No hace ni cien años que las mujeres tienen derecho a voto en España. No les estuvo permitido abrir una cuenta bancaria hasta el 1975. Y sólo hace 15 años que una mujer tiene el derecho legal a casarse con otra mujer. La sociedad avanza y con ella la consecución de derechos para diferentes colectivos: hechos que hace años podían sonar a utopía, hoy son el día a día de miles de personas. Pero la historia siempre tiene giros de guión preparados. 2020 fue el año de la pandemia mundial, de un virus que, si bien se nos dijo que contagiaba a todos por igual y que no entendía de fronteras, pronto se demostró que sí entendía de clases sociales y de género.
Y es que las mujeres tienen más números de contagiarse de Covid, pero no porque su genética sea caprichosa, sino porque están más expuestas al virus debido a la realización de tareas en primera línea y trabajos esenciales. El año de la pandemia también se celebró el 25 aniversario de la Conferencia Mundial de la Mujer, celebrada en Pekín. 25 años de derechos y victorias que podrían irse a pique. “Hemos retrocedido un cuarto de siglo”, se lamentó Anita Bhatia, directora de ONU Mujeres. “El Covid ha subrayado y explotado la continuada negación de los derechos de las mujeres, que se están llevando la peor parte del enorme impacto social y económico de la pandemia”, añadió.
Según datos de la misma ONU, se espera que 47 millones de mujeres caigan bajo el umbral de la pobreza debido a la pandemia, y es que la proyección era que la tasa de pobreza entre las mujeres cayera un 2,7% entre 2019 y 2021, pero ahora las cifras hablan de un aumento del 9,1%. “Cuando explota una crisis de estas dimensiones, las mujeres ya llegan en desventaja”, expone Sira Vilardell, directora de la Fundació Surt. El paro se ha cebado con las mujeres, que son las que ocupan los trabajos temporales y más precarias. “En la alta brecha salarial se suma una elevada pérdida de puestos de trabajo, lo que pone a las mujeres en una situación de grave vulnerabilidad”, apunta Vilardell.
Se espera que 47 millones de mujeres caigan bajo el umbral de la pobreza debido a la pandemia. La proyección era que la tasa de pobreza femenina cayera un 2,7%, pero ahora las cifras hablan de un aumento del 9,1%
Pero, incluso las mujeres que han conservado el trabajo durante la pandemia han notado sus efectos. Durante las semanas más duras del confinamiento, durante las cuales sólo se permitía salir a los trabajadores esenciales, los aplausos de las tardes iban dirigidos a los sanitarios y sanitarias, pero también a los transportistas, cajeras de supermercado o trabajadoras de los cuidados o de la limpieza. Y a estas, los aplausos no les compensaron la alta brecha salarial. Las mujeres trabajadoras esenciales superan en pocos sectores el salario medio. Y en algunos en los que la alcanzan, lo hacen con una gran brecha salarial, como las tareas sanitarias, con un agravio de 10.300 euros anuales.
En cuanto a las trabajadoras de la limpieza, ellas cobran casi 7.000 euros menos al año que los hombres. Ambos en una categoría que se encuentra bastante por debajo del salario medio español: 23.646 euros al año. Estos datos, sin embargo, sólo tienen en cuenta las trabajadoras que tienen contrato y están regularizadas. Y es que, oficialmente hay 319.000 trabajadoras del hogar dadas de alta en la Seguridad Social. Pero el INE tiene recogidas 580.500 personas que se dedican profesionalmente a las tareas de cuidados y del hogar. Así, hablamos de 261.500 personas que no están registradas, que trabajan, por lo tanto, sin contrato.
Mujer y migrada, el binomio de la desigualdad
“Nuestro modelo económico pone en valor el trabajo productivo, por eso cuando hablamos de atención doméstica y en las personas, no hay ningún reconocimiento social ni económico. Con la pandemia se ha hecho evidente que las tareas de cuidado son esenciales, pero lo serán en el mercado laboral, no sólo en la esfera privada “, opina Sira Vilardell. Y es que el caso de las mujeres trabajadoras de los cuidados en situación de precariedad es a menudo, también, el caso de mujeres inmigrantes que trabajan sin contrato. Una de entre el millar de historias es la de la Johana López, nacida en Honduras y vecina de Barcelona desde hace 10 años.
Hoy, Johana tiene papeles, pero le costó exactamente siete años conseguirlos. “Fui explotada de diversas maneras y en varios trabajos, pero aguanté porque quería regularizarme”, explica. Durante años trabajó en el sector de los cuidados, casi siempre de interna, ayudando personas mayores. “Es muy difícil encontrar a alguien que te haga contrato, aunque tengas papeles. Mucha gente te engaña y te dice que te lo harán, pero es mentira”, recuerda Johana, quien asegura que la pandemia les ha afectado mucho como colectivo “muchas han sido despedidas, sin paro ni ayudas, pero esto nos ha pasado siempre”.
