La cara oculta de China. Una década en el corazón del gigante asiático es el título del libro que ha publicado el periodista Isidre Ambrós en la editorial Diëresis. La década a la que se refiere es la que ejerció como corresponsal de La Vanguardia en Pekín y Hong Kong. En píldoras de tres o cuatro páginas, nos acerca curiosidades históricas y actuales, informaciones políticas y sociológicas de este inmenso país de 1.400 millones de habitantes que parece predestinado a ser pronto la primera potencia mundial. Concluir que después de leer el libro ya entendemos qué es China y su gente quizás es excesivo, pero seguro que hemos aprendido mucho sobre lo que se conoce como “el gigante asiático”.
¿Cómo se gesta La cara oculta de la China?
Al poco tiempo de estar allí pensé que se podía hacer un libro que explicara historias de la gente, no de geopolítica o economía. La mayoría de historias que cuento las saco de conversaciones con mi ayudante, de observar cómo funciona y se mueve la sociedad china en su día a día y de notas a pie de página de los medios de comunicación chinos, que luego sigo, investigo. Algunas son historias actualizadas de temas que en su día había publicado en La Vanguardia. Por ejemplo, la historia de los niños estigmatizados por ser hijos de padres delincuentes o asesinos que están en prisión. Cuando fui a hacer el reportaje me encontré niños donde el más pequeño tenía meses o un año y los grandes, 14 o 15 años. Ahora, al escribir el libro, me costó mucho conectar con las personas que gestionaban entonces esa localidad que había acogidos a aquellas criaturas para preguntarles qué había sido de ellos. Todas las historias están actualizadas.
¿Cómo y cuando llega a China como corresponsal de La Vanguardia?
Llegué cuando se terminaron los Juegos Olímpicos de verano de 2008 y estuve hasta 2015 y luego fui a Hong Kong. Mi mujer estaba muy cansada de Pekín porque tenía todos los problemas que tenía yo y ninguna de las ventajas que tiene ser periodista. El problema era que te vigilaban, te seguían segundos en qué lugares, tenías el teléfono pinchado… Y coincidió con que La Vanguardia cambió su sistema informático, lo mejoró pero se me hacía imposible conectar con el diario. No sólo tenía que saltar la ‘muralla de fuego’, como llaman ellos al sistema de bloqueo informático chino, sino que tenía que conectarme a la intranet de La Vanguardia. Necesitaba dos VPN, que permiten enmascarar desde donde te conectas, que es como trabajan todos los periodistas extranjeros, incluso para chatear con disidentes. Y no lo conseguía. Para seguir en Asia, la alternativa era irme a Tokio, Seúl o Hong Kong. Hong Kong había sido la sede histórica de La Vanguardia en Asia y fui allí. Era el sitio natural, porque me permitía seguir estando en China, pero sin la censura del régimen. Antes, yo ya telefoneaba mucho a Hong Kong para hablar con analistas para que me informaran sobre la actualidad china. La prensa oficial siempre es cuestionada y la realidad es que antes, cuando los chinos querían transmitir algo en el mundo, pasaban por la prensa de Hong Kong. Ahora no tanto. Los disidentes, los buenos analistas, estaban allí. En Pekín también los hay, pero no quieren hablar con extranjeros. Es por todo ello que cuando propuse al diario trasladarme a Hong Kong no fue difícil convencerlos.
El problema como periodista era que te vigilaban y tenías el teléfono pinchado.
¿Diría que después de diez años de vivir en Pekín y Hong Kong ha entendido qué es China y porqué es como es?
Los entiendo un poco más que antes. Sólo un poco y como consecuencia de haberme esforzado por dejar de lado el hecho de que nosotros vamos con una visión muy eurocentrista y eso hace que no los entendamos. También es cierto que ellos llevan muchos años estudiándonos, aprendiendo de nosotros, nos analizan mucho, y, en cambio, nosotros no hemos hecho ningún esfuerzo por entenderlos. Ellos se mueven por el principio que llaman de ‘perder la cara’, que significa ser avergonzados en público, ser humillados. Por ejemplo, si abucheas a un chino él considera que eres tú el que está ‘perdiendo la cara’, que pierdes las formas y haces el ridículo delante de todos. Esto nosotros no lo entendemos. Cuando te salen por peteneras y no te acaban de contestar, te sonríen y se van, no te dicen directamente ‘no lo sé’, te dicen que lo van a mirar y no vuelven… es por eso, para no ‘perder la cara’. Son gestos, detalles, que nosotros, los occidentales, no nos preocupamos de entender, y así nos va.
