Considerar el tramo de la ronda del Guinardó entre Sardenya y Cartagena como bonito podría juzgarse una herejía, pero dado su cambio brutal a lo largo del último decenio tampoco es ninguna barbaridad, sobre todo si se atiende a la demolición de su belleza antigua, una de las más naturales de Barcelona al ser, sin medias tintas, una especie de pequeño paraíso rural entre su modus vivendi y su enjambre de caminitos.

Ahora el verde vuelve a brillar en el barrio gracias a muchos pulmones, como el mismo Parc de les Aigües, el del Guinardó o la última aportación, cerrada a cal y canto durante décadas, del Mas Ravetllat- Pla, con el único lamento de haber perdido las caballerizas de sus equinos, esenciales para confeccionar un suero revitalizante.

La exaltación vegetal no debe hacernos olvidar la intransigencia de anteriores ayuntamientos, enamorados del asfalto y la polución ambiental a través de una entrega sin fin para con el vehículo motorizado. Un posible inicio de esta deriva debe cifrarse, aunque quien quiera podrá dar con ejemplos previos, a mediados de los años cincuenta con el soterramiento de las vías férreas al aire libre del carrer d’Aragó, desde entonces una pesadilla sonora, repleta de contaminación y causante, sin ir más lejos, de la división en dos sectores de la plaça de Letamendi, la única, junto a la de Rovira en Gràcia y la de Urquinaona en pleno centro, con estas características en la capital catalana.

Lo más flagrante, nada nuevo bajo el sol, fue el cinismo de la administración, muy bien recogido en publicaciones de finales del Franquismo y la Transición, como la Barcelona de Porcioles del CAU o Tots els barris de Barcelona, de los maestros Jaume Fabre y Josep Maria Huertas-Clavería. Según documentos del Arxiu Municipal la vida en el Baix Guinardó seguía como si el futuro, ya delineado en mapas de aquellas fechas, no fuera a interrumpir esa paz incierta. En 1954 se procede a pavimentar el carrer de la Bona Sort. Veinte años más tarde los vecinos se manifestaban en su conclusión, donde ahora la ronda vira a Castillejos, ante el empuje de esa indecente autopista urbana.

El camí de la Llegua desde ronda del Guinardó | Jordi Corominas

El segmento correspondiente entre Sardenya y la plaça d’Alfons X el Savi, en sintonía con la construcción de los armónicos inmuebles liderados por los de Ramon Tort y Luis Durán, fue el debutante de la masacre, pero en ese momento está sólo se dibujaba en papeles municipales y del ministerio. Por eso mismo su extensión ahora resulta óptima a nivel estético. El problema surgió con la grandilocuencia y locura negligente de un alcalde demasiado preocupado por contentar a sus amigos con dinero, algo reafirmado en toda la zona por otro factor desestabilizador tanto del patrimonio como del entorno: el túnel de la Rovira, unión del Carmel con la ronda, causa indirecta de la ocupación de un pleno municipal en mayo de 1973 por los vecinos de la montaña pelada, hasta provocar la destitución de Porcioles, sustituido, oh paradojas, por Enric Massó, dueño de Tabasa, la promotora del enlace entre estos dos barrios.

El túnel de la Rovira desde la ronda del Guinardó | Jordi Corominas

El proyecto definitivo, cavilado con anterioridad, se puso en marcha en 1966. Las expropiaciones y compraventas se intensificaron y en 1974 nació uno de los mayores horrores condales del siglo XX: dos viaductos, scalextrics en la jerga popular, de ampulosa fealdad y delictivos desde tres o más perspectivas. La primera perjudicaba a los residentes, muchos de ellos con los coches silbando en la ventana de sus domicilios. La segunda separaba de modo abrupto los dos Guinardós, diferenciados en lo socio-histórico, si bien unidos por la denominación geográfica. El tercero se solventó en 1985, cuando se derribó la pasarela en dirección Besós, justo una década después de la sentencia del Tribunal Supremo, declarándola ilegal.

La ronda del Guinardó desde su único lugar elevado, correspondiente antes a la calle de Fargues | Jordi Corominas

Cuando era pequeño iba más bien poco por esos lares; la sensación en mi memoria, más allá de un cartel de una escuela de mecanografía, se tiñe de un absoluto color gris. Aún no razonaba bien del todo, quizá aún estemos en esas, y sin embargo era capaz de apabullarme por la gestión de antaño y el desprecio por la ciudadanía en pos de intereses privados travestidos en públicos, no en vano ahora escribo sobre la ronda, pero durante el porciolismo, más tarde proseguido en muchos aspectos urbanísticos por Pasqual Maragall, la Meridiana no podía cruzarse a pie si no era mediante tres puentes insanos, aún presentes desde determinadas planificaciones de la Casa Gran, y para comprobarlo basta ver el catastro y verificar cómo un trozo con fincas modernistas del carrer de la Muntanya aún sigue amenazado, debería ir al suelo para ajardinarse, porque pocos han revisado las directrices de la dictadura.

En 2009 el adiós a la segunda rampa, impulsado por el muy infravalorado Jordi Hereu, fue un hecho. De esa ominosa pesadilla sólo queda un pilar a la altura de Lepant, y tal como está asemeja a una ruina arqueológica. La semana pasada una señora en el autobús elogiaba la metamorfosis, inteligente en muchos sentidos, desde el cromatismo de un muro cerámico, verde que te quiero verde, hasta por haber posibilitado una recuperación más bien parcial del viejo paisaje, mucho más leíble si se comparan fuentes cartográficas de ayer y hoy.

Columna superviviente de los viaductos de la ronda de Guinardó | Jordi Corominas

Pese a ello esa pared muestra otra calamidad. Los pisos elevados, de Lepant hasta Cartagena, corresponderían a una calle desaparecida: Fargas. Su nombre, clave para comprender la Historia de propietarios y tejerla junto a la del terreno, debería recuperarse para reforzar la identidad de la barriada, ignorante de sus andanzas pretéritas por culpa de la misma ronda, una bestia desmedida, a posteriori ampliada, con la consiguiente desolación a su paso, en el mismo Guinardó, derrotado al perder muchas villas y lugares emblemáticos de su urbanización primigenia, todo para conectar la ciudad desde una línea recta sin apenas salidas a los laterales. En cierto sentido todos estos viales violaron su concepción inicial, urdida por el francés Léon Jaussely en 1907 con la intención de unir los pueblos del llano con Barcelona. La aplicación moderna de sus postulados fue rotunda, hasta el extremo de generar una amnesia sobre el mismo espacio, como también acaece con la ronda de General Mitre o la travessera de Dalt entre Lesseps y Sardenya, antesala de nuestra protagonista, antes con otros mimbres.

La ronda del Guinardó detrás de Can Baró vista desde el mirador de las escaleras de la calle de Tenerife | Jordi Corominas

He confesado en alguna ocasión mi gusto por la vista del carrer Cartagena desde la misma ronda por poder mirar hacia el horizonte y deleitarme con la beldad de las formas. Mi vista se siente atraída hacia el descenso y jamás se enfoca a la izquierda, donde la infausta avenida se ve marcada por el nuevo Hospital de Sant Pau, quizá ese sea el motivo de situar en un limbo entre dos viales circulatorios, malas resacas, un aparcamiento donde podíamos dar más hectáreas para las personas, pues al fin y cabo la misión de todo Consistorio es trabajar para su bienestar.

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