La semana pasada traté de explicar, era difícil, cómo procedían los tres ramales del torrent de la Guineu. Todos ellos confluían en el passatge de l’Agregació, el primero junto a la actual plaça de Carles Cardó, de reveladora forma, y los dos siguientes a la altura de esta travesía con la rambla de la Muntanya, pegada en ese tris a la ronda del Guinardó.
Me preguntaba sobre el passatge de l’Agregació, pero este siempre me llevaba a terrenos cercanos, como el carrer del Centre, de nombre más bien absurdo, porque a priori denomina el núcleo de la urbanización emprendida por Salvador Riera desde 1894, cuando ejecutó una maniobra muy inteligente ante la inminente agregación de Sant Martí a Barcelona.

Según un mapa, el gran propietario urbanizó antes la zona próxima a su homónima plaza, una arteria hacia la montaña, en cierto sentido continuadora de la rambla Volart, el antiguo camino desde el Mas Viladomat, cuyo bautizo se debe al notario que firmó la exitosa operación. La calle vecina es Villar, apellido del primer arquitecto de la Sagrada Familia y responsable de la materia del municipio martinense.

La parte relacionada con el torrent de la Guineu aún no había sido delineada. Sólo el carrer de l’Art y Varsovia, entonces Teléfono, balbuceaban su recorrido. El tramo relativo a los dos segundos ramales mantenía su virginidad, algo asimismo debido a un cambio en la propiedad, pues en una Gaceta Municipal de 1928 nos informan de cómo Montserrat de Casanovas aceptó una expropiación para regularizar la plaça del Guinardó.
En una foto aérea de 1960 se aprecia un rectángulo irregular con mucha vegetación, sin aparente abundancia de bloques. La importancia del torrente en este perímetro se mide por cómo hasta en los años sesenta aún permanecía en el nomenclátor de la plaza, a la espera de decisiones, en marcha a nivel habitacional hacia finales de los años cuarenta, cuando hay breves de alquiler en los periódicos, y desde una perspectiva de transformarla a inicios de los cincuenta, cuando se trazan rasantes. Lo abrupto de sus altibajos es reconocible en la esquina con el carrer dels Periodistes, con un inmueble de fachada azul y balcones roídos, así como en la de la infinita Varsovia. Una puertecita en el escalafón más alto del ágora sugiere el transcurrir del cauce.

Por este punto transitaba el tercer brazo de la Guineu. A pocas decenas de metros el segundo casi colindaba con el carrer del Centre desde, más o menos, Vinyals con Varsovia. En Vinyals, perdonen la repetición, hay rastros de edificaciones más o menos modernas, y sólo en su lado opuesto, hacia la ronda, conserva patrimonio de raigambre. El carrer del Centre, algo típico en estas cuadrículas imperfectas del Guinardó, aturde en su descenso, bellísimo, hacia el passatge de Llívia.
Como mencioné no hace tantos párrafos, el carrer del Centre tiene números de haber sido uno de los últimos de la fila, y el origen de su nombre debería revisarse. Quizá era el centro di gravità permanente de su propietario; aquí comienzo una historia de desgracias con una conclusión.
El 24 de abril de 1927 falleció Jaume Domingo Sarroca, primer oficial del vapor Jacinto, maltrecho por su choque con el inglés Astor. El 25 de octubre de 1928 la necrológica irá para su madre, viuda de don Jaime Domingo, Dolores Sarroca y Sanz. Su hija, Carmen Domingo Sarroca, devino heredera junto a su marido, el ingeniero industrial, auxiliar práctico de los servicios técnicos municipales, Jacinto Planas Rosich, muerto, es una deducción, a principios de 1929. La pensión anual se cifró en dos mil quinientas sesenta pesetas.
Para corroborar mi intuición tengo un as bajo la manga. En la Gaceta Municipal del 17 de junio de 1929 se dispone que el responsable de los servicios técnicos municipales de la decimoquinta agrupación proceda al deslinde del torrent de la Guineu entre Vinyals y el carrer del Centre, propiedad de doña Carmen Domingo Sarroca.
Mientras escribo, debo tener la tarde fantasiosa, medito sobre si el centro responde al amor, como en la Eterna memoria de Camp de l’Arpa, donde la viuda de Peguera, más tarde casada con un Casanovas, homenajeó al esposo por los siglos de los siglos, amén. Otra posibilidad sería el centro de sus mínimas hectáreas, aún no concretadas, pese al tiralíneas esbozado en una carta de 1931, hasta después de la Guerra Civil, y muy a duras penas.
La actuación del primer ramal, sin tanta exuberancia, se desmarcaba de sus dos hermanos por la idiosincrasia de su itinerario y, como vimos, volaba hacia ellos adyacente al carrer de l’Art, desde mi criterio una insensatez por los bloques de pisos en esos porcentajes endiablados, con paso de aguas del arroyo, y una casi nula representación de villitas, símbolo de tardanza en lo edilicio sí, aunque también desdén por tesoros desaparecidos, cada vez más ausentes del Guinardó.
Este secundario de la función de hoy regaba las tierras de Can Vintró, en la plaça de Carles Cardó. La masía se ubicaba en un sitio excepcional, el carrer de la Garrotxa, sucesor de la carretera de Horta. Cerca, al fin, se unía el torrente. Nuestros dos héroes, desde la plaça del Guinardó y el carrer del Centre, se veían las caras hasta besarse en todos los morros con pegamento líquido en el passatge de l’Agregació, prosiguiendo hasta Carles Cardó, ajeno al barrio, otra prueba de la arbitrariedad con estos temas. Sin ir más lejos, con la excusa para mimarlo en la entrega venidera, el passatge de l’Agregació sólo es un recuerdo, reemplazado por Anna María Martínez Sagi, una sin sombrero a la catalana, más poderosa en sus facetas de poeta, periodista, sindicalista de la CNT, campeona de jabalina, directiva del Barça y olvidada como muchas mujeres valientes, no avanzadas, sino armónicas con su tiempo.

Su ímpetu no casa con el catolicismo de Cardó. Quitaron Agregació, un oxímoron, y rindieron honores a una joven vanguardista. No podemos objetar nada, al justificarse la muda por el carrer de l’Agregació, compuesto y sin su homólogo para enlazarse con Anna María. El divorcio afecta en la compresión del porqué del binomio, vinculado a su superación del torrent de la Guineu al conjugarse en la trama urbana, donde, de mica en mica s’omple la pica, el no tan riachuelo iba extinguiéndose, sus esparcidas parcelas cauterizadas, repletas de cemento para disminuir la prodigiosa molestia.


