Una secuencia de declaraciones repetidas mecánicamente. Esta era la imagen que me venía a la cabeza a lo largo de la segunda sesión investidura. Oír hablar al candidato Aragonés y las réplicas y contrarréplicas en el Parlament me transportaba al medio del tirabuzón acrobático que, continuamente, dibuja la escena política catalana. Este relato de grandes esperanzas y horizontes increíbles que no llegan nunca. La investidura fallida nos ha llevado, sin solución de continuidad, de la difuminada política de las cosas, a las cosas de la política.
Desde el 14 de febrero, que celebramos las elecciones, no hemos sido capaces de salir del bloqueo político, a pesar de que este era uno de los objetivos del adelanto electoral, una vez finiquitado el gobierno y constatado que la fórmula de convivencia de JxCat y ERC estaba agotada. Peleas, reproches y desconfianzas eran la tónica. Parálisis en la acción política y degradación institucional el resultado.
Las dos sesiones de investidura muestran que el bloqueo político sigue, las desconfianzas y los reproches continúan. No sorprende, pues, tanto el resultado fallido de la investidura, como el empeño en repetir una fórmula que ya sabemos de entrada fracasada. Ahora empiezan a correr los dos meses para la repetición electoral. Todo es posible, pero la imagen de estos días evidencia que cualquier acercamiento en forma de gobierno de coalición entre ERC y Junts no puede terminar bien.
Volver a hacer elecciones sería uno de los peores escenarios. En medio de una grave crisis múltiple (sanitaria, social, económica, ecológica, política, territorial…) el país, su gente, necesitamos un Govern que gobierne. Hace más de seis meses que el Govern está en funciones y más de 40 días que la ciudadanía votó, y seguimos sin un gobierno que lidere la respuesta a los graves retos que debemos enfrentar.
Entretanto, el sistema sanitario sigue tensado, con profesionales que soportan todo el peso de los déficits de gestión política y presupuestaria del gobierno, mientras las medidas de contención de la pandemia no acaban de dar resultados tangibles y nos encontramos a las puertas, me gustaría equivocarme, de una cuarta ola. Son las iniciativas ciudadanas, como las movilizaciones para detener los desahucios y las redes vecinales de apoyo mutuo que reparten alimentos, o apuestas como la de la cooperativa Àuria, que se ha transformado de una empresa cosmética prácticamente en una farmacéutica durante la pandemia, las que marcan el camino ante la parálisis del gobierno.
El panorama social es muy preocupante. Y contrasta con un gobierno en funciones y unas sesiones de investidura donde la disputa entre Junts y ERC ocupa el centro del debate e impide poner pies en el suelo para coger el impulso necesario para afrontar los retos y las urgencias del país y su gente. El debate no puede ocultar el fracaso de la fórmula de gobierno y la estrategia política que se quiere repetir. El balance de estos años, desde el 2015, es decepcionante. Prometieron horizontes de libertad, igualdad y fraternidad. Pero hoy somos menos libres, con el conflicto político judicializado y reprimido, la entrada de las posiciones de extrema en las instituciones catalanas y un autogobierno mermado. El país es más desigual y más desequilibrado, la pobreza y la precariedad se han instalado en barrios, pueblos y ciudades. Y la polarización política ha agrietado la fraternidad, traduciéndose en bloques infranqueables.
Querer repetir lo mismo que no ha funcionado es apostar por lo peor. La estrategia de la confrontación con el Estado no da resultado. En la confrontación, las instituciones se paralizan y degradan. Enquistarnos haciendo política de bloques hace el país cada vez más pequeño.
Continuar debatiendo el papel del Consell per la República, como sustituto y acondicionador de las instituciones de la Generalitat, o querer supeditar el programa del gobierno del país a la unificación de las estrategias partidistas en el Congreso, no lleva a ninguna parte. Son debates estériles que no nos hacen avanzar ni social ni nacionalmente. Solo esconden la voluntad de Junts de mantener la posición de poder en las instituciones, para utilizarla en beneficio de la misma estrategia de partido, que no de país, ni de servicio a la gente.
El 14F poco más de la mitad de la ciudadanía de Catalunya dibujó el nuevo mapa político de Catalunya. La desmovilización de unos y el cansancio de otros dejó en casa a más de un millón y medio de catalanes, no hay que olvidarlo. Pero el Parlament que salió es plural y más de izquierdas. Las formaciones de izquierdas tienen el mejor resultado desde 1981, 83 diputados y diputadas de 135.
Hay una alternativa real al más de lo mismo. Es la que Jéssica Albiach ha hecho en nombre de En Común Podem por dos veces, la oferta a construir un Govern ERC-En Común Podem, que permita afrontar la crisis sanitaria, económica y social desde la transformación en clave verde, feminista y desde la izquierda. Es posible construir un acuerdo de gobierno en torno a cinco grandes ejes: a) Plan de choque que atienda la salud y las ayudas que apacigüe la crisis económica y social; b) Refuerzo del sector público, para garantizar el bienestar y la cohesión social; c) Estrategia industrial concertada para la transformación ecológica y digital promoviendo el trabajo digno, la investigación, formación e innovación y el equilibrio territorial; d) Fiscalidad justa, que incorpore la fiscalidad verde para reforzar el combate contra el cambio climático, y un nuevo Pacto Fiscal con el estado, corresponsable, suficiente y solidario; y e) Compromiso para negociar con el estado el conflicto político, expresado por amplios sectores de la ciudadanía que cuestionan el encaje constitucional actual, con voluntad de construir un acuerdo que pueda ser refrendado por la ciudadanía, y obviamente la libertad de los dirigentes independentistas.
Existe esta alternativa plural en términos nacionales, que defiende el autogobierno de Catalunya y se quiere comprometer con las grandes transformaciones del modelo económico en clave verde y feminista y comprometida con la igualdad y el progreso social. Un gobierno que defienda las instituciones representativas de la soberanía popular, que dialogue con la sociedad y que haga bandera de la cooperación y colaboración interinstitucional como mecanismo para abordar los problemas complejos de una sociedad cruzada de contradicciones y retos globales. Un gobierno que abra las puertas para que entre aire fresco.
Necesitamos y estamos a tiempo de salir del bucle y poner los pies en el suelo para coger el impulso del cambio y abrir nuevos caminos, porque como dice Martí i Pol, “de nada valen la añoranza o la lamentación, ni el toque de displicente melancolía”.


