‘Para la mayoría catalana, son una medida que ayuda a encarar el trauma sufrido durante todos estos años, pero que no la disipa por completo. Nadie gana del todo, pero la suma de las ganancias por separado superan con creces los costes de no hacerlo’ / Lledoners – suspensión del tercer grado (28 de julio de 2020)| ©dani codina/Òmnium

Los hechos del uno de octubre y el posterior juicio a los presos políticos quedará marcado como uno de los momentos más importantes de la historia de Catalunya, de España, y, sobre todo, de la relación entre una y la otra. Es un misterio, aún, qué dirán los libros de historia sobre los indultos dentro de cien años. Quizás serán vistos como una medida de gracia, paternalista y estratégica, que sirvió para apaciguar la voluntad de una parte de Catalunya. O, tal vez, algunos dirán – como ya dicen ahora -, que los indultos son una rendición ante las imposiciones del secesionismo.

Como a menudo ocurre con los acuerdos multilaterales, los indultos no convencen por completo a ninguna de las partes implicadas en las negociaciones que han conducido hasta aquí. Para ERC, los indultos son un avance parcial que sólo se vería completado con la amnistía. Para el PSOE, los indultos son una medida de gracia extraordinaria que les ha costado un buen puñado de votos. Para Unidas Podemos, los indultos sólo son una primera piedra hacia la construcción de un proyecto federal de estado. Para la mayoría catalana, son una medida que ayuda a encarar el trauma sufrido durante todos estos años, pero que no la disipa por completo. Nadie gana del todo, pero la suma de las ganancias por separado superan con creces los costes de no hacerlo. En eso coincide todo el mundo excepto la derecha española, anclada en una visión tardo franquista que todavía tiene adeptos dentro del estado de derecho, y un pequeño reducto del independentismo, los llamados “hiperventilados”, pues todavía queda gente que no acepta que se les engañó. Es, hasta cierto punto, comprensible. Duele al orgullo reconocer que te has tragado las mentiras de unos políticos que te prometieron el cielo en la tierra.

Y a pesar de todo esto, los indultos vienen a abrir un nuevo horizonte político para Catalunya, que afectará especialmente el comportamiento de las dos primeras fuerzas del Parlamento, ERC y el PSC. Los republicanos hacía tiempo que cocían a fuego lento un cambio discursivo y estratégico que les ha servido para desprenderse del chantaje emocional ejercido por Junts per Catalunya. Con los indultos, este viraje -que sin lugar a dudas les está dando resultados electorales, atendiendo a que es hoy Pere Aragonés quien preside la Generalitat -, se consolida. Para los socialistas, los indultos les deben permitir comenzar a distanciarse del bloque unionista para reencontrarse con el sentimiento catalanista que fue tan presente en su historia en tiempos de Maragall.

No sabemos qué dirán los libros de historia dentro de cien años, porque lo que digan entonces no tendrá tanto que ver con lo ocurrido hoy como con lo que estará pasando entonces. Lo que sí podemos decir hoy es lo siguiente: que los presos no deberían haber entrado en prisión. Que los delitos de sedición y de rebelión son una herencia ancestral de los tiempos cuándo los estados no se hacían llamar democráticos, tal y como lo consideran, al menos, diferentes jueces, tribunales y organismos europeos. Por lo tanto, lo mejor que podía pasar hoy es lo que ha pasado: que salgan libres. Que salgan libres aunque por convencimiento personal o por imposición de partido, no la hayan podido o querido pedir. Que salgan libres y que continúen defendiendo lo que han defendido en libertad. Y, sobre todo, que se abra paso la política.

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