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Ser millennial ya no es lo que era. Si hace un par de años nos hacían protagonistas de todo el clickbait del mundo, que si “avocado toast”, que si coliving, que si nesting y un sin fin de otros -ings inventados para hacer marketing de un mundo permanentemente en crisis; si antes éramos el futuro y el cambio, el grano en el culo de boomers y Karens, hoy ya no somos mucho más que otro meme centenial. Según los jóvenes de la Generación Z, Instagram es ya el cementerio de elefantes que fue Facebook para nosotros. Nuestra obsesión con Harry Potter da “cringe”. Nuestra obsesión con el vino es un problema. Llevar la ralla del peloa un lado y los tejanos apretados hasta explotar es, simplemente, demasiado de hace diez años. I es que después de agotar todas las bromas a costa de los tíos y los padres, irremediablemente era el turno de los hermanos mayores, los millennials. Uno de los principales focos de la crítica de la Gen Z a los millennials es precisamente nuestra forma de vestir, y no es raro. Igual que en 2012 nos obsesionamos por el retorno del grunge y la moda de estilo noventas mientras nos moríamos de vergüenza por el estilo de principios de los dos mil, los jóvenes hoy rescatan esta última con un nuevo gusto por los pantalones cargo, las plataformas y los tonos pastel que reproducen un romantiquísimo disfraz de Lizzie McGuire. Pero lo llaman y2k.

En medio de esta recreación de la moda de las décadas pasadas, los más jóvenes han empezado a cuestionar especialmente esa manía millennial de llevar el pantalón por encima de la cintura. Pero de haber visto cancelados a Eminem, J.K. Rowling y la ralla de pelo hacia un lado, las mujeres que si vivieron el suplicio de los pantalones bajos plantan cara: no dejaremos el talle alto. Y es normal que muchas nos sintamos atacadas solo con imaginar el retorno de la cintura baja, sobre todo sabiendo que cuando un estilo se pone de moda es casi imposible encontrar alternativas en las tiendas. La cintura baja de los tejanos de Paris Hilton, Lindsay Lohan y Britney significan mucho más que eso. Llevar ese estilo de pantalón no solo requería vigilancia constante para no terminar con el culo al aire cada vez que te atabas el zapato, ni tan solo era suficiente con una colección bragas respetables, no, lo que hacía falta de verdad para llevar bien el tejano de talle bajo era un cuerpo completamente alineado con el canon estético del momento. ¿Y cual era el canon que se llevaba en los dos mil? Piensa en el “heroin chic” de Kate Moss y ponle lip-gloss.

Por como nuestra biología reparte la grasa en el cuerpo de una persona, los pantalones de cintura baja solo quedaban bien si estabas suficientemente delgado. ¿Entonces como puede ser que triunfara una tendencia que excluye a la mayoría de la población? Desgraciadamente el mundo de la moda se ha instrumentalizado a menudo como herramienta para validar o invalidar a las mujeres, forzando el canon de belleza de cada momento como herramienta de control. El punto focal de los pantalones bajos no era la prenda en si, sino la exhibición de un vientre plano como si se tratara de un complemento más. La sensación de discriminación por parte de prendas de ropa puede parecer anecdótica e incapaz de tener un impacto real en la vida de las mujeres pero sabemos que casualmente por aquella época vino una epidemia de trastornos alimenticios que en los dos mil llegaron a un pico hasta entonces nunca visto. Había una especie de violencia y humillación en el tejano de cintura baja. No solamente estabas forzada a llevarlos por falta de alternativas en las tiendas sino que cada segundo que los llevabas sentías lo evidente que era que no estaban hechos para chicas como tu. Las modelos que veíamos en la Cuore o la Glamour, con sus torsos largos y planos, merecían participar en aquella tendencia. Tu, como evidenciaba el pantalón, no. ¿Qué ibas a hacer al respecto?

En la introducción de “Baby Got Back” de Sir Mix-A-Lot podemos escuchar a dos mujeres blancas hablando despectivamente sobre las formas de la figura de una mujer afroamericana. “Oh my God, Becky, look at her butt”, empezaba. Durante años y años el cine de Hollywood nos mostraba en sus comedias románticas que la peor pesadilla de una mujer (blanca) era tener ese culo grande. Sin embargo, en la última década todo eso cambió. El movimiento del “body positive” ha abierto las puertas a aceptar nuevos cánones de belleza para las mujeres, a menudo prestados de culturas no dominantes. El estreno del videoclip de Anaconda de Nicki Minaj y la explosión del fenómeno Kardashian en redes y televisión lo cambiaron todo. En los 2010s, la nueva imagen a desear era la de las curvas. Eso empujó a cambiar la producción de pantalones hacia un corte que potenciaba la forma de reloj de arena que se llevaba. Y aunque es una moda más inclusiva y más facil de llevar, lo que me llama la atención es que, década tras década, no hemos dejado de ver los cuerpos de las mujeres como simples complementos estéticos. Y, de rebote, como indicadores de nuestra validez.

Con la moda de la silueta Kardashian llegó el boom de los implantes y las inyecciones en las nalgas. Las redes se llenaron de dietas mágicas y ejercicios enfocados al glúteo. Instagram nos hizo creer que era absolutamente normal tener el volumen deseado solo en las zonas indicadas sin rastro de celulitis ni grasa ni estrías. Y así fue como los trastornos alimenticios fueron tomando nuevas formas a partir de una nueva obsesión por las dietas y las rutinas supuestamente sanas y limpias, que en el fondo no dejaban de ser nuevas formas de control. No llegamos a superar nunca la violencia simbólica de los pantalones de cintura baja, simplemente cambiamos de moda como quien cambia de bolso. Pero por suerte, no todo nos va en contra. Parece que esas redes que nos van tan bien para el pique generacional también nos están sirviendo para establecer diálogos y plantear debates entre generaciones. Nos obligan a tener memoria, la mejor arma contra una historia de violencia patriarcal absurda que se repite década tras década. Quizás si hubiésemos tenido twitter antes podríamos haber aprendido algunas cosas de nuestras madres y abuelas.

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