La pandemia ha acelerado el cambio de hábitos de consumo audiovisual en nuestro país: las suscripciones a plataformas como Netflix, Amazon Prime, HBO o Filmin casi se han duplicado, y el mes de marzo del 2021 ya se contabilizaban 9,1 millones. La cifra en el mismo periodo del año anterior se situaba en 5,2 millones. El incremento de consumo audiovisual a través de las conocidas plataformas Over The Top (OTT), en detrimento de la televisión lineal, es especialmente significativo entre la audiencia más joven. Un informe del Consejo del Audiovisual de Catalunya revela que una de cada cuatro personas menores de 25 años en nuestro país ya no ven la televisión. Y las audiencias radiofónicas aún están algo peor: sólo un 40% de los menores de 20 años escuchan la radio -digamos- convencional.
Datos en mano, es evidente que el público de los medios cada vez está más fragmentado. Pero, además, es que el mundo audiovisual ha vivido una transformación brutal los últimos años que también ha modificado, y mucho, las formas de consumo. Quedan muy lejos los añorados tiempos pretéritos en que nosotros, los que hemos crecido durante el siglo XX -vaya, los llamados millennials -, calcábamos y pintábamos los dibujos de ‘Dragon Ball’ o las ‘Tortugas Ninja’, que salían en la tele en los ratos de patio.
Es en este contexto de transformación y fragmentación altísima donde hay que enmarcar, también, el consumo audiovisual en catalán. Lo vivo no sólo como portavoz de ERC en la Comisión de Control de la Corporación Catalana de Medios, sino también y, sobre todo, como madre: se me hace muy difícil, por no decir imposible, que mis hijos vean televisión en catalán. Y eso que puedo asegurar que desempeño una militancia activa para que mantengan su lengua materna en los momentos de ocio. Más allá de la escuela y de casa -los que tienen el catalán como lengua principal-, es importantísimo que niños y jóvenes tengan referentes aspiracionales en nuestra lengua. Es la única manera de garantizar su supervivencia a medio y largo plazo. Y no, no se trata de una exageración. Si prestamos cuenta de los datos de la última encuesta de usos lingüísticos publicados en 2018 por la Dirección General de Política Lingüística, sólo el 19,6% de la población barcelonesa de entre 15 y 29 años tenía el catalán como lengua habitual. Es evidente pues, que nuestra lengua reclama proactividad por parte de las administraciones públicas, especialmente de aquellas que tienen responsabilidad en el ámbito audiovisual. Es un sector industrial en auge, y debe jugar un papel clave en la protección, promoción y normalización de la lengua.
Retos de presente
Y para empezar, la reformulación de la Corporación Catalana de Medios para adaptarse a los tiempos presentes es uno de los retos que tenemos como país: ir a buscar al público juvenil e infantil donde esté; producir contenidos atractivos y presentarlos a través de plataformas que faciliten el consumo y hacer una apuesta decidida por la reciprocidad con el resto de medios públicos de habla catalana (À punt, del País Valencià, y IB3, la televisión de las Illes Balears) son sólo algunas de las tareas que deberá impulsar el nuevo Consejo de Gobierno de la Corporación. En este sentido, con el objetivo de dar cumplimiento a la ley 7/2019 de modificación de la ley 11/2007, de la Corporación Catalana de Medios Audiovisuales, desde el Parlament hemos impulsado una serie de comparecencias del sector audiovisual para poder acelerar la renovación de los cargos del consejo de gobierno. Una renovación que entendemos prioritaria para poder llevar a cabo los cambios de fondo que exige el momento.
Pero no todo termina en los medios públicos del país. Debemos ser capaces de ir más allá. Mucho más allá. Debemos trabajar sin descanso para que plataformas como Netflix o Disney Plus ofrezcan contenidos en lengua catalana. La película ‘Los Mitchell contra las máquinas’, que tanto revuelo ha causado en las redes sociales, no puede ser una excepción. No tiene ningún tipo de lógica que haya 322 títulos de películas y documentales que existen doblados en nuestra lengua, pero que en Netflix, la plataforma con más audiencia, sólo puedan visionarse en castellano. Queda claro que la ausencia no se explica por razones económicas -el producto ya existe- y, por tanto, hay que encontrar justificación política. Y es precisamente aquí donde hay que incidir. Es aquí donde tenemos que hacer un frente común todos los partidos que amamos y defendemos nuestra lengua -espero que sean muchos los que se den por aludidos-, con el objetivo de que la transposición de la directiva europea que regula de servicios de comunicación audiovisual, aprobada por la Unión Europea en noviembre de 2018 y que debe servir para regular los servicios televisivos bajo demanda, como Netflix, y las plataformas de intercambio de vídeos, como YouTube, no desprecie el catalán. No nos basta con las excepciones: nos jugamos la supervivencia de la lengua.


