‘En el fútbol y en el deporte habrá que seguir luchando. Diría mucho -y bueno- de nuestra sociedad que también fuera con el favor de la política deportiva. En España, recuerden, las deportistas tienen contratos mercantiles y no laborales porque la Ley del Deporte, de 1990, no las considera profesionales…’

 

Me ofrecen este espacio para analizar lo que representa la victoria del Barcelona en la Champions femenina y pienso: “¿Qué puedo aportar que no se haya escrito o dicho ya?”. Sobre las nuevas campeonas de Europa ha hablado todo el mundo en las últimas semanas. Las azulgranas han abierto espacios deportivos, protagonizado entrevistas, llenado páginas de diarios e, incluso, el Telenotícies de TV3, que el fin de semana de la final se desplazó a Gotemburgo, como hace con el equipo masculino, para informar del histórico momento.

La cobertura mediática ha sido (casi) proporcional al logro alcanzado y, al tiempo, otra conquista de las mujeres, símbolo de su evolución en el fútbol, aún reducto. Hace no tanto, semejante despliegue de los medios habría sido impensable. En las redacciones del pasado reciente, créanme, se habría oído algo así: “Eso no interesa a nadie; el fútbol femenino no es fútbol; las mujeres no tienen ni idea de jugar al fútbol”.

No lo invento. Durante años, se lo oí decir, con una sonrisa de superioridad, a no pocos compañeros periodistas. Hoy la mayoría ha cambiado de opinión. Algunos se han rendido a la evidencia. Otros, simplemente, a lo políticamente correcto, a lo que está de moda, a una historia de éxito que no tiene discusión y, aun así, contemplan con cierta condescendencia.

Reconocer la valía y el mérito de los éxitos con independencia del género de quien los protagoniza es lo que debería ser, pero todavía no es. No del todo, por más que el empuje de las mujeres en todos los ámbitos haya derribado muros y roto techos. Algunos siguen teniendo cristales y el del fútbol es especialmente grueso. De ahí la importancia de la conquista de las futbolistas azulgrana, que no han sido ni las primeras ni las únicas mujeres en firmar logros insólitos.

Antes que ellas, lo habían hecho las atletas, las tenistas, las baloncestistas, las gimnastas, las nadadoras, las jugadoras de balonmano, las karatekas y muchas más. Pero, en nuestras latitudes -y en buena parte del globo-, el fútbol sigue siendo considerado el deporte rey, es decir, aquel territorio sobre el que los hombres aún creían tener la exclusividad. La ocupación femenina, por tanto, tiene mayor carga simbólica allí.

Que las mujeres no sólo disfruten del fútbol o lo cuenten -esto último tampoco es lo más habitual y, si no, busquen las narradoras o cronistas que hay-, sino que, además, lo jueguen y lo hagan de acuerdo a los parámetros de excelencia establecidos por ellos, debe de haber pillado en fuera de juego a no pocos hombres. Y eso sí que no es de extrañar.

Salvar casi un siglo de desventaja en poco más de una década es algo sólo explicable por el empeño de las mujeres y la contribución de aquellos hombres que, un buen día, convinieron en que no tenía ningún sentido seguir exigiendo resultados profesionales a unas deportistas a las que ofrecían condiciones absolutamente amateurs.

En el Barcelona, ese cambio se dio hace apenas seis años, cuando en 2015 el club decidió profesionalizar a su equipo femenino. Desde entonces, las futbolistas han respondido con dos Ligas, tres Copas de la Reina, cuatro de Catalunya, una Supercopa y dos finales de la Champions, la última con el espectáculo que presenciamos hace unos días y la fiesta posterior.

Pero no nos confiemos. Los títulos no siempre garantizan las conquistas. En Francia, que en 2019 organizó con gran éxito el último Mundial femenino, los mandamases del negocio futbolístico acaban de anunciar su intención de empequeñecer la liga femenina reduciendo el número de equipos que la disputan. En la misma línea, algunos clubes galos también se plantean la posibilidad de dejar de tener equipos femeninos.

Como en muchos otros ámbitos en los que asistimos a retrocesos inimaginables, en el fútbol y en el deporte habrá que seguir luchando. Diría mucho -y bueno- de nuestra sociedad que también fuera con el favor de la política deportiva. En España, recuerden, las deportistas tienen contratos mercantiles y no laborales porque la Ley del Deporte, de 1990, no las considera profesionales…

Mientras seguimos esperando a que se decidan a promulgar una nueva norma libre de discriminación, también estaría bien que dejásemos de atribuir género a lo que no lo tiene. A diferencia de las competiciones, el deporte no es ni femenino ni masculino; es de quien lo practica y todas y todos deberíamos tener el mismo derecho a hacerlo y a obtener igual reconocimiento sin comparaciones absurdas.

Afortunadamente, las niñas vienen pisando con tanta fuerza, reclamando tan desacomplejadamente su lugar en las canchas, que será ya muy difícil que nada ni nadie les impida seguir el camino trazado. Son cada vez más, juegan cada vez mejor y, digámoslo también porque es otro avance, ya no se las mira como a bichos raros por haber elegido “un deporte de hombres”. Hay, pues, motivos para el optimismo, incluso más allá de los fabulosos logros del Barça. Aprovechemos la euforia actual y, entre todas y todos, hagamos que no decaiga.

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