
Este año, del 5 al 25 de julio, la manifestación —que tiene que convivir con una plétora de convocatorias, aplazadas desde hace meses— llega a esta cifra redonda bajo la dirección de Olivier Py, a quien lógicamente han renovado por un año más hasta 2022. Pese a todos los inconvenientes, la programación se presenta igual de ambiciosa y estimulante bajo el profético lema de Se souvenir de l’avenir (Acordarse del porvenir).
Entre los demiurgos invitados, se encuentran la madrileña Angélica Liddell y el valenciano Marcos Morau. La primera estrena Liebestod. El olor a sangre no se me quita de los ojos. Juan Belmonte, anunciado ya el año pasado, que se representa en el Teatre Lliure, en el marco del festival Grec de Barcelona, del 23 al 25 de julio. El segundo, una adaptación con su compañía La Veronal en el Patio de Honor del Palacio de los Papas de Sonoma, que se dio a conocer en el reajustado Grec barcelonés de 2020 y que clausurará el festival provenzal. Hemos hablado con los dos: con Morau, cara a cara, en la Bienal de Danza de Lyon; y con Liddell por correo electrónico, con unas respuestas que, como ya es habitual en ella, no dejarán a nadie indiferente.
“Nunca he entendido qué significa vivir. Me ha sobrado la vida, me he vengado de la vida. Si me quedaba algún resto de apego, ha desaparecido con la muerte de mis padres. Todo lo veo desde ese duelo, desde esa nada. Se ha destruido por completo cualquier partícula de vanidad, de ego. No queda nada”. Esta es la respuesta de Angélica Liddell (Figueres, 1964) a nuestra pregunta sobre su díptico Una costilla sobre la mesa, en sus versiones Madre y Padre, que evocan la muerte de sus progenitores con apenas tres meses de diferencia.
Las estaba escenificando a principios de 2020, con la ayuda de otros artistas como el cantante Niño de Elche, el realizador Oliver Laxe y el bailarín Ichiro Sugae, cuando el primer confinamiento obligó a suspender la gira mundial. Formaba parte de su nueva Trilogía del luto —Liddell acostumbra a agrupar de tres en tres sus trabajos conceptuales, a través de libros y espectáculos—. La gira se reemprenderá este otoño en Madrid, Ámsterdam y Montpelier, pero, por el momento, no visitará Jerusalén ni Nueva York, como estaba previsto.
Sin embargo, no parece tampoco que el confinamiento haya obligado a Liddell a cambiar en exceso el planteamiento de sus obras y de su vida. En un tono más esperanzador, nos habla de la génesis aplazada de Liebestod. El olor a sangre no se me quita de los ojos. Juan Belmonte, cuyo estreno en el festival de Aviñón estaba ya previsto el año pasado. “La diferencia es que ahora es la obra de una mujer enamorada. Eso lo cambió todo, se convirtió en una ofrenda y Juan Belmonte pasó a ser el eje. El confinamiento no ha influido en absoluto. Ha influido el tiempo; las obras se transforman gracias al tiempo. Una obra es igual a su cantidad de tiempo más experiencia de vida”.


