Miro al niño del aro y todo huele a mi infancia. Ni entonces ni ahora me gustaba l’avinguda de la Verge de Montserrat, pero sin ella sería imposible alcanzar el parque del Guinardó, donde hacíamos excursiones los fines de semana, hasta sus cumbres, destino de hoy para iniciar una nueva serie de aroma fluvial como excusa.
En la década de los ochenta del siglo pasado la estatua, fechada en 1961 pese a su aire novecentista, era un símbolo del barrio, desde mi punto de vista algo forzado, pues en el Guinardó abundan referencias a remarcar para no perder patrimonio y revalorizarlo, algo propio de tener sentido común y apreciar la identidad de una de tantas Barcelonas.
El motivo de sentir ese emblema como medio impuesto responde a cómo fue poblándose el Guinardó durante el Franquismo, hasta convertir un paraíso entre el viejo veraneo de los señores y una paz idílica en uno de los barrios de su zona con mayor densidad demográfica.
Baste como ejemplo para ilustrar lo dicho una progresión cronológica. Las casas de la Cooperativa Militar de Tinent Costa son de finales de los años veinte, aún en ese pensamiento de dotar a esos rincones de un marchamo estilo ciudad jardín, visible en otras calles de los aledaños. De los treinta, descubrí hace poco una placa de la Ley Salmón republicana de 1935, para fomentar el empleo público y facilitar alquileres asequibles, en el número 8 del carrer Amèrica. Si saltamos de década y vamos a las dos primeras de la posguerra el aluvión de construcciones, como los inmuebles de la Caja de Ahorros donde estuvo el Mas Viladomat, es evidente, prosiguiéndose ese vendaval de ladrillo en los sesenta y los setenta. El niño del aro era nuevo como la composición del barrio, encajaba como creador de unas coordenadas a compartir.
La obra de Joaquim Ros i Bofarull es una puerta a un pulmón ajardinado desde 1916, cuando el francés Jean-Claude Forestier, más conocido por su labor en Montjuic, diseñó un espacio público cuya ejecución correspondió a su discípulo, Nicolau Rubió i Tuduri.
Lo interesante es el origen de la operación, con muchos guiños para comprender cómo este trozo del sector Muntaña del gigantesco pueblo de Sant Martí, justo en su frontera con Sant Andreu, terminó por ser el primer parque municipal, si exceptuamos la Ciutadella.
Todo el Guinardó se envuelve en la sombra de su gran propietario, Salvador Riera, quien en 1894 acaparó a precio irrisorio parcelas entre el Mas Viladomat, en pare Claret con rambla Volart, y el Mas Guinardó. El acuerdo incluía una serie de terrenos en cotas más elevadas por la hondonada de la Fuente del Cuento, maravillosa en las rutas dominicales de mi niñez, cuando ignoraba la posibilidad de deber su nombre a ser un sitio de escarceos y flirteos, tener mucho cuento, u otra más naif, como si hubiera sido una plaza inventada para contar cuentos.

La fuente se halla por el cauce del torrent de la Guineu, futuro protagonista de estas páginas y límite entre Sant Martí y Sant Andreu. El Guinardó le debe su nombre derivado de lo animalesco, y en esta concatenación de realidades del ayer y hoy no está de más mencionar cómo durante años, en esencia cuando paseaba Barcelona sin tanto afán de diseccionarla, pensé en como este surgía por el bandolero Perot Rocaguinarda, alfa y omega de una librería cooperativista con mucha solera en el barrio.

Volveremos a la Guineu, de hecho, para ahorraros explicaciones, sigo su curso, enmarcado en armonía con el conjunto, y asciendo escaleras de piedra rodeado de naturaleza. Según la mayoría de fuentes, recomiendo todo el trabajo de Joan Corbera sobre la cuestión, Riera rizó el rizo al comprar más tierras y abrir, hacia 1900, vías de conexión con otros enclaves. Ahora sus dominios abarcaban de Can Sors, L’Escola del Mar del carrer Gènova, hasta la fastuosa torre dels Pardals. La actual Garriga y Roca, bautizada como Horta, comunicaba con el perímetro de Can Fargas, mientras la desaparecida calle de Grecia delimitaba el parque venidero, con toda probabilidad en la cabeza de Riera, quien en 1906 se presentó al concurso municipal para la adquisición de terrenos destinados a parques. En 1910 el Consistorio le pagó doscientas treinta y nueve mil pesetas, dándole ganancias de doscientas mil. Este beneficio, una prueba de más de su clarividencia, obedecía en parte a las consecuencias de las agregaciones del 20 de abril de 1897, cuando tanto Sant Martí como Sant Andreu, a Horta le llegaría su turno en 1904, pasaron a ser Barcelona.

Mientras asciendo hasta el inicio del torrent de la Guineu reflexiono sobre cómo quise inaugurar esta serie. Este torrente tiene un trayecto muy particular, y, medio escondido por el antiguo camino de Bofarull, a dos pasos de la Meridiana, aún figura en el nomenclátor. Los números de ese cubículo milagroso alcanzan el 118 e invitan a trazar su descenso desde el parque del Guinardó. Podía haber optado por este recoveco como punto de partida e ir igual de barriada en barriada, pero desde la cima me concedo el lujo de complicarme la existencia y la investigación porque el torrent, antes de confluir para siempre, se dividía en tres ramales.

Desde estas estribaciones las vistas son espectaculares, los árboles en los laterales para ahondar en la preponderancia de las tres chimeneas de Sant Adrià. Las otras tres, las de la Canadenca en el Paralelo, jalonan este parecido razonable al ser un hito de la Barcelona hacia el Llobregat. Ambos triunviratos de la periferia son obreros.

Aun así, con varios hemisferios precisados, no deja de sorprender mi otra alternativa desestimada para arrancar. Una noticia de 1921 informaba de la muerte de Juan Benach Segur, de veintiún años de edad, quizá afiliado al Sindicato Libre, ergo una más para el largo elenco del pistolerismo. El breve, en un caso sin culpables en sede penal, ubicaba el torrent de la Guineu en Horta, un absurdo, aunque puedo equivocarme. Este intenso riachuelo nos guiará del Guinardó hasta la torre del Fang, y las casualidades nunca lo son. Esta masía del siglo XIII, a rehabilitar para darle buen uso ciudadano, decreta el confín entre el Clot, con su homónima calle falleciendo, y la Sagrera. El torrent de la Guineu nunca dejó de hacer de las suyas. Mientras lo recorro su hechizo se concreta por una exuberante y calmada proliferación de verde, ofreciéndonos con ese color migajas para aprehender cómo su acción llena de belleza los márgenes, ágoras y callecitas por donde transita.



3 comentaris
Contingut molt interessant! Sóc del barri i m’agrada aprendre la seva història.
Me he trobat el text en castellà i penso que potser ha estat originàriament escrit en català. El nen de la rutlla ha quedat traduït com el niño de la “funciona”. Fa mal al ulls. Quina llàstima.
Ja espero la propera publicació. Moltes gràcies!
*M’he trobat
EL MILLOR PARC DE TOTA BARCELONA SENSE DUBTES