La Compañía, la radio y la memoria de todos nosotros

Cuando salgo de Artemis la estructura urbana me adentra en un caos, más remarcado, como he ponderado las últimas semanas, por abandonar un limbo de belleza e ingresar en una nueva fase del recorrido, con el torrent de la Guineu haciendo de las suyas. Hoy lo olvidaremos un poco al ser más importante situarnos ante esa plétora de caminos disponibles, como si Barcelona nos invitara a protagonizar uno de esos relatos de Elije tu propia aventura.

El adiós al pasaje nos coloca en Juan de Garay, una calle insípida como pocas, casi impuesta por las circunstancias. Hasta 1929 se denominó de Buenos Aires, pero ops, en 1900 un tramo unificador de la Diagonal con la antigua carretera de Sarrià se bautizó igual, y claro, los duplicados, bien numerosos tras las agregaciones de 1897, debían evitarse contra viento y marea.

Juan de Garay se amplió a posteriori hasta Felipe II, para completar las Barcelonas de posguerra, o si se quiere el nacimiento del barrio del Congreso Eucarístico, donde antes hubo masías. En el punto donde me hallo su presencia es un mero complemento al enfocarme más hacia el carrer de Biscaia, clave al discurrir paralela al curso fluvial, en pañales cuando se erigieron las casitas de Artemis.

A mi derecha se abre una senda recta y estrechita, enlace de Juan de Garay con Olesa y Campo Florido, el barrio de los Indianos. Se trata del passatge de la Companyia, uno de mis favoritos a nivel sentimental al usarlo como atajo cuando voy a Correos, una experiencia durante lo más árido de la pandemia, cuando en la plaça de las Havaneres se formaban larguísimas colas para enviar o recoger paquetes en la oficina sita en Jordi de Sant Jordi, existente como tal desde el 7 de marzo de 1939, pues antes se llamaba, más acorde con el conjunto, La Habana.

Según el nomenclátor, con ciertas semejanzas a las definiciones del diccionario de la RAE, esta travesía remite a una compañía ubicada en el lugar. No es mucho para empezar, o sí, al proporcionarnos una pista de indudable valor.

Cuando lo caminaba libre de investigaciones siempre me fijaba en su número 12, de curiosa fachada y con un pasajito interior. Lo busco en el catastro y este, siempre solícito, me informa de estar ante un edificio de 1924. El siguiente hito es acudir a la hemeroteca, algo complicado en esta tesitura porque lo de compañía despista. Tras acotar mejor la marcha por el laberinto canto Bingo. En 1923 un anuncio habla del 12 como una gran torre con huerto y agua propia. El propietario, además de mencionar sus cuarenta y cinco mil palmos, lo alquila a buen precio. Quizá el comprador fue Francisco Adelantado, quien en 1924 solicitó edificar tres casas de bajos. La documentación sobre este personaje, siempre cabía la posibilidad de tenerlo como artífice, es muy escasa, y sólo recoge un par de contusiones en la cabeza al haberse caído de su bicicleta cuando circulaba el 14 de julio de 1907, allons enfants de la patrie, por plaça Urquinaona, ese huevo frito indecente entre el Eixample y la ciutat vella.

Para resolver el enigma del origen debo centrarme en el otro lado del pasaje. Su número 15-17 tiene hechuras de fábrica y una longitud superior al resto. Es fea, gris y necesita una buena mano de pintura, aun así es el alfa y omega del todo. El catastro, a quien saludamos con alegría, la fecha en 1931, algo consecuente con la inclusión de esta vía en los mapas, donde aparece más o menos en ese instante.

Ante esto conviene ser precisos. La compañía, según breves de empleo comprendidos entre los años 50 y 60 del Novecientos, nos conduce a los talleres de Radio Universidad. A lo largo de los años la empresa reclama bobinadoras, aprendizas y muchachas duchas con el alambre. Pese a ser un profesional de las ondas, es uno de mis mayores placeres laborales desde 2009, confieso haber pensado más bien poco en la fabricación de los aparatos, y nunca podemos ningunear su trascendencia en el imaginario universal. En el barcelonés, catalán y español, lo de las trilogías siempre queda bien y así no se ofende a los tiquismiquis, impactó con una brutal contundencia hasta no hace tantas décadas. Además, la cronología nunca es casual, no deja de ser relevante dar con las primeras viviendas estables en el pasaje hacia 1924, cuando el invento de micrófonos con misterio y magia emitió sus primeros balbuceos desde el extinto hotel Colón de plaça de Catalunya.