¿Nos entienden más ellos a nosotros que nosotros a ellos?
Sí. Hace muchos años que están estudiando a Occidente. Ellos salen de muy abajo y quieren llegar al top del desarrollo. Quieren volver a ser el Imperio del centro, y esto quiere decir está en el meollo del Primer Mundo, con Estados Unidos y Europa. Se da esta contradicción de que quieren ser como Estados Unidos pero con características chinas.

¿Qué explicación tiene para que China siga siendo una dictadura cuando la democracia impera en la gran mayoría de países?
El caso de China quizás se podría decir, para entendernos, que es como una especie de franquismo. Existía antes, pero se pone de manifiesto a partir de la matanza de Tiananmen, en junio de 1989. El partido garantiza desarrollo y bienestar a la sociedad a cambio de que los dejen mandar. “Usted no se meta en política y yo le garantizo desarrollo y bienestar ad infinitum“. Desde las guerras del opio de 1850 hasta 1980, los chinos están fuera de juego. Está el emperador, unos mandarines y un pueblo analfabeto que se muere de hambre. Cae el emperador, hay una década de altibajos, de guerras internas y de inestabilidad política y después, en los años 20, se crea el Partido Comunista y comienza la batalla entre los comunistas y los nacionalistas del Kuomintang. Están en plena batalla por el poder hasta que los japoneses invaden China a principios de los años treinta del siglo pasado y entonces se ponen de acuerdo para echarlos. Hacen una pausa en su guerra civil y se ponen a luchar contra los japoneses hasta terminar la segunda guerra mundial. Cuando termina reanudan la guerra civil hasta que gana Mao y crea la República Popular.
Todo este tiempo, el pueblo se ha muerto de hambre. Cuando gana Mao, con El Gran Salto Adelante, siguen muriendo de hambre millones de personas, y después con la revolución cultural mueren más millones, pero los chinos están agradecidos a Mao porque, por primera vez desde que cae el emperador, tienen un país unificado y todos trabajan para reconstruirlo. Para simplificarlo, primero comen caliente una vez al día, después dos veces al día, después tres… todos trabajan por el bien del país, es el desarrollismo español. En vez de Seat 600 tienen bicicletas. Tienen trabajo, tienen un televisor y ven series chinas y también surcoreanas, tienen coche, una casa más o menos acomodada, pueden moverse dentro del país, viajar como los occidentales… Tienen un país que va hacia arriba. “Me han dado paz y bienestar. ¿Qué más quiero?”, piensan la mayoría de chinos.
El régimen chino se puede comparar con el franquismo: El partido garantiza desarrollo y bienestar a cambio de que les dejen mandar.
Pero en 1989 se produce la revuelta de Tiananmen, reprimida violentamente la noche del 3 al 4 de junio. Había gente descontenta con el régimen.
Fue la primera vez que el Ejército Popular se enfrenta al pueblo pero allí es donde se hace este pacto: “Desarrollo y bienestar a cambio de que ustedes no se metan en política y a mí déjenme mandar”. En pueblos muy pequeños tienen una especie de democracia donde todos votan, pero no es el caso general. Muchas veces yo les preguntaba si no querían tener unas elecciones como las nuestras, votar, con dos o tres candidatos, dos o tres partidos… Mi ayudante y traductora, que tenía unos 28 o 30 años, me respondió un día que porque tenían que querer varios líderes. “Nosotros queremos uno, que sea fuerte y que mande. No queremos que haya unos cuantos, que se peleen por el poder y que pierdan el tiempo. Queremos una persona que mande y que funcione”. También es verdad que un país muy grande, con 1.400 millones de personas, no debe ser nada fácil de gobernar. Hay un dicho antiguo, que ellos siguen diciendo y que tiene mucho sentido: “Las montañas son muy altas y el emperador está muy lejos”. La región de Xinjiang, por ejemplo, está a unas cuatro horas en avión de Pekín. Hong Kong está a cuatro horas y media de Pekín, como de aquí a Moscú o Helsinki. ¿Qué sabemos nosotros de lo que está pasando ahora mismo en Moscú o Helsinki? Pues lo mismo se puede decir de Pekín y Urumqi, capital de Xinjiang.
