La semana pasada os engañé un poco por motivos pedagógicos y mecanismos del guion de estos artículos. Vimos la formación del primer tramo de la ronda del Guinardó, hasta su número 31, un inmueble en ángulo configurador tanto de este inicio como del carrer de Praga. Si lo dejamos atrás vemos de inmediato, centralizando la plaça d’Alfons X el Savi y la gloriosa terraza del Can Chen, una fachada muy imponente, pantalla para la continuidad de seis bloques poco estudiados y de los más increíbles de la ciudad condal por su virtud de crear una calle, sin numeración ni habitantes: Abd el-Kader, entre la ronda y Camèlies.

Esta mole ofrece muchas curiosidades y nos conduce a una unión con el 31 de Ronda Guinardó. Lo comprobamos a partir de mi trampa, pues en la fachada de este último se lee Ramón Tort, nombre repetido en el lateral izquierdo del transatlántico. Esto debería llevarme a una sincera disculpa, pues atribuí la autoría de la edificación esquinada a Luis Durán, firmante del mismo según el Arxiu Municipal.
¿En qué quedamos? No hay ningún embuste. El misterioso Durán, una especie de hombre invisible, también figura como creador del frontis de la mole, mientras su sexteto de cuerpos correspondería a Tort, por lo demás arquitecto fundamental en la iniciativa de Aguas de Barcelona de construir pisos para sus trabajadores, repartiéndose por las calles del General Sanjurjo, actual Pi i Margall, y Alcalde de Móstoles, adonde volveremos porque, a diferencia de nuestra protagonista, de hoy, su concepción externa la asemeja más a una cultura pasada, por sencillez y altura.

El Titanic de Alfons X contiene en su estructura un clasicismo de ese momento, quizá copiado en este caso concreto a Francesc Mitjans y su edificio trampantojo en Bori i Fontesta, adaptación de las fachadas laterales tan propias de los años veinte, con Pérez Cabrero, donde se halla el grueso del mismo, con vistas al Turó Park. Dentro de esta senda resulta tentador pensar cómo una copia conduce a otra, pues la solución empleada por Mitjans con el rascacielos de la Isla Europa puede recordar, con más ostentación, a su vecino de unas calles más abajo, emperador del Baix Guinardó y soberano de la ronda.
Y no sólo eso. El monstruo diseñado por Tort y Durán, quien sabe si un mero ayudante, se empareja con el 31 de ronda de Guinardó desde ese juego de lo curvo y lo recto, pero además es una especie de gran creador porque su posición le permitió cerrar esa porción de Praga, la siguiente se vuelve angosto por la cercanía de Can Baró, y fundar con su sola presencia Abd el-Kader, delimitada por el muro del Parque de las Aguas. La parte correspondiente a ese eje vertebrador por su equidistancia espacial transmite una extraña sensación por su frialdad. Bajar ese paseo, de aire desolador y desaprovechado por completo cuando podría ser mucho más rico con mínimas reformas, tiene un toque inquietante por lo milimetrado del conjunto con centenas de habitantes, ocultos al gran público desde la privacidad, la maleza, pocos se aventuran a traspasarla, y la pereza de subir o, simplemente, evitar un verdadero desierto.

La reina, como no podía ser de otro modo, es el frontispicio principal, desde mi modesto punto de vista ejemplar al sintetizar todo su período por su estética, simétrica con el ladrillo en sus alas y ese blanco pulcrísimo en el centro. La clave, apuntale del trompe l’oeil, radica en su guinda, con un balconcito para verticalizar más si cabe y darle una elevación para dominar su parte posterior, camuflada por su protectora, para el común de los mortales sin tanta intencionalidad, brillante por poder ser única y asimismo punta de lanza de toda la génesis descrita, vinculándose con el 31, un peón con muchos galones al estirar la totalidad por la ronda, sucesora del último sector del camino de la Legua hacia Can Sampere y la frontera ejercida por el torrent de Mariner.
Las fincas de Alcalde de Móstoles, desmarcadas del resto pese a ser sus coetáneas de pleno derecho, no pudieron ocuparse hasta 1954 por un chantaje del Gobernador Civil de entonces, Felipe Acedo Colunga, a la greña con la Compañía de Aguas al negarse ésta a subir sus tarifas en plena carestía de líquido elemento. La desobediencia, en caso de incrementar los precios podía repetirse la huelga de los tranvías de 1951 desde otra perspectiva, conllevó el encarcelamiento del presidente y el director de tan ilustre institución barcelonesa.

El número 47 era para administrativos, mientras el 49 y el 51 fueron, tras un sorteo entre casados y futuros padres, para los productores, como se llamaba, en uno de esos requiebros dadaístas de la lengua dictatorial, a los obreros. Hasta 1986 estuvieron en régimen de alquiler, baratísimo, comprándose muchos de los apartamentos a un precio ridículo en comparación con las tendencias del mercado inmobiliario. Tort, con poco bagaje para todo su conocimiento, no en vano era director de la prestigiosa y progresista Cuadernos de Arquitectura, puso un poco de fantasía en el vestíbulo, barandillas con ancoras y la falsa magia de soñar acceder a un barco de elegantes escaleras, austeridad racionalista y dos problemas. El primero, catastrófico, por poca previsión y orografía, al encontrarse estos bloques justo debajo del curso del torrent de Delemús, el cuarto de estas latitudes tras Milans, Faura y Lligalbé. El segundo, un contraste con su perla de Alfons X, por la ubicación de las viviendas, guardianas del Baix Guinardó, confín del mismo, a espaldas de Gràcia, como si sufriera una condena de límite por su propia existencia, ampliación abrupta del carrer de Marina, patito feo emparedado por sí mismo pese a toda la tranquilidad de su trayecto y la serena exuberancia de su arboleda.

Ahora, una vez cayó en 2009 el último viaducto de la ronda, similar durante largas décadas a una pesadilla con ribetes futuristas de asfalto, el proyecto encabezado por Tort constituye una metáfora de cómo se pensó la capital catalana durante la primera posguerra, sin respeto alguno por lo anterior, aunque con determinados enfoques no exentos de belleza y una armonía a revalorizar al ser, pese a todo, seña de identidad de un entorno, a posteriori masacrado sin piedad por las políticas porciolistas de desdén al ciudadano y amor supremo al automóvil. En 1951 esto flotaba en el ambiente, pero los campos arquitectónicos aún albergaban esperanzas decentes, arruinadas al cabo de un año, cuando el Congreso Eucarístico supuso abandonar lo cuidado de ciertas experiencias del decenio precedente, insuficientes para paliar el déficit barcelonés, algo constatable sin ir más lejos por el ingente barraquismo, y abrir el melón de la densidad demográfica, materiales delictivos y la manía de juntar todo esto en rascacielos insensatos, nuevos pueblos en imposibles alturas.



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