Miren la foto, acompáñenme por Biscaia

Hoy la suerte nos sonríe. Una fotografía aérea realizada a mediados de los años cincuenta allana muchísimo la comprensión espacial del artículo de hoy, como siempre estas semanas en los dominios del torrent de la Guineu, aquí metido de lleno en el barrio de Navas, algo esquizofrénico en su trazado por la mezcla de vías forzadas del Eixample y caminos antiguos adaptados a los tiempos modernos, sobre todo urbanizados, como Concepción Arenal o la Meridiana, vieja carretera de Granollers y sólo moldeada como horror automovilístico, estos últimos tiempos algo paliado, a partir de 1955, acentuándose la división fronteriza entre Camp de l’Arpa y Navas con el Clot.

El otro día mi obligación era presentaros el passatge de la Companyia para fijar su Historia, desviándome un poco de la lógica, algo por otro lado normal, pues en un paseo los estímulos no están siquiera a la vuelta de la esquina, te envuelven si observas y entiendes todo el entorno.

El punto encrucijada es Juan de Garay con el carrer de Biscaia, existente como tal desde 1942, cuando Lope de Vega perdió un tramo cuantioso de su traza. Desde esta perspectiva mis ojos admiran ese rebosar de naturaleza, regado en silencio por el arroyo, y la belleza de un lugar rural, medio despoblado, inmerso en el mundo de ayer hasta después de la Guerra Civil.

Poco después de concluir la misma se dio inicio a la Urbanización Meridiana, trascendente en la reformulación de la zona, con sus casitas con jardín surgidas de las políticas José Antonianas del primer Franquismo. Su autor, Mariano Romaní, contribuyó con esmero como arquitecto de cajas de ahorro, destacándose por su Isla Elizalde junto a passeig de Sant Joan y el conjunto de Sant Antoni Maria Claret con rambla Volart, sucesor del Mas Viladomat.

Antes de la Urbanización, embellecida como toda la vegetación durante la pandemia, brilla una placita repleta de verde. En la toma des del aire no amenaza transformarse en más cemento, es un jardín, y así prosiguió cuando aterrizaron las familias, muchas de ellas pertenecientes a miembros del sindicato vertical y trabajadores del tranvía, con otro agrupamiento en un pasajito más distante, el del Arquitecte Millàs.

En este triángulo, esa es la etimología sugerida por el nomenclátor, jugaron los niños del barrio. Desde 1981 se bautizó como la de la Mainada. Una vez la descendemos conviene precisar cómo el torrent de la Guineu casi abraza a Biscaia en su línea recta, y quizá ese es el motivo de verla tan huérfana de inmuebles, algo enmendado, más o menos hacia 1960, con la excepción de la clásica finca franquista de finales de los cuarenta y principios de los cincuenta, enfocada a la Meridiana.

Este vacío contrasta con Navas de Tolosa, prima donna de ambas y beneficiada al ser limítrofe con el Camp de l’Arpa. En ese rozarse hay fusiones esperpénticas, como en el ángulo de esta avenida con Coll i Vehí, donde unas viviendas de los setenta chocan con una de 1927 en Navas, una hermosa y nulamente sinfónica combinación de extraños, por lo demás razonable, como probaré de desgranar en el siguiente párrafo.

Camp de l’Arpa es la resistencia, y, si exceptuamos la manzana de Navas colindante al passatge d’Artemis, muchas de las construcciones con más solera de esta calle en homenaje a una batalla de 1212 se hallan como si protegieran a esa barriada laberíntica, más conocida en la actualidad por el carrer de Rogent, uno de los más agradables de Barcelona, y casi me da miedo registrarlo por pavor a la gentrificación.

El otro lado es, en cambio, una miscelánea de tanta especulación, con alguna nota positiva. El centro más importante era el Cuartel de la Guardia Civil, reconocible en un planisferio de 1931, si bien sólo inaugurado en 1944. Lo desmantelaron en 2007 para ofrecer al barrio una manzana multiusos, con viviendas sociales, interior ajardinado, un kindergarten para remediar esta carencia y el centro cívico, con dirección en el passatge del doctor Torent, con una r, un cirujano popular por su labor contra varias epidemias de cólera en 1854 y 1865.

