A veces soy consciente de la dificultad de comprender todo lo explicado sin pasearlo, la única forma de conocerlo. Como soy algo raro me ha dado por redescubrir las Barcelonas, haciéndolo con una voluntad de contar esas historias tan olvidadas, y por supuesto despreciadas por todos los Ayuntamientos, de los dictatoriales a los franquistas, demasiado ocupados en la poltrona sin pensar en la importancia de preservar la identidad de los barrios.

Estas letras son un alegato en torno a esto, porque sin la diversidad de cada una de las setenta y tres barriadas de Barcelona, en realidad son muchas más, perderemos la magia de nuestra ciudad federal, a mejorar con este sistema. Si fuera alcalde, nunca lo seré al amar demasiado mi cuero cabelludo y la felicidad de mi existencia, apostaría por un sistema en red, del barrio al distrito y de este a Sant Jaume, con el fin de potenciar políticas de máxima proximidad, desde las necesidades de los ciudadanos y la defensa del pequeño patrimonio.

Dicho esto, vayamos al asunto. La semana pasada vimos cómo el passeig de Maragall se comió la antigua carretera de Horta, cuyo tramo superviviente en el Guinardó se dedica hoy a la Garrotxa. La separación entre ambas calles, condicionadas por el torrent de la Guineu, es un pequeño sector de dos calles verticales y una horizontal: sus nombres son Sant Pere, Pare Roldós y Santa Joaquima de Vedruna. Podríamos añadir una cuarta, lo haremos, Bernat Fenollar, tan sólo existente en el nomenclátor desde otoño de 1980, cuando, con toda probabilidad, el derribo de un inmueble propició dar a esta senda del arroyo su lógica continuidad hacia la plaça de Maragall.

El pasaje de Bernat Fenollar desde plaza Maragall | Jordi Corominas

No adelantemos acontecimientos. Vayamos un poco más arriba. Una vez, en una clase de Historia de la Universidad, repliqué a un profesor con aquello “de repetir los conceptos es bueno porque es la forma de solidificarlos.”

Antes del carrer de la Garrotxa damos con el carrer de l’Oblit, tan olvidado como para aceptar convenciones sobre su bautizo, debido a una amnesia dentro la urbanización emprendida por Salvador Riera. Podría ser, pero ya vimos cómo Viñals se llamó durante unos años Desengaño, y los enlaces entre vías, asociándolas, es algo habitual en medio mundo.

En el Oblit se instalaron los padres mínimos desde diciembre de 1901, aunque sufrieron las iras del pueblo durante la Semana Trágica, y así fue como el templo, muy vecino al mercado, no se completó hasta 1917. Puso su primera piedra el Padre Roldós, quién dentro de poco volverá a estas páginas.

Mapa de 1962, en vermell el petit barri entre la carretera d’Horta i el passeig de Maragall

La iglesia, pude visitar la zona de su patio escolar hace pocas semanas gracias a la gentileza de una amiga y trabajadora, tiene un jardín espectacular, sólo frecuentado por los religiosos, reconocible en su inmensidad desde el carrer de Rubió i Ors, donde hace poco el Consistorio ninguneó Villa María, una de las más bonitas del Guinardó y ahora un mero recuerdo.

El barrio tiene muchas zonas verdes, pero que esa sea aprovechada sólo por los curas, perdonen la blasfemia, clama al cielo.

La influencia de los Mínimos en estas cuadrículas es notoria, y, como no podía ser de otro modo el nomenclátor lo refleja, en cierto sentido como una continuidad, pues ese intersticio entre la carretera d’Horta y passeig de Maragall, podríamos denominarlo barrio por su urbanización conjunta, tiene en su origen esta vitola de santidad, típica de los pueblos de antaño.

El recorrido iniciaría justo cuando el torrent de la Guineu se despedía de la plaça de Carles Cardó, arriba, y de Can Vintró, a su izquierda, en la casa de la curva. Arte termina, y a su derecha una pequeña línea recta nos invita a investigar. Tras cotejar infinitud de mapas uno de 1903 nos confirma la existencia del carrer de Sant Pere en ese punto de la cronología.

La calle de Sant Pere | Jordi Corominas

Es un lugar con aire a condena, cuando al formarse quizá soñó con rentabilizar su cercanía con la carretera d’Horta y los dones del agua. Su suerte es conservar alguna casita de la década de 1910, y poco más. Se encadena con Pare Roldós, entre Garrotxa y Maragall. Esta alteró su nombre en 1927, cuando desapareció San José, prueba indudable de lo mencionado con anterioridad en relación a una unidad de estos lares. Un magnífico muro sirve para comprender el itinerario de nuestro amado torrente. A su vera una desvencijada casa novecentista exhibe uno de los portales más curiosos de Barcelona, a preservar con urgencia pese a lo sordo de los oídos encargados de ello.

En el cruce de pare Roldós con Maragall puede apreciarse un bloque de pisos, datado según el catastro en 1940, y esa fecha nos conduce al habitual error de esta fuente. Una cosa es la finalización y otra la del debut de la construcción. No mucho más lejos, en Arte con Maragall, siempre en su lado montaña, la guía de la arquitectura racionalista de Barcelona incluye una vivienda, firmada por. La parte mar, los no barceloneses del texto disculparán el uso de este esclarecedor argot condal, tiene fincas posteriores.

La calle de Pare Roldós, al fondo, los Mínims | Jordi Corominas

Después de Pare Roldós, de modesta Historia, la siguiente vertical es Vedruna, con el añadido de Santa Joaquima desde 1983. Mi intuición me hace cavilar sobre otra alusión anterior al santoral, pero la web del nomenclátor municipal no se ha esforzado lo suficiente para auxiliarnos en nuestro cometido.

Cuando nació este barrio en miniatura, más pequeño aún que el de Romans, entre Gràcia i el Baix Guinardó, todo debía ser muy provisional. Lo confirmaría el cuarto elemento, clave en la prosecución de la Guineu: Bernat Fenollar, un poeta eclesiástico valenciano para dar el colofón a la ignorancia municipal sobre el territorio. Sería mucho más hermoso homenajear en su cachito al torrent del Guineu.

El ingreso del pasaje de Bernat Fenollar desde la calle Vedruna | Jordi Corominas

Su quilómetro cero huele a otra época, como si en algún instante hubieran querido ennoblecerlo. En los mapas comparativos del Institut Cartogràfic, donde se puede observar la evolución de toda Cataluña de 1946 hasta la actualidad, sus peripecias se ilustran por el tapón antes comentado. Cuando cesó, pudo crearse una callecita digna, arruinándose por una tapia con vistas inmundas. Justo enfrente sobrevive, pues esa es la expresión exacta, el mítico bar oasis, uno de los más surrealistas de la capital catalana, maravilloso si se quiere romper con lo normativo y buscar sorprenderse con la noche, porque la fiesta, más ahora tras la pandemia, merece ser disfrutada ajena a tanta homologación de turistas, gentrificación y horribles igualdades más pensadas para BCN que para Barcelona, como siempre la marca contra la ciudad, a recuperar por sus vecinos.

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1 comentari

  1. Gràcies per tota l’explicació. Molt interessant com totes. Sols voldria afegir que si et fixes i ho contrastes amb fotos de la pça Maragall de finals dels 20, la paret de maó que es veu a la paret de la dreta del carrer Bernat Fenollar, crec que es la mateixa i original que la de la casa que hi havia a finals dels 1920. Deurien aprofitar-la.

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