Angel Samblancat era un escritor y periodista de ideas revolucionarias. Sus artículos le llevaron a la cárcel en decenas de ocasiones las primeras décadas del siglo XX por “delitos de imprenta” que incluían injurias a la corona. En 1930, Samblancat estaba en libertad y le invitaron a dar unas conferencias en Olot. Allí expuso sus ideas políticas, que pasaban por reducir la pobreza y el hambre mientras se apostaba por la escuela para combatir el analfabetismo. Al final de su discurso habló de República y dijo que lo primero que había que hacer era proclamarla dentro de cada ciudadano, el resto vendría por si solo. Eran las prioridades sociales de un anarquista con el enfoque político basado en el individuo, como planteaban los ácratas.

Un año después de la conferencia de Olot, Samblancat se convirtió en diputado a las Cortes Constituyentes que debían redactar la Constitución de la República. Se había presentado como independiente en la lista de ERC, pero el congreso de los Diputados se alineó con los elementos de extrema izquierda. Denunció la represión de la policía sobre los huelguistas de la Telefónica en Sevilla y lo hizo en un tono que alarmó el filósofo y también diputado José Ortega y Gasset. Ortega le dijo a Samblancat que su comportamiento era el de un jabalí y así nació un tipo parlamentario que todavía se utiliza hoy en día. El periodista no se sintió ofendido y, de hecho, al cabo de unas semanas inició la publicación de un semanario titulado El Jabalí.

Las Cortes constituyentes trabajaron duro y, a finales de 1931, aprobaban el texto de la nueva Constitución, inspirada en buena parte en la Constitución de la República alemana redactada en Weimar. El texto establecía una República “de trabajadores de todas clases”, reconocía el derecho de voto a las mujeres y el divorcio, separaba la Iglesia del Estado, otorgaba la función educativa al Estado de forma exclusiva, abría la posibilidad de nacionalizar las tierras y empezaba un proceso de descentralización con la autonomía de las regiones, empezando por Catalunya.

El día que se votó el texto definitivo de la Constitución, Samblancat salió del hemiciclo en muestra de su desacuerdo, porque consideraba que se quedaba demasiado corta. Los parlamentarios de derechas votaron en contra y afirmaron que, cuando tuvieran oportunidad, cambiarían el texto.

La derecha monárquica y los anarquistas acosaban el régimen cada uno por su parte y, a veces, en paralelo. El verano de 1932 se desactivó un golpe de Estado que tenía como jefe al general Sanjurjo, con epicentro en Sevilla y Madrid. En enero del año siguiente se produciría un levantamiento revolucionario anarquista en todo el país que tendría como hecho más destacado el episodio de Casas Viejas. Allí se dio una represión salvaje que terminó con una veintena de personas muertas a manos de las fuerzas del orden. El relato sobre Casas Viejas estuvo dominado por la prensa de derechas y por los anarquistas, que culpaban al gobierno de dar la orden de disparar en la barriga de los alzados. La prensa republicana, en cambio, intentó pasar de puntillas sobre los hechos para no agrandar la herida.

El apoyo al régimen se basaba en pequeños partidos republicanos, en los que destacaban las figuras de Manuel Azaña, Niceto Alcalá Zamora y Alejandro Lerroux. A su lado, el gran Partido Socialista, con Indalecio Prieto y Francisco Largo Caballero. En Catalunya, la singularidad de ERC, con Francesc Macià y Lluís Companys. Estos fueron los protagonistas en positivo de los primeros años de la República, cuando se aprobaron la Constitución y el Estatut, se inició la reforma agraria en Andalucía y se dio un empujón a la educación con la creación de miles de escuelas.

El bienio negro

La represión que practicó el gobierno de la República sobre los levantamientos anarquistas como el de Casas Viejas abrió una fosa entre unos y otros. Como consecuencia, los anarquistas se abstuvieron en las elecciones generales de noviembre de 1933 y las ganó la derecha de la CEDA y José María Gil Robles. Esta es la verdad, aunque en aquel momento muchas voces del ámbito republicano culparon a las mujeres del triunfo de la derecha. Estos sectores creían que las mujeres estaban influidas por los sacerdotes y que por eso votarían a los partidos conservadores.

La CEDA tenía un centenar de parlamentarios, pero no era suficiente para gobernar en solitario. Además, sobre ellos pesaba la sospecha de su verdadera filiación republicana. Habían hecho gestos de aceptación del nuevo régimen, pero entre los republicanos había la sospecha de que la derecha quería volver a la monarquía. El presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora, arbitró fórmulas para evitar el choque de trenes. El gobierno lo presidirían los republicanos radicales de Lerroux, y la CEDA se incorporaría progresivamente.

El nerviosismo fue en aumento a medida que los gobiernos de derechas desmontaban la obra progresista del primer bienio y, en especial, por el ambiente internacional. Adolf Hitler acababa de llegar al poder en Alemania y se temía que fuera el primer paso para la expansión del fascismo en Europa. José Antonio Primo de Rivera había fundado la Falange en España y mantenía un discurso en el que se reivindicaba el uso de la violencia para conseguir sus fines políticos.