¿No se puede repetir un Tiananmen? En uno de los reportajes del libro explica que cuando llega el aniversario del 3 de junio, la plaza se llena de vigilancia
Nunca se sabe. El gran miedo que tiene el Partido Comunista es el desorden social pero, dicho esto, la población no está por la revuelta. A los disidentes los conocíamos nosotros, la prensa extranjera, pero en China nadie sabe quiénes son o sólo muy poca gente los conoce; los amigos y familiares y para de contar. El régimen los ha anulado perfectamente.
El gran miedo que tiene el Partido Comunista chino es el desorden social, pero la población no está por la revuelta.
¿Hay disidentes?
Sí, pero pocos y aislados. Entre ellos se conocen y están en contacto. Cuando se acerca el aniversario de Tianamen u otras fechas señaladas los cogen y o bien los ponen en arresto domiciliario o les obligan a “ir de vacaciones” a la otra punta del país para alejarlos de Pekín. No hay una oposición organizada. El partido tiene facciones, pero Xi Jinping se ha encargado de desmontarlas. El único movimiento que había, y el Partido Comunista lo consideraba una oposición potencial, era la secta de Falun Gong, que como se manifestaba en Pekín y era capaz de convocar gente, el régimen comenzó a perseguir a sus miembros, expulsarlos, declararlos ilegales… hay representantes de esta secta en Hong Kong, donde hacen un periódico, pero ahí se acaba todo.
Las diferencias sociales existen. Hay ricos y pobres. Aquí vienen muchos chinos porque se supone que creen que se pueden ganar mejor la vida que en China.
Vienen porque allí no salen adelante. Tras la muerte de Mao es Deng Xiaoping quien dice la famosa frase de que “enriquecerse es glorioso y unos lo harán antes que otros”. Hice un reportaje sobre la creciente clase media en el que pregunté a una pareja con un niño pequeño como habían hecho su dinero. El padre contestó que tenía una pequeña empresa de seguridad, de alarmas, que había puesto en marcha en los años 90, porque, según él, entonces sí que se podían hacer negocios y no había tantas leyes como ahora, pero que ahora si quisiera empezar desde cero le sería imposible porque piden muchas cosas, se deben cumplir muchos reglamentos. “Ya no puedo hacer tantos trapicheos como antes”, vino a decir. Hay gente con mucho dinero, pero luego hay una clase media cada vez mayor, que ya empieza a sufrir los mismos quebraderos de cabeza que tenemos los occidentales: La vivienda se está encareciendo, la sanidad no es gratuita, los hijos tienen clases de refuerzo y los sueldos son como los de aquí. Hace siete, ocho años, un sueldo medio no llegaba a los mil euros. El turista chino que vemos aquí (antes de la Covid, claro) es de clase alta, son hijos de empresarios y de gente del partido, gente con dinero y el futuro asegurado.
Hay unos 460 millones de personas agradecidas al sueldo y al trabajo del partido.
El partido es un chollo.
El partido tiene, hoy, 92 millones de afiliados. Más que la población de Alemania. Si contamos tres personas por hogar, padre, madre e hijo, significa 276 millones de personas agradecidas al sueldo y al trabajo que, directa o indirectamente, les ha facilitado el partido. Personas que en caso de crisis defenderán el establishment. Si cuentas a los padres y los suegros son 460 millones de personas.

La discreción de la que hablaba de los chinos también se constata aquí. Los chinos que conozco nunca se definen sobre la política de su país, no critican que sea una dictadura.
Viven en su burbuja, no leen prensa china, lo único que miran es la televisión, y sólo les interesan los culebrones. Antes eran muy aficionados a los de Corea del Sur. Ahora ya no estoy tan seguro. Cuando comenzó la Covid hablé con un amigo chino y le pregunté cómo estaba la situación en China y si la Covid había provocado muchos muertos. Me dijo que “tú has vivido en China, ya sabes que las cifras…”. Uno de los problemas cuando estás allí trabajando de periodista es que te encuentras muy aislado. Te llega la noticia, por ejemplo, de que se ha inmolado un monje tibetano y cuando preguntas por ello te dicen que el vecino de un hermano suyo tiene un amigo que le ha dicho que sí. Te lo puedes creer o no. No tienes forma de contrastar la información. El único modo es a través de la prensa oficial, de la gente del gobierno, y el régimen es muy duro y no deja pasar ni una. Como en el franquismo. Por ejemplo, un día puedes ver como en plena calle cogen a un chico que reparte octavillas, se le echan cuatro hombres encima y se lo llevan en un coche negro con los cristales tintados. Nadie hará nada. La gente lo tiene muy claro.
