Toda su inmensidad era un enorme misterio, más aún para los niños del Guinardó. Cuando crecí nada cambió en exceso, si bien el tránsito a la edad adulta pudo aportarme mayores rudimentos desde la documentación, tampoco muy extensa hasta hace bien poco, cuando el Institut Ravetllat-Pla devino un pulmón más para el barrio gracias a la donación efectuada por la hija del doctor con apellido de escritor ampurdanés a la ciudad de Barcelona.

Miro un mapa de los años treinta y una de mis obsesiones recurrentes de las últimas semanas ni siquiera existía en el planisferio. El carrer de Cartagena no se atrevía a desnivelarse por culpa de tanta pendiente hacia Verge de Montserrat. Cuando se solucionó ese problema vial la antigua calle Igualdad propiciaba unas estupendas vistas a la nada, porque las tres hectáreas y media protagonistas de la entrega de hoy eran oscuridad e intriga, tanto por desconocimiento sobre su fascinante pasado como por sólo intuir tanta maleza vegetal, asalvajada por dejadez.

En ese lugar vivió y falleció Núria Pla Montseny, una de las mayores coleccionistas de muebles de toda Europa. Sorprende imaginarla en sus últimos años, encerrada con sus solos juguetes, o si quieren con uno y basta, en la masía transformada en Instituto Científico a instancias de Ramón Pla y Armengol a finales de los años veinte del siglo pasado. El encargado de concretar su sueño fue el arquitecto Adolf Florensa, con clientela publicada y privada en el Guinardó, como demuestran su escuela del homónimo parque o la casa De Mingo, en el carrer de Renaixença.

Florensa, más tarde máximo responsable municipal de su oficio, diseñó para la residencia familiar una masía novecentista, cuya fachada posterior, mucho más ostentosa en contraste con la coquetería delantera, era la sede del Instituto Ravetllat-Pla. Ambos hombres unieron fuerzas en 1923 para producir medicamentos antituberculosos con sus célebres caballos, clave del negocio y decisivos a la hora de adquirir la gran finca de Verge de Montserrat, ubicada en un rincón idóneo y limitada por el torrent d’en Melis en dirección Besós. Este curso fluvial le separaba de Can Planas, con mucha solera en los aledaños.

El Doctor Pla, su socio murió sin poder ver realizada toda esa ambición, se enriqueció sobre todo con su suero revitalizante. Según los expertos quizá no era eficaz para desafiar una de las enfermedades más desoladoras de la contemporaneidad, aunque sí tenía propiedades reconstituyentes.

El galeno predicaba ideas socialistas e incluso fue elegido en los comicios generales del 16 de febrero de 1936. El estallido de la Guerra Civil le convirtió en un paria. Ante su ausencia Nuria tomó el mando del Instituto en 1940 y lo canalizó con acierto hacia el futuro. La tuberculosis sonaba a superada y apostó por enfocar el legado farmacéutico de su padre, exiliado en México pese a un breve retorno barcelonés en 1948, hacia los complejos vitamínicos.

Esa fuente de ingresos, tan valorada en más de veinte países de todo el globo, fue esencial para facilitar su vocación coleccionista, admirada por los vendedores, quienes le mandaban las piezas de su interés antes de su compra como muestra de buena voluntad y respeto, y en la actualidad por los visitantes de una exposición de las obras más selectas, una excusa perfecta para acercarse al mas.

Fachada principal del Mas Pla | Jordi Corominas

Hasta aquí la pequeña Historia de estos dominios. Cuando irrumpió, destacándose con insultante solvencia, toda su zona iba configurándose, bien con la urbanización de masadas rurales, el caso más cercano sería el de la torre Vélez, bien a través de un mayor intervencionismo municipal, aunque la Verge de Montserrat, desde mi punto de vista una de las avenidas más sosas de la capital catalana, aún era un prodigioso vacío edilicio. La posguerra cubrió esa laguna y el verde recuperado en 2019 para el vecindario impresiona más si cabe entre tanto guardián de ladrillo, resaltándose su condición prodigiosa, bien adaptada a la sostenibilidad del presente mediante huertos, siempre omitidos por la preponderancia en muchos de estos parques de espectaculares vistas, aquí casi un secreto contra los turistas y los demás ciudadanos tan amigos del rebaño, fantástico para dejar expedito este mirador para las gentes del Guinardó y los valientes capaces de descubrirlo por sí mismos.

Los jardines del Doctor Pla y Armengol con virgen de Montserrat al fondo | Jordi Corominas

Hay otro lado oscuro en Ravetllat-Pla, y aquí podría ganarme una reprimenda por desconfiar de los extintos. Mientras Porcioles y Maragall destruían la barriada con la ronda del Guinardó, una de las puertas de ingreso a los jardines, toda esa magnitud permanecía escondida, y desde luego no podemos criticar a Núria Pla. Su generosidad testamentaria puede tener tanta fuerza como para, al fin, dar al barrio una joya sustanciosa más allá de los metros cuadrados , amalgama de lo nuevo y lo viejo, pero la duda sobre si podía haber donado todo décadas atrás también flota en el aire; la reflexión surge de mi experiencia personal, horrorizado por ver durante años cerrado ese vergel a cal y canto sin nadie preocupándose lo más mínimo por su suerte, fortuna presente para enmendar tanta pretérita desidia.

Vista de los jardines de Pla y Armengol, al fondo del Instituto Ravetllat Pla | Jordi Corominas

Ya hemos mencionado en más de una ocasión el desinterés catalán por el Noucentisme, una paradoja absoluta, pues este movimiento, refrendado por el poder de la Mancomunitat de 1914, era un salto con relación al Modernismo. Este puede juzgarse como un estilo y un instante de crecimiento burgués desde unas premisas económicas más individualistas, acorde a los blasones de los nuevos ricos del Eixample en sus palacios. Tras 1910, quien escribe tiende a cerrar la era monotemática con la resaca de la Semana Trágica y la erección de la casa Milà en passeig de Gràcia, la estética se abocará hacia intentar crear estructuras de Estado, despojándose de cierto barroco para asumir una sencillez clásica que empapa las posesiones del Doctor Pla entre jarrones con putti, estatuaria vandalizada no hace mucho, bancadas excepcionales y un diseño a la búsqueda de la armonía.

Los jardines de Pla y Armengol. Al fondo la calle Cartagena | Jordi Corominas

Lo curioso del asunto es ver cómo ese anhelo novecentista cuaje en nuestra centuria. Hace un año alucinaba al situarme en su verja y apreciar el limpio cielo de la primavera del Coronavirus. Gracias a toda esa extensión aquí respiramos mejor, pero, oh, la Verge de Montserrat quizá sea el próximo reto a reformular desde postulados reacios a la polución causada por los automóviles, pues si hará dos párrafos comentaba la rareza de esos inmuebles como pretorianos tampoco está de más meditar en torno al infierno cotidiano de sus habitantes. A la espera de este no hay dos sin tres prosigo mi paseo. Un niño me mira. Parece recién pintado, bien cobijado por un sinfín de flores, dichoso y estático con su aro, base de mi próxima aventura.

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