La primera vez que cogí el tren yo sola tenía dieciséis años. Antes sólo lo había cogido hecho con la escuela alguna vez, y poco más. Ese día estaba muy nerviosa, ya que había quedado con un chico que hacía poco que nos conocíamos y que me gustaba mucho. Él vivía en Girona. Antes de esta cita había venido un par de veces a Granollers a verme, pero ese día me dijo que quedáramos en Maçanet porque nos quedaba a la mitad del camino, y así era mejor para los dos. Al entrar en el tren mi sentimiento era de incertidumbre. Nunca había viajado tan lejos, y menos sola.
Cuando llegué a Maçanet vi a un chico sentado esperando, y, al identificar que era la persona por la que había hecho aquel viaje tan angustioso me alegré muchísimo. ¿Pero, por qué estábamos en aquella estación perdida? Le pregunté si sabía de algún lugar donde ir a tomar algo. Él se sorprendió, y con un tono de ironía me dijo: “bienvenida a nuestro ghetto”. Mientras buscaba el significado de estas palabras aparecieron más jóvenes negros; volví la vista hacia la puerta y vi a un grupo de chicas que estaban festejando con otros chicos. Me quedé de piedra: ¿qué hacían esta gente en una estación en medio de un bosque?
Estuve observando la situación hasta que una chica me llamó y me dijo que entrara en un tren que estaba parado. Entré y le pregunté si estaba bien lo que hacíamos, y ella me cogió las manos y me dijo; “Tranquila, falta una hora para que se vaya este tren, nosotros siempre estamos aquí dentro para escuchar música o para bailar los nuevos pasos africanos sin que nos moleste nadie”. Su respuesta me hizo pensar mucho.
En ese momento los jóvenes racialitzados no podíamos entrar a las discotecas. Cuando ibas con un grupo de amigos blancos corrías el riesgo de que te echaran simplemente por el color de piel, y esto hizo que la primera generación de hijos de inmigrantes buscaran otras alternativas para poder salir como cualquier otro joven. Así fue como comenzaron los “Suares” unas fiestas donde sólo había jóvenes racialitzados que se hacían cada dos sábados al mes. Cada fiesta tenía una temática diferente. Estas fiestas eran el único espacio donde podíamos sentirnos totalmente seguros; todo el mundo que iba llevaba las mejores galas, la música que ponían eran los mejores hits negros de aquel momento – R & B, Coupé Décalé, Hip-hop, y otros géneros musicales que hacían que nos sintiéramos orgullosos de nuestras raíces africanas -.
Pero toda esta fantasía era una farsa. Como siempre, estábamos dentro de un sistema que nos quería lejos de todo, y ya les iba bien que hiciéramos estas fiestas para tenernos todos controlados. No nos querían mezclados con la sociedad blanca. De hecho, en mi pueblo la discoteca a la que iban mis amigas blancas se llamaba “cómeme mí xumino negro”: ¡imagínate cómo nos sentíamos nosotros viendo este rótulo gigante cada vez que pasábamos! Desde fuera sentíamos la música afro mientras a nosotros, siendo negros, no nos dejaban entrar. Los jóvenes racialitzados hemos tenido que oír muchos comentarios del estilo: “tú aquí no puedes entrar”, o “no eres el perfil de esta discoteca”; incluso a mi hermano menor Dembo le dijeron que no podía entrar por su cabello.
Años después pienso con la respuesta de aquella chica de Maçanet y me hace confirmar que los jóvenes racialitzados estábamos buscando con ansias un lugar seguro donde poder sentir un poco de calor. Vivimos una adolescencia aislados y rodeados de una sociedad racista que no nos dejaba poder acceder a los lugares de ocio. Parece que en aquellos momentos la interculturalidad daba miedo. Pero sin darnos cuenta esta resistencia social nos hizo más fuertes, porque a nosotros nos daba igual que fuera a la estación de Maçanet o en medio de una discoteca, lo importante era que estábamos juntos, y teníamos que cargar fuerzas porque inconscientemente sabíamos que éramos la primera generación y eso quería decir que tendríamos que luchar y ser unos referentes para las generaciones futuras. Han pasado diez años de todos estos hechos, pero aún veo en las notícias que muchos locales de ocio tienen muchos prejuicios.
SOS Racismo comunicó que un 17% de las denuncias recibidas en el Servicio de Atención y Denuncia hacen referencia a vulneraciones del derecho de admisión a los locales de ocio nocturno.
Estos datos hacen que piense con Carme hace diez años, que ni siquiera se planteaba que estas personas que nos decían que no podíamos acceder a los locales de ocio estaban vulnerando mis derechos. Hoy en día todos somos conscientes de estas injusticias y no queremos callar: los jóvenes racialitzados estamos más unidos que nunca.
Hoy en día hay muchos jóvenes que han decidido compartir sus experiencias para intentar erradicar estos hechos como por ejemplo el gran Cheik Drame o la Kaire Ba, dos activistas antirracistas que nos enseñan desde una manera empoderada que no debemos tener miedo a denunciar y a decir en voz alta que el racismo no nos parará a la hora de salir de fiesta.


