Decía Amador Fernández Sabater que el 15-M era un clima, una clima político emocional que cambió el panorama político institucional, llenó las redes y las plazas de miles de pueblos y ciudades de afectos, de afectividad, aglutinó un montón de gente diversa, convirtiéndose en uno de los movimientos más transversales de las últimas décadas (y la transversalidad da la potencia política), señaló responsables de la crisis, evitó que el Estado Español entrara entonces en el mapa de países europeos donde la extrema derecha crecía y se acomodaba; descansó, fomentó y se basó en prácticas tecnopolíticas, reclamó más democracia, huyó de definirse como de izquierdas o de derechas…Después se dispersó en los barrios, en candidaturas estatales, autonómicas, municipalistas, en las asambleas de la PAH, también (pero de manera insuficiente) en las redes que trabajan por la soberanía tecnológica, en los movimientos sociales urbanos; es muy posible que fuera una de las semillas (ni mucho menos la única) de posteriores actos de desobediencia civil masiva como el 1 de octubre o de grandes manis y movilizaciones feministas como las del 2016 (a pesar del feminismo no tuvo el protagonismo que se merecía a las plazas)… Pero todo esto, ¿nos ha servido de algo?

Es indudable que estamos de nuevo en un momento de crisis en el que no identificamos a los responsables de manera directa con políticos y banqueros, o con empresarios que fomentan la destrucción del ecosistema (aunque esperamos que nadie dude de la vinculación entre la pandemia y la emergencia climática), y que las extremas derechas han sabido aprovechar el malestar capitalizando la desafección política. Negarlo sería hacernos trampas al solitario. Pero precisamente el 15-M supuso una sacudida del imaginario colectivo político. De repente, estábamos empoderadas, cabreadas y alegres, nuestras plazas, nuestras vidas, como vidas colectivas, nos pertenecían de nuevo; todas teníamos agencia y protagonismo político. Supuso también el fin del bipartidismo (la aparición de nuevas candidaturas a nivel estatal -Podemos-, autonómico – el salto en el Parlamento de las CUP-, municipalista – Barcelona en Comú y las candidaturas del cambio -…) e implicó que temas como la corrupción, la vivienda, la participación entraran en la agenda política; evidentemente esto no quiere decir que estén ni mucho más resueltos… “la vivienda es un derecho, pero també es un bien de mercado” que decía asquerosamente el ministro Avalos hace sólo unos meses.

Nos evitó entrar en la ola conservadora que recorrió Europa. Así que, haciendo un poco de trampas, me atrevería a decir que el 15-M nos ha servido para darnos cuenta que necesitamos un 15-M cada poco tiempo pero no en los mismos términos; sino movilizaciones, estados de ánimos colectivos que impugnen el régimen establecido, que llenen las vidas y la política de pasiones alegres, que diría Spinoza. Que, como dice René, sean “como el haikido, uso a mi favor la fuerza del enemigo” y ante la propuesta de democracia estrecha que hace la extrema derecha, propongan, impongan casi un ensanchamiento democrático, haciendo que todas las colectivas que no tienen voz ante políticas que las ahogan sean protagonistas de las soluciones.

Uno de los rasgos distintivos del 15-M fue precisamente su transversalidad social, de mochilas culturales, de género, generacionales…(visto en perspectiva, sí que se puede decir que la presencia de compañeras racializadas y sus luchas más allá de la exigencia de la derogación de la ley de extranjería y el cierre de los CIE fue demasiado residual). Esa transversalidad dotó de una potencia política al movimiento, una transversalidad que pocos movimientos posteriores han tenido, y se posibilitó gracias, en parte, a la fuga de ideologías, banderas, etiquetas; identificar objetivos y afectos comunes, esto es lo que nos llevó a las plazas y las redes. Necesitamos nuevos 15-Ms que rehuyan de protagonismos individuales, de identidades fuertes a las que perteneces o estás fuera, sin término medio. Ante una democracia que le decíamos secuestrada hicimos contraponer la construcción colectiva de horizontes de esperanza en los que cabíamos todos. Pues bien, frente a aquellos, las extremas derechas y las derechas que ahora proponen una democracia estrecha, donde la gran mayoría no cabemos; necesitamos 15Ms que recojan de manera transversal el malestar social y lo transformen no sólo en horizontes de esperanza (puede ser que el problema fuera ese, puede ser que el problema fuera que nuestras propuestas estaban demasiado encuadradas en este mundo), sino que construyan mundos posibles donde no haya democracias estrechas, donde la vida y el planeta esté en el centro. Un 15M que al cabo de 10 años no se recuerde o conmemore, sino que se celebre como se celebra la vida plena.

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