El galeno figura en el callejero condal desde 1925, y uno se pregunta con mucho sentido el porqué de su supervivencia, cuestionándome incluso su nacimiento. Todo obedece, no a una conspiración judeo-masónica, sino a su conexión interrumpida con el torrent de la Guineu. Cuando este fue tapado el pasaje se amplió hasta Biscaia. Sin embargo, hay otra clave. Si se observa la peculiar alineación de las calles, comprobaremos como las paralelas auténticas son Concepción Arenal y la Meridiana. En la foto Sant Antoni María Claret e Industria ya han progresado en el rompecabezas por culpa de la Fábrica Costa y Font, de Francesc Mitjans, entonces el rabioso presente, y la anomalía de las Casas Boada, hoy sólo un pasajito, donde Industria confluye con Navas.

Si bajamos un peldaño veremos cómo Camp de l’Arpa, una heroína contra el imperialismo del Eixample, impide el tiralíneas dictatorial de la herencia Cerdà, con el pobre ingeniero libre de cargos por tanta obstinación. Eso provoca una cesura, arquetípica por estos lares. Las hermanas en paralelismo de Sant Antoni Maria Claret e Industria son Doctor Torent y Josep Estivill, esenciales para la fluidez mientras proporcionan más enlaces hacia Biscaia.

Lo divertido del texto de hoy es una fantasía mental. Mientras escribo mi recuerdo está en Biscaia, pero si os fijáis es como ese personaje de las novelas, muy frecuente en los diálogos e invisible en la tinta porque es protagonista, sin estar es la fuente de nuestros desvelos.

Así os hablaba de Navas y mis zapatos se desgastaban en Biscaia. La perversión de mi cerebro, por alterar el significado, la contempla en su rectitud como el torrent hacia el mar, y si así es la arboleda alumbrada por el sol es la responsable, sin duda alguna. Una amiga opina que mi exaltación en sitios más bien feos obedece al entusiasmo por estudiarlos, porque según ella carezco de principio de realidad, lo objetivo de cómo es un rincón cuando ignoras todo del mismo.

Podría ser. Biscaia se cierra con una iglesia, la de Meridiana para la mayoría de barceloneses, quienes quizá podrían desperezarse un poco y visitar más los barrios abajo este marginado de paralelos y diagonales, especiales, mejoradísimos en lo estético, hablaremos pronto de sus justas quejas, e independientes, felices por el desdén de sus semejantes de la ciudad.

Este templo se ubica en la plaça de Ferran Reyes, desaborida porque nunca la pensaron para honrar a su condición. Era la salida, o la llegada, de uno de los tres inmundos puentes de la Meridiana, único lugar de tránsito hacia Clot o la Sagrera. La primera de estas desgracias, muy futurista en su escalinata, iba de Aragón hasta el carrer Meridional, en nuestro siglo otro secreto bien guardado por su hilera de casitas coloreadas. La segunda de la plaça del Doctor Serrat hasta el carrer de la Muntanya, en su trecho más excéntrico, a conservar pese a estar programado más flora, probablemente un jardín, desde el Plan General Metropolitano de 1976.

El puente de Ferran Reyes se aliñaba con San Juan Bosco, la pajarita, firmada por Ricard Sancho y Francesc Escudero, felliniana y delirante. Vislumbrarla en los setenta, cuando la Meridiana era una pesadilla, debió ser surrealista, y no exagero.

Miro hacia el metro de Navas, consecución, como el de Sagrera, de cierta unidad en la urbanización del territorio con las viviendas del Congreso Eucarístico en el horizonte. En su boca, al fondo, una valla determina una quiebra. El torrent de la Guineu acecha al ver en peligro su simple memoria, resguardada en el milagro de su homónima calle y casi liquidada en una plaza inventada por los vecinos, en previsión un bloque de diez pisos del BBVA. A pocos metros muchas mañanas la cola del hambre al lado de un centro social corta el respiro.