‘niñas y adolescentes siguen viéndose afectadas por unos cánones de belleza que las pueden acabar empujando hasta trastornos alimentarios’ | iStock

Si en el artículo anterior explicaba el trauma que fue la moda de los 2000 para la generación que la sufría, hoy toca explorar los efectos del mundo que vivimos en las más pequeñas. Y es que en menos de un mes hemos tenido no una sino dos noticias devastadoras sobre lo que es ser niña hoy en día. La primera, del 21 de marzo, ponía la atención sobre el hecho de que en Catalunya muchas niñas todavía tienen como prioridad adelgazar cuando se les pregunta por propósitos y aspiraciones. La segunda, el día 30, seguía la pesadilla de conseguir el tratamiento necesario para un caso de anorexia a través de la sanidad pública. Según la Asociación contra la Anorexia y la Bulimia, un 34% de las niñas entre 12 y 16 años han seguido dietas para adelgazar. En una edad donde la prioridad del cuerpo es crecer, que tantas niñas se sientan obligadas a privarse de los alimentos necesarios para desarrollarse muestra que hay alguna cosa aún muy podrida en el mundo que dejaremos.

Hemos tendido a señalar las “influencers” como causantes del problema, y es que de hecho son la cara visible, pero hay que recordar que estas chicas sólo son comerciales para una empresa que va mucho, mucho más allá. Históricamente, el autoodio se ha visto siempre como una oportunidad de negocio. De hecho, si el capitalismo ha sobrevivido ha sido a base de crear necesidades, simplemente inventando soluciones que nos sugirieran problemas. ¿Y quien puede tener más prisa para solucionar problemas que alguien que es tratado como un problema por el sistema? La relación entre mujeres, belleza y negocio es tóxica la mires por donde la mires; sabemos que las mujeres de hace cien, doscientos y hasta quinientos años también sufrían sus consecuencias, llegando a morir envenenadas en el intento de acercarse a los cánones de belleza. Y eso, fíjate, sin Tiktok ni influencers. La obsesión por tener la piel blanca y distinguirse de los que trabajaban, por ejemplo, dio pie a la comercialización de cosméticos hechos con plomo y mercurio, altamente tóxicos, que provocaban heridas en la piel, mal funcionamiento de los riñones y hasta problemas neurológicos. Una de las usuarias de cosméticos venenosos más famosas de la historia fue nada menos que Elizabeth I.

Todo intento de ser bonita se ha visto siempre como algo mezquino. Los males derivados del uso de cosméticos tóxicos se han explicado morbosamente como un castigo divino por la vanidad de las mujeres. Y, si hacéis memoria, seguramente recordaréis como los trastornos alimentarios servían también para ridiculizar las chicas hiperfemeninas en el Hollywood de los dos mil. Yo todavía hoy tengo pesadillas con el vídeo “Stupid Girls” de P! Nk. Que la bimbo rubia se escondiera en el baño para vomitar o se negara a comerse una hamburguesa acababa siendo gag y moralina. Y es que el hecho de que una mujer hiciera algo para ser más bonita la hacía doblemente ridícula: fallaba en ser mujer, por necesitar ser más bonita, fea, y fallaba en el intento de arreglarlo en ser descubierta. La vilificación de la belleza autoconsciente es causada por un hecho muy simple: si valoramos a las mujeres por su apariencia física, la belleza es poder. Pero si queremos mantener a las mujeres al margen del poder, sólo nos queda considerar belleza válida únicamente la que es otorgada por un tercero.

Las niñas no quieren ser bonitas porque sí. La belleza de las influencers es una estrategia de marketing para vender una idea de poder bastante literal, publicitando, de rebote, los productos para conseguirla. Mientras paseas por instagram, haces like sabiendo que hay una relación entre lo guapa, alta y delgada que es la Kendall Jenner y lo bien que vive, aunque no sepas muy bien cuál. Quizás no tienes claro si es rica porque es guapa o si es guapa porque es rica, y seguramente sean las dos cosas, pero tu cerebro ya ha comprado la idea. Este concepto de triunfo ahora vive en tu cabecita bien emparejado con la imagen de una influencer preciosa, que merece este título nada menos que por como es de guapísima. La belleza en las mujeres en internet se traduce en capital social que les permite ser influyentes, y, esto en capitalista significa que puede empezar a vender cosas. Poniendo las horas, es muy posible que acabes creyendo que si tú no vives en esa burbuja de felicidad y riqueza que ves en las redes, es porque eres más fea. Como no eres válida como mujer, por gorda o por tener unas facciones que no están de moda, no tienes capital social, ni poder ni likes.

Cíclicamente aparecen tendencias para incluir o excluir a las chicas jóvenes de este concepto de mujer válida: el “thigh gap”, que tus muslos no se toquen, “ribcage bragging”, presumir de las costillas, “ab crack”, tener una línea visiblemente marcada en el abdomen… Son algunos de los “retos” que han rondado por las redes en los últimos años, haciendo de algunos rasgos físicos, normalmente elementos estrechamente relacionados con la delgadez, signos de validez o invalidez para las mujeres. Son tendencias basadas en la exclusividad, hacerte sentir excluido para crearte la necesidad de ser incluido y por tanto correr a comprar aquellos productos que te hagan la promesa de ayudarte a ser tan guapa, rica y feliz como Madison Beer. En un momento en que los más jóvenes son constantemente bombardeados con imágenes a través de unas redes que les sirven al mismo tiempo para socializar, entretenerse y formar una identidad, es difícil controlar qué influencias reciben y, sobre todo, en que se transformarán. Pero ser conscientes de este juego de poder sobre la autoestima de las chicas jóvenes y como ha existido mucho antes que instagram y las influencers, nos puede ayudar a entender mejor el calvario por el que pasan las niñas al crecer. Entenderlas a ellas puede ser el primer paso para encontrar la manera de apoyarlas.

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