La situación no ha mejorado: las chicas que trabajan de internas te cuentan las mismas historias hoy que años atrás. Lo único que ha mejorado es que hemos aprendido a organizarnos
Johana denuncia un constante racismo y explotación: “la cosa no mejora, las chicas que trabajan como internas te cuentan las mismas historias hoy que años atrás”. Lo único que ha cambiado, según Johana, es que las trabajadoras se han organizado. Uno de los ejemplos de red para las mujeres migradas es el colectivo barcelonés Mujeres Migrantes Diversas (DMD), del cual Johana forma parte. Se trata de un grupo, compuesto principalmente por trabajadoras hondureñas de los cuidados, que luchan por los derechos de sus compañeras. “Nos resolvemos las dudas y batallamos juntas para que se cumplan nuestros derechos. No somos menos que nadie”, afirma.
Una de las grandes victorias recientes de DMD ha sido el éxito de la caja de resistencia que pusieron en marcha en Barcelona durante los momentos más duros de la pandemia. Entidades sociales y personas particulares engordaron un fondo que sirvió para ayudar a las compañeras que se habían quedado sin trabajo. Y en muchos casos, esto implicó quedarse también sin casa. “Yo fui interna durante muchos años y sólo libraba 6 horas a la semana, durante las cuales no tenía donde ir. A menudo me encerraba en la iglesia a rezar”, recuerda Johana, quien explica que uno de los motivos por los que se aguanta tanta explotación es porque “el trabajo, por muy precario que sea, a veces te da un techo”.
Pero con un techo no es suficiente. Uno de los problemas que denuncia el colectivo, ligado al hecho de trabajar sin contrato, es que en muchas internas se les niega el derecho a empadronarse en el hogar donde trabajan y viven. Según la ley de extranjería, se necesitan tres años de padrón para poder acceder a los papeles, por ello, muchas trabajadoras internas optan por alquilar una habitación, en la que no viven o, como mucho, pasan una noche a la semana, para poderse empadronar. “Pero no todas tienen esta suerte: con un sueldo de 500 o 600 euros, ¿qué habitación quieres alquilar en Barcelona?”, se pregunta.
Pagar con la salud
El padrón no es sólo necesario para acceder al permiso de residencia, sino también para poder optar a otros servicios básicos, como la atención a la sanidad pública. Según la ley actual, que regula el estado de las trabajadoras de los cuidados, trabajen con contrato o sin, no tienen derecho ni a la prestación por desempleo ni a una baja laboral. Esta es la causa de historias como la de Johana: “una vez casi me desmayo por fiebre, iba por el pasillo agarrándome de los marcos para no caer al suelo, pero la señora de la casa, en lugar de dejarme reponer, me mandó que hiciera la cena”, recuerda. “Suerte que no fue nada y me recuperé, pero hay otros que no tuvieron esa suerte”, dice.
Las mujeres, sobre todo aquellas que se encuentran en situaciones de precariedad y vulnerabilidad, son más propensas a sufrir -y aguantar- vulneraciones de derechos a sus trabajos. “Muchas veces se toleran malos tratos por miedo a perder el trabajo, sobre todo cuando éste va asociado en el hogar”, explica Sira Vilardell, quien también hace referencia a que muchas mujeres soportan enfermedades o lesiones sin cogerse la baja, por miedo a las repercusiones que esto pueda tener. Según datos de la Agencia de Salud Pública de Barcelona (ASPB), en 2018 hubo 251 mujeres que sufrieron una enfermedad relacionada con su ámbito laboral, pero no se tomaron la baja. El doble de mujeres que de hombres.
En 2018 en Barcelona hubo 251 mujeres que sufrieron una enfermedad relacionada con su ámbito laboral, pero no se tomaron la baja. El doble de mujeres que de hombres
Toda esta carga económica y el miedo a perder el trabajo por una baja se transforma en presión psicológica. Tanto es así que, según la misma ASPB, el 75,9% de de enfermedades mentales relacionadas con el trabajo las afectan a ellas. “Vivimos en una sociedad androcéntrica que dice a las mujeres que no valen nada, que no les deja desarrollar una carrera y las impulsa a trabajos precarios o a cobrar menos que un hombre por el mismo trabajo”, asegura la doctora Carme Valls, endocrinóloga y autora del libro Mujeres invisibles para la medicina (Capitán Swing, 2020). “La mujer renuncia a tener una habitación propia, como decía Virginia Woolf. Esto la hace más ansiosa y, sobre todo, la hace renunciar a una mayor calidad de vida”, sentencia.
Esta postura de Valls se sustenta con datos, que señalan que el 85% de los psicofármacos se administran a mujeres. “Es mucho más frecuente que, en la primera consulta, se le dé un ansiolítico a una mujer que a un hombre. En España se receta cinco veces más antidepresivos en mujeres que en hombres, y el doble de ansiolíticos”, explica la doctora. Esta realidad médica obtiene más matices y complejidad cuando se analiza la valoración del propio estado de salud. Las mujeres suelen ser resilientes, pero son conscientes de que esto pasa factura.