Los responsables de las cifras estadísticas chinas han reconocido más de una vez que están manipuladas.
El primer reportaje del libro se titula “Wuhan, año 1 de la pandemia”. Cuando estalló la pandemia usted ya no era corresponsal. La imagen que se ha dado es que China fue eficaz en controlarla. ¿Nos podemos fiar de las informaciones que nos han llegado desde allí?
Primero la gente te dice “ponle un cero de más”. Al final te mueves por la intuición periodística. Si tienes una ciudad de 12 millones de habitantes, como es Wuhan, que es un centro logístico importante, capital de la región donde se concentra gran parte de la industria automovilística del país, con un tráfico fluvial y terrestre importante, y de repente comienzan a construir, a toda prisa, un par de hospitales de urgencia para tenerlos acabados en una semana, tu sentido común te dice que algo está pasando. Si en Barcelona, que tiene cinco o seis hospitales buenos, dignos, te dicen que empiezan a construir dos hospitales, uno en la Zona Franca y otro en Badalona, de mil o dos mil camas “porque ha aparecido una enfermedad que no tenemos controlada”, te preocupas.
Sobre el tema de las cifras, los mismos responsables de la Oficina Nacional de Estadísticas han dicho más de una vez, en ruedas de prensa, que saben que las provincias manipulan los datos y las elevan para conseguir los objetivos fijados y que a ellos no les queda más remedio que trabajarlas para ponerlas en su contexto. Te están diciendo que las cifras tienen, como mínimo, dos manipulaciones. Que el propio responsable de estadística te reconozca que las cifras están maquilladas, te crea muchas sospechas. Hay un tercer elemento a tener en cuenta, en China funciona el Hukou, que es el permiso de residencia. Tú tienes el permiso de residencia para estar en tu ciudad y sólo puedes trasladarte a vivir a otra ciudad con otro permiso de residencia. La empresa donde vas a trabajar te tramita este permiso y así tú y tu familia podéis acceder a la educación pública, la sanidad pública, etc… si no, no puedes acceder a estos servicios y tienes que ir por la vía privada, pagándolo todo de tu bolsillo. Mucha gente se traslada de ciudad en busca de una vida mejor y acaba trabajando en la construcción o en puestos de trabajo precarios y no se da de alta en la ciudad ni obtiene un permiso de residencia. No lo sé a ciencia cierta pero sospecho que podría haber gente que cogió la Covid pero que no fue al hospital por miedo a que le pidieran los papeles y acabó muriendo en casa. Pero esto sólo es una suposición.
Con las cifras que tenemos, ha muerto más gente en Cataluña que en China.
Las cifras se tienen que subir un poco pero es verdad que cuando se pusieron a ello, se lo tomaron en serio. He hablado con extranjeros que viven en Wuhan y me han explicado que las condiciones se cumplían rigurosamente: había una persona por familia que iba a comprar una vez al día y punto, o te llevaban las cosas a casa y que nadie se movía. Nada de “ahora bajo a pasear al perro” o “me he dejado la barra de pan y vuelvo a bajar a buscarla y vuelvo en cinco minutos”. La verdad es que cuando se ponen son eficientes. En Hong Kong me caducó el permiso de residencia el día antes de volver a Barcelona y tuve que firmar un papel diciendo que me había olvidado de renovar el permiso y pagar una multa de unos cien euros. La vigilancia es absoluta.

¿Funciona allí la vigilancia facial?
Asia es diferente en este tema. En Corea del Sur, que es una democracia desde los años ochenta, con partidos que ganan y pierden elecciones, con una presidenta del Parlamento que defenestran por corrupción y un año y medio después ya está juzgada, condenada y en prisión cumpliendo la condena, no son tan quisquillosos como nosotros en la cuestión del sacrificio de las libertades individuales. Con el tema del control del móvil para entrar o salir de un sitio o comprobar si tienes la Covid o si has estado con algún contagiado, nosotros ponemos el grito en el cielo diciendo que atenta contra nuestra libertad individual, en Corea del Sur, Japón, Tailandia o China, lo ven como un sacrificio menor si salva vidas. De acuerdo que en China está todo el mundo controlado pero, por ejemplo, en Corea del Sur y Japón el hecho de que el Estado te tenga el móvil más o menos “controlado” no les gusta pero lo dan por bueno si con ello evitan el contagio y salvar su vida y la de su familia.
