Son pasadas la una del mediodía y Xavier ya está allí. Sentado en una silla, que le ha dado una trabajadora de la residencia sólo verlo llegar, observa a Carmen a través de la ventana del centro, situado en el barrio del Camp de l’Arpa de Barcelona. Ella se ha quedado dormida y, él la mira, con una sonrisa. «Si puedo, vengo cada día. Me estoy un par de horas, hablando con ella», dice Xavier. Él tiene 90 años, y ella 92. Llevan 66 años de casados, y tres de novios, y nunca hasta ahora habían estado tanto tiempo separados -excepto cuando él se fue de gira por Europa, pero de eso ya hablaremos más adelante-.
Xavier recuerda perfectamente lo que pasó justo hace un año. «Yo estaba en la residencia, haciéndole compañía, cuando vino la directora y me dijo: ‘Usted váyase cuando quiera, no es necesario que se vaya ahora. Pero debe saber que, de momento, no podrá volver a entrar a la residencia. A partir de hoy, cerramos’. Acababan de venir trabajadores de la Generalitat», explica. «Estas palabras me entristecieron mucho. Después de tantos años juntos… es toda una vida».
Con la llegada de la pandemia del Covid, la residencia puso a disposición de los usuarios una tablet para que se pudieran comunicar con la familia, con la ayuda de una trabajadora. «Me llamaban y me pasaban con Carmen. Esto lo hacíamos prácticamente cada día». Pero enseguida que pudo volver a salir de casa, Xavier decidió ir a verla a la residencia, aunque lo hiciera a través de un cristal. «La echaba de menos», dice.

Desde la segunda ola, la residencia le permite hacer una visita una vez a la semana de 20 minutos, con distancia y supervisados por una trabajadora. Además, desde hace un par de semanas también le permiten salir con ella a dar un paseo una vez a la semana. Eso sí, siempre que no vaya solo. Los acompaña Enriqueta, una cuidadora que ayuda a Xavier en la limpieza y el cuidado del hogar y que, a menudo, también viene a ver a Carmen a través de la ventana de la residencia. «Hace más de 25 años que está con nosotros, es más que de la familia», señala.
La pandemia en la residencia
Carmen ingresó en la residencia hace poco más de tres años. Hace nueve años sufrió un ictus y Xavier la llevaba a un centro de día. «La dejaba por la mañana y la iba a buscar por la tarde. Pero tuvo varias caídas, estuvo ingresada… y los médicos me dijeron que lo mejor sería ingresarla en una residencia. Tanto las públicas como las privadas tenían mucha lista de espera, pero finalmente encontré esta, que es privada», explica.
«El día que la dejé aquí fue durísimo», dice. Le tranquiliza, sin embargo, el hecho de que sea una residencia pequeña -sólo viven 25 residentes-, lo que hace que la atención sea más personalizada. «Aquí es Carmen. En otras residencias, donde hay un centenar de personas, sería la de la habitación 82».
Xavier explica que, desde que Carmen sufrió el ictus, le han quedado secuelas. Además, ha desarrollado Alzheimer. «Ahora ya no camina ni razona. Ha ido degenerando. Hace unos años, podías tener una conversación con ella, pero ahora ya no. Pero me reconoce, y también reconoce a los hijos y los nietos», dice. Tienen dos hijos, una chica que vive en Zaragoza y un chico, que vive en Girona. «Cuando pueden hacen una escapada y vienen a vernos, pero con la pandemia ha sido todo más difícil».
De repente, deja de hablar. «Ay, hola, ¡te has despertado!». Carmen lo mira, sonriente, y Xavier le habla y le tira besos. «Siempre hago muecas, soy muy payaso», dice el hombre.

Con la pandemia, señala, ha empeorado la salud de . «Antes de la pandemia, yo la iba a ver y estábamos juntos en la sala o en la habitación. Le traje un álbum de fotos de la familia, y cada día le enseñaba, para que los recordara. Pero ahora ya no lo puedo hacer. Aquí los intentan motivar, con dinámicas para activar su mente, pero lo hacen colectivamente. Ella necesita otra cosa», sostiene Xavier.
«Es triste, pero lo tenemos que aceptar. Vino todo de golpe, y la cosa ha ido así», reconoce, resignado. «Antes entraba por la puerta y me recibía con mucha alegría. Me entristece un poco ver cómo ha ido empeorando, pero cuando vengo aquí procuro estar siempre bien y contento. Tengo mis momentos, pero hay que hacer de tripas corazón. ¿A que sí?», dice, dirigiéndose a ella.
Xavier explica que durante estos meses de pandemia no ha pasado miedo. «He seguido mucho las recomendaciones. Si me toca, pues ya me tocará. Pero miedo no he pasado. No salgo casi de casa, sólo para lo necesario: para ir al supermercado, a la farmacia, al médico, cuando me toca, y para verla a ella», señala. Tampoco su día a día ha cambiado demasiado, aunque sí reconoce que ahora hace menos actividad y se mueve poco. «Me he vuelto bastante perezoso» (sonríe).

Huesca, el punto de partida
Xavier hizo la carrera de música en el Conservatorio del Liceo, y era trompetista. En 1955, con su orquesta de Barcelona fueron a tocar a la Fiesta Mayor de Huesca, y allí fue donde conoció a Carmen, originaria de Aragón. «Yo la fiché. Fue como un flechazo», dice. De vuelta a Barcelona, estuvieron seis meses intercambiándose cartas, hasta que ella vino a vivir a Cataluña, ya que tenía familia allí. «Eran otros tiempos. En ese período le hice una carta a mi suegro pidiéndole permiso para salir con su hija. Entonces yo tenía 25 años».
La carrera de Xavier como trompetista fue corta, ya que en 1962 colgó la trompeta para no volverla a tocar nunca más, y se dedicó a la publicidad, mientras que Carmen trabajaba en una fábrica de medias. Pero durante su trayectoria musical tocó con artistas de renombre internacional, como Luis Aguilé, Núria Feliu o Los 3 Sudamericanos, e hizo, incluso, una gira de seis años por Europa. «Durante aquellos años, con Carmen nos veíamos intermitentemente. Yo venía cuando podía y ella también vino al extranjero con nuestra hija una temporada».
Después de ese período separados, han estado siempre juntos. Hasta que la pandemia les hizo volver a separarse durante unos meses. Estos meses le han hecho pensar mucho, a Xavier. «Como tienes muchas horas para pensar, piensas en la familia, en los que se han ido… en los que siguen aquí, aguantando. A veces también pienso en los sanitarios, en cómo deben estar viviendo esta situación. Yo salía cada noche al balcón a aplaudirles».
La pandemia también le ha hecho pensar más en la muerte. «Siempre evitamos pensar en ello, pero un día u otro nos tiene que llegar. Lo tenemos bien seguro. Yo lo pienso a veces, y también pienso en ella. Yo la quiero cuidar hasta el final. Si me hubiera tocado a mí, ella habría hecho lo mismo».



