Como no lo veo ni lo escucho a menudo, lo diré yo. Y antes de decir lo que quiero decir dejadme presentarme brevemente. Tengo 71 años, me jubilé de ir diariamente a la escuela desde los dieciocho años, cuando hice 65. Por lo tanto, me he pasado buena parte de mi vida haciendo de aprendiz de maestro. He mirado que las criaturas y jóvenes que han soportado estoicamente mis clases aprendieran algunas cosas que les sirvieran para diseñar sus proyectos de vida y que fueran buena gente, personas que no olvidaran que forman parte del mundo y que de alguna manera son corresponsables.

He participado en cientos de debates sobre la educación de nuestro país y he escrito algunos libros y bastantes artículos. Tengo dos hijas y un hijo y ahora mismo cuatro nietos y dos nietas y otro en camino. Cada día aprendo de ellos. De ellos y de ellas, como he aprendido de mis y de mis alumnos. De hecho, todavía lo hago porque me regalan algunos encuentros. Este es mi curriculum. He tenido aciertos y errores y algunos fracasos que he tratado de suavizar siguiendo las palabras de Beckett: Lo intentaste. Fracasaste. No importa. Vuelve a probarlo. Fracasa de nuevo. Fracasa mejor.

Y basta de rollo y vamos al grano. Durante mi vida personal y profesional -imposible separar las dos cosas- he vivido de todo y he hecho muchos papeles en esta historieta que es la vida. Pero nunca imaginé vivir una pandemia. Hay momentos que he tenido envidia de la gente que trabaja en las escuelas porque os ha tocado actuar en un momento tan singular, pero no quiero engañaros, hay veces que lo he celebrado.

Escribo este artículo desde mi pequeña atalaya, sobre todo de lo que recibo como miembro del Consell Escolar de Catalunya y por mi actividad de escritor, ya que tengo el privilegio de visitar escuelas e institutos que me invitan a hablar de los libros que los niños, niñas y jóvenes leen.

Quiero dar las gracias a una pila de personas: los chicos y las chicas, los equipos docentes, a las familias ya las administraciones. Gracias a todos ya cada uno

Y ahora viene el hueso del artículo. En nombre de no sé quién, creo que de mucha gente, pero de mi seguro, quiero dar las gracias a un montón de personas. Primero los niños y niñas, los chicos y las chicas, sobre todo a este segundo colectivo, que está dando una gran lección de cómo vivir la pandemia de la manera más positiva y responsable posible. Mascarillas, líneas marcadas en el suelo, zonas diferenciadas en el patio, líquidos perfumados, termómetros… todo lo vivís con alegría y con una cierta dosis de resignación. No podemos olvidar que la sociedad os encerró en casa durante un tiempo muy largo y para algunos de vosotros esta ha sido una experiencia muy dura. Gracias a los equipos docentes, a todos y a cada uno de vosotros, porque habéis sabido continuar haciendo su trabajo, conviviendo con el miedo natural ante todo lo que os podía pasar y atendiendo el campo emocional del alumnado, porque sabemos que no hay aprendizaje si no tratamos de atender las emociones que vivimos. Gracias a las familias por haber hecho caso de todas las instrucciones, por su confianza, por sus dudas y por sus aportaciones. Gracias -y ahora que nadie se me enfade- a las administraciones por todo el trabajo que han hecho lo mejor que han sabido, por haber tratado de estar a la altura del momento histórico que ha tocado gestionar.

Desde el primer momento que muchos de nosotros recomendamos el máximo nivel de presencialidad posible porque sabemos que la distancia no va de la mano con la educación. La acción educativa reclama estar juntos unos de otros, mirarnos los ojos, acariciarnos -aunque el tacto continúa estando muy comprometido- y escucharnos. Y olernos, sí, porque la educación también huele, como la bondad, como la ternura.

Gracias, buena gente de los centros educativos, a todos y a cada uno. No sé si mucha gente se reconocerá en mis palabras. Yo sí, me reconozco y lo hablo a todos los vientos de la conocida rosa.

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