Así las cosas, los republicanos se conjuraron para organizar un movimiento popular que se confrontara con la previsible entrada de la CEDA en el gobierno de la República. Lluís Companys era el presidente de la Generalitat y a inicios de 1934 ya daba a entender que, llegado ese caso, se proponía proclamar el Estado catalán dentro de la República Federal española. Se trataba de crear un momento constituyente como el del 14 de abril para alcanzar el objetivo de frenar la derecha y subir un escalón en la naturaleza del régimen republicano hacia un sistema federal. En aquellos meses de la primavera, la tensión con el gobierno de la República se disparó por el recurso de inconstitucionalidad de la ley de cultivos, que reconocía derechos a la propiedad de la tierra por parte de los rabassaires.

En el resto de España, el PSOE preparaba también una huelga revolucionaria para cuando se concretara la llegada de la derecha de Gil Robles al poder. Así llegó el 6 de octubre y el movimiento tuvo dos focos principales: la proclamación del Estado catalán por Lluís Companys y la revolución de Asturias, único lugar donde los socialistas contaron con el apoyo de la CNT. La rebelión catalana acabó con algunas víctimas mortales y el encarcelamiento del gobierno de la Generalitat. La revolución asturiana fue sofocada por el ejército y causó miles de muertos.

Una olla a presión

Todo el año 1935 fue de represión y control de la situación por parte del gobierno derechista con el estado de guerra declarado en buena parte del territorio. Se suspendió la circulación de doscientos diarios de forma temporal y se reintrodujo la censura previa, que no se veía desde el tiempo de la dictadura. Los políticos encarcelados fueron juzgados y condenados a largas penas, que empezaron a cumplir en el penal de Cádiz. A finales del año se conoció el escándalo del estraperlo, la implicación de un hijo del presidente del gobierno, Alejandro Lerroux, en la autorización de un tipo nuevo de ruleta cuando en el país estaba prohibido el juego.

La corrupción se añadió al malestar por la represión de Asturias y el encarcelamiento de los políticos catalanes. El país era una olla a presión y se precipitó la convocatoria de unas nuevas elecciones en febrero de 1936. Entonces sí, la izquierda se presentó unida en el Frente Popular y tuvo el apoyo del anarquismo, que abrió la puerta del triunfo electoral.

La derecha no aceptó el resultado electoral de buen grado y los meses siguientes la tensión aumentó con provocaciones de elementos falangistas que ya pensaban en la sublevación militar como única opción para acabar con la República. Hacía años que la Italia de Mussolini tenía contactos con elementos golpistas, con envíos de armas en pequeñas cantidades. La escalada de la tensión dejaba una factura de agresiones físicas casi diarias que a veces terminaban en muerte.

El caso más famoso fue el del teniente Castillo, de la Guardia de Asalto, que fue correspondido por sus compañeros con el asesinato del líder derechista José Calvo Sotelo. Era el 13 de julio de 1936 y cuatro días después habría un golpe de Estado que fue sofocado en Barcelona y Madrid, mientras triunfaba en Sevilla y el Norte de África. Comenzaba la guerra civil.

Angel Samblancat lideró un grupo de simpatizantes anarquistas que tomaron por la fuerza el palacio de Justicia los primeros días de agosto. Allí iniciaron la justicia popular de la República en Barcelona, ​​que canalizó parte de la violencia descontrolada que se dio contra las personas de derechas. El vapor Uruguay hacía de prisión y también se celebraron numerosos juicios, algunos presididos por Samblancat. Condenó a muerte a diecisiete militares que habían participado en el movimiento golpista y al cabo de unos meses ascendió al Tribunal de Casación. Terminada la guerra, se exilió en México donde se ganó la vida escribiendo, traduciendo y dando clases.

La República interior

Noventa años después de la etapa republicana hay discursos que tienden a mitificarla, sin reconocer los aciertos y los errores que se cometieron. Es una tendencia que viene de la época de la dictadura franquista, cuando todo era blanco o negro y ser antifranquista significaba también defender la Segunda República encarnizadamente.

 Es cierto que todavía se están abriendo fosas de fusilados de la represión franquista y aún se recuperan fragmentos de la historia desconocidos o muy poco reconocidos, como es el caso de la prensa republicana. Esto puede generar una empatía emocional que empañe la visión más analítica de la historia que hay que tener siempre presente.

En realidad, más allá de los hechos de sangre de la guerra o de los traumas políticos del 6 de octubre, la vida cotidiana de la Segunda República se desarrollaba como el de una democracia imperfecta. Fue una etapa de grandes conquistas democráticas, como el fin de la monarquía, el voto femenino, el divorcio, la promoción de la educación, las reformas en el campo, el reconocimiento de la autonomía y del catalán. Pero al mismo tiempo había nepotismo y asuntos de corrupción en el Gobierno de la República o en el Ayuntamiento de Barcelona y la gestión de la Generalitat también tenía puntos oscuros.

La ciudadanía vivió un desencanto meses después de la proclamación de la República. Se habían puesto demasiadas esperanzas en un cambio de régimen que no podía mejorar la vida de la gente de forma radical en un poco tiempo. Seguramente Samblancat tenía razón cuando decía que lo primero que había que hacer era declarar la República dentro de cada ciudadano, y este es un mensaje con plena vigencia.

Quién era Angel Samblancat? 

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