salvado la vida y es a través de los servicios públicos que saldremos colectivamente. Con más de 80 diputados de partidos de izquierdas y una clara mayoría de la sociedad catalana que se autodefine como progresista y soberanista Catalunya tiene la posibilidad de hacer el gobierno más a la izquierda de toda Europa. En este punto, hay que recordar que más de la mitad de los diputados y diputadas de la mayoría de izquierdas en el Parlament de Catalunya forman parte de partidos que se ubican a la izquierda del PSC.

Catalunya necesita realismo. La política de bloques ha producido unos gobiernos frágiles y ha condicionado las alianzas bajo unas premisas vacías de contenido (confrontación, constitucionalismo, los del 155, los de 1 de octubre) que poco o nada tienen que ver con cuestiones de fondo, como son los programas de gobierno, la aprobación de presupuestos o la puesta en marcha de políticas públicas para mejorar la vida de la gente. Convendría ir desterrando la idea de pactar con quien y empezar a preguntar para hacer qué. El gobierno actual ha sido más peleado entre sí que con los otros, resultando probablemente uno de los gobiernos más débiles que ha tenido Catalunya desde la transición. Las fuerzas políticas de izquierdas saben que si quieren, pueden tener un gobierno de izquierdas con mirada estratégica y no táctica, que deje de dar preeminencia a la estrategia comunicativa y apueste por gobernar. Nos hemos malacostumbrado a peleas y debates de bajo vuelo, que tienen más de personal que de político que han contribuido a generar más desafección ciudadana que a revertirla.

En el momento actual los catalanes necesitamos que los partidos vayan más allá de la dinámica del pacto por el pacto y el veto por el veto y entorno unas negociaciones para formar gobierno basadas en programas, propuestas y hechos. El próximo gobierno debe poder tomar medidas que impacten en la ciudadanía. Y esto sólo es posible, con un gobierno de izquierdas y soberanista Como diría Valentí Almirall, hay motivos que lo legitiman, fundamentos científicos y soluciones prácticas. Catalunya no se puede permitir una nueva legislatura de procés.

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