Según un estudio realizado por el Ajuntament de Barcelona en el marco del plan estratégico contra la feminización de la pobreza y de la precariedad en la ciudad, el 26% de las mujeres considera que su estado de salud es regular, malo o muy malo, mientras que sólo el 16% de hombres afirman lo mismo. En la otra cara de la moneda, el 26% de hombres creen que su salud está en muy buen estado, pero sólo un 20% de mujeres piensan lo mismo.
Cerradas con su agresor
“La clave para luchar contra todas las violencias y discriminaciones que sufren las mujeres pasa por garantizar un trabajo y un sueldo digno, así como asegurar el derecho a la vivienda”, asegura Sira Vilardell. Esta fórmula, según la directora de la Fundació Surt, también es esencial para atender a las víctimas de violencia machista, ya que “sin asegurar el empoderamiento económico, es muy difícil que se salgan”. Las consecuencias de la dependencia económica y habitacional ha sido siempre uno de los grandes obstáculos a la hora de denunciar violencias en el seno del hogar. Y lo ha sido más aún durante la pandemia y el confinamiento.
“Muchos casos que nos llegaban eran de mujeres que estaban ligadas a casa con su agresor y se preguntaban donde dormirían al día siguiente si denunciaban”, explica Vilardell. Las consecuencias del cierre fueron duras para el conjunto de la población, pero lo fueron más para aquellas mujeres y niños que se vieron atrapadas en casa con su agresor. Vieron alejarse sus compañeros y compañeras de trabajo, las otras familias de las escuelas de los niños, las visitas a amigas… Todo de actividades de socialización que tejían la red de las mujeres víctimas de violencia fueron restringidas, mientras la tensión en las casas aumentaba.
“Hay muchas cosas que afectan a la violencia. A raíz del Covid ha empeorado la salud mental de mucha gente, debido a la pérdida de trabajo, a la tensión por la situación… Cuando el contexto lo permite, las mujeres son muy resilientes, pero si la red se cae, la cosa cambia”, explica Laia Costa, coordinadora del SARA (Servicio de atención, Recuperación y Acogida) del Ajuntament de Barcelona, que ofrece atención a víctimas de violencia machista. Desde este servicio del consistorio, Costa recuerda que “la violencia económica siempre está, pero en épocas de crisis tiene más peso que nunca” y todos estos elementos que quedan autonomía a la víctima siempre son un impedimento más a la hora de denunciar.
Las denuncias por violencia machista cayeron drásticamente durante el confinamiento; no es hasta que se empieza a poder salir de casa que las mujeres denuncian, por miedo a lo que les pueda pasar a ellas o a sus criaturas
Y así lo demuestran los datos recogidos por el SARA sobre violencias machistas en Barcelona durante la pandemia. Durante el primer estado de alarma de 2020 (del 14 de marzo hasta el 21 de junio) se recogieron 144 situaciones de urgencia, en las que la integridad física de la víctima corría peligro. Esta cifra supone un descenso muy importante respecto a la inercia que había antes del confinamiento. Hasta marzo, las urgencias de 2020 duplicaban las del año anterior, pero en el momento en que se decreta el estado de alarma, estas caen casi hasta el cero. Hay que esperar a las primeras fases del desconfinamiento, cerca de la primera semana de mayo, para que las denuncias empiecen a subir ya hasta los mismos niveles del año anterior. Y creciendo.
“No es hasta que se empieza a desescalar y las mujeres pueden salir de casa con sus hijos e hijas, que empiezan a denunciar. Durante el confinamiento, perdieron los factores de protección social y no se atreven de denunciar a los agresores por miedo a lo que les pueda pasar a ellas o a las criaturas”, explica Costa. Aquellas 144 denuncias por urgencia, asegura, “fueron pocas, pero fueron tremendamente graves”. Para no llegar a estas situaciones de riesgo extremo, desde el SARA trabajan mucho la atención seguida y personalizada de las mujeres que llegan a sus servicios. Es por ello que, ante la situación excepcional que les presentaba el confinamiento, triplicaron el número de atenciones y de mujeres atendidas desde el momento en que se decreta el estado de alarma.
“Enseguida entendimos que teníamos que llamar más. No sólo porque hubiera más incidentes, sino que aquellas mujeres se encontraron solas ante situaciones muy complejas”, recuerda Costa. Estos meses de situaciones difíciles pusieron de manifiesto la realidad insostenible de muchas mujeres pero, una vez en la ‘nueva normalidad’, la violencia sigue presente, con varias caras, métodos y resultados, pero sigue. “La violencia es sumamente inteligente y muta”, dice Costa. La pandemia del Covid ha demostrado que los éxitos y victorias de la lucha feminista pueden ser efímeros si no se trabajan desde la raíz las desigualdades de las mujeres. No se trata sólo de trabajar para la paridad en las empresas, ni inundar de violeta las calles el 8 de marzo.