No muy lejos, en ronda Universitat 1, Radio Universidad tenía la sede de su negocio, destacada, como no podía ser de otro modo, en la publicidad del periodo republicano, cuando los receptores te traían el mundo a casa.

A partir de esto quizá no estaría de más renombrar el passatge de la Compañía como de la radio, o al menos subtitular la placa, en Barcelona siempre carentes de contenido útil para entender los pasos pretéritos.

Hay más en este rinconcito, y nos transporta de nuevo a su quilómetro cero. Radio Universidad y esas casitas de 1924 debieron determinarlo en su morfología, asimismo marcada por dos factores. El primero es muy comprensible. Transita paralela a Concepción Arenal, la vieja carretera para hilvanar Barcelona con Sant Andreu, continuación casi directa de Freser. La segunda nos conduce a los amados mapas. Algunos se conforman con uno, como si así dieran con la evolución de las cuadrículas. Al disponer de muchos, y ser imprescindibles en mi afán detectivesco, puedo cotejarlos, y una guía urbana de 1955 me insinúa una variación.

El inicio del pasaje desde Juan de Garay con Biscaia es abrupto, produciéndose una ligera curva para encararlo. Antes, tras avanzar unos pocos metros, no era de una sola pieza, pues había un desvío, magnífico para acortar distancias, hacia Jordi de Sant Jordi. Más abajo, hacia Concepción Arenal, algunas cartografías dejan constancia de una tal villa Justina, normal si se quiere, aunque otro día, no dentro de mucho, prometo intentar averiguar el motivo de tanto nombre femenino en estas joyas, cada vez más ausentes por la labor de la piqueta.

Villa Justina, a diferencia de muchas masías de los aledaños, no dejó mucho poso en el barrio, y siempre hay una razón cuando un rastro se omite o desaparece como por arte de birlibirloque.

El pasaje de Villa Justina ni se intuye en el callejero contemporáneo. En la Gaceta Municipal del 8 de octubre de 1926, sección estadística y demografía, se incluye en el padrón a don Manuel Navarro Cortijo, señalándose Villa Justina con la letra H de Buenos Aires, futura Juan de Garay. La callecita, y la finca, debían ir al suelo.

Después arriba el silencio, no así con don Manuel. Estas barriadas, otrora rurales, siempre se han caracterizado por ser más bien de izquierdas, combativas, y deberían serlo más por el desdén de los Ayuntamientos, despreocupados con su mejora, salvo algún arreglo puntual, por no tener cámaras cerca. No es esa la cuestión del artículo. En otro del 8 de mayo de 1939 descubrimos cómo Manuel Navarro Cortijo y su mujer, María Martínez Melero, fueron detenidos por los actos bélicos de sus hijos e hija, Pedro, Andrés y Antonia, acusados de cien asesinatos en el frente de Caspe y veinte muertes en Barcelona. Como pueden imaginar, no es difícil sospecharlo, fueron víctimas de la Ley de Responsabilidades Políticas, vengativa, retroactiva y todo lo contrario a la reconciliación entre ciudadanos de un mismo país. Sus nombres, como tantos otros, figuran en el elenco de la amnesia. Recuperarlos desde el estudio del urbanismo debería trasladarnos a meditar sobre cómo barrer con lo anterior a nuestra era, hasta reducirlo a menos que añicos, es un peligro a evitar. Nuestros predecesores deben ser recordados, y con ellos el hábitat donde muchas nobles ideas perecieron, pues el espacio no sólo nos acompaña en lo cotidiano al gozar de la capacidad de configurar esperanzas colectivas., brindándolas al futuro. Barcelona, pese a ser la Rosa de Foc, ha matado con estrépito el legado anarcosindicalista, y con ello la mitad de su Historia, no sólo bañada de burguesía, más bien forjada por esfuerzos y anhelos de la clase trabajadora.