La lengua suele ser una barrera difícil de superar para los extranjeros que van a China y también para los chinos que vienen a vivir y trabajar aquí. ¿Hasta qué punto complica la comunicación y el entendimiento entre unos y otros?
Es muy complicado. Ellos usan ideogramas, conceptos. Y además, están los tonos. El sonido “ma”, por ejemplo puede significar caballa o mama o si va al final de la frase equivale a una pregunta que te hacen. Yo, por ejemplo, cuando hablaba con la gente según como lo pronunciaba me identificaba como un periodista o como un coche. Ahora bien, dicho esto, ellos no tienen, pasado, presente o futuro, todo se hace añadiendo partículas o verbos auxiliares, por lo que la comunicación no es nada fácil. Tampoco para ellos.
¿Trabajaba con una traductora?
Para trabajar, sí. Cuando iba a comprar, de vacaciones o a comer o cenar en familia, iba sin traductor. Yo llegué a escribir unos sesenta caracteres. No pasé de aquí. Para hablar aplicaba lo que decía el periodista Miguel Ángel Bastenier cuando explicaba que él no hablaba idiomas sino que los imitaba. Yo intentaba hacer lo mismo, imitarlos. Mi mujer habla chino. Yo lo hablo más de supervivencia, para defenderme. Otra cosa es mantener una conversación larga.
De todos los pueblos asiáticos, el chino es el más parecido al español en cuanto a anárquico y espontáneo.
¿Ellos hablan inglés?
Los jóvenes, sí. Y hablan bastante español. Les gusta bastante. Diría que de todos los pueblos asiáticos, el chino es el más parecido al español en cuanto a anárquico, espontáneo. Ante un mostrador para pedir algo no se pondrán como los alemanes en fila de uno; se te pondrán 10 o 12 ante el mostrador intentando todos ser el primero.

Que China se convierta en la primera potencia mundial superando a Estados Unidos, ¿es una cuestión que debería preocuparnos? ¿Qué consecuencias tendría?
Aquí hay muchas teclas que tocar. Una cosa es la cultura occidental y otra la oriental. Los sentidos tanto espiritual como materialista de Oriente y Occidente no son los mismos, ni mucho menos, y no lo serán nunca. Por otra parte, es evidente que ellos son la primera potencia en cuanto a población: son 1.400 millones de personas. Por cifras de desarrollo económico también es muy fácil que lo logren. Otra cosa es con respecto a los avances tecnológicos y de innovación. Esto ya es más complicado. Ellos están exportando productos a todo el mundo y nosotros estamos compitiendo con ellos a nivel de salarios. Exportan productos bien hechos, de buena calidad, a unos precios muy competitivos y eso hace que nosotros, occidentales, para mantener la competitividad estemos rebajando o ajustando mucho los salarios. Además, los europeos estamos muy integrados y tenemos una moneda común y un banco central que dicta unas políticas que pueden favorecer más a unos países que a otros de la Unión Europea; ellos, en cambio, tienen su Banco Central, su moneda, y su máquina de hacer dinero. Los europeos, estamos ajustando continuamente con la inflación y el déficit para no dispararnos y a ellos eso no les preocupa, aunque tienen un endeudamiento de más del 250 por ciento.
No creo que sean ningún ejemplo de modelo económico. Lo que pasa es que tienen desarrollado a nivel de siglo XXI lo que es la zona costera (Tianjin, Pekín, Shanghai, Nanking, Hong Kong, Cantón), pero te vas cien o ciento cincuenta kilómetros hacia dentro y te trasladas a la España o la Europa de los años ochenta o noventa. Y luego tienen medio país por hacer, para construir autopistas, aeropuertos, infraestructuras… Tienen un colchón para generar mano de obra y riqueza por lo menos para treinta o cuarenta años, dependiendo de la velocidad con que quieran desarrollar esta parte del país. Por magnitudes tienen que ser la primera potencia económica del mundo. Pero ellos no son invasivos, como lo eran los imperios occidentales de Alemania, Inglaterra, España, Portugal, Estados Unidos, Holanda… Los occidentales siempre hemos ido a conquistar territorio enviando ejércitos. Ellos envían productos, envían mano de obra a África y a América del Sur y cuando ya están construyendo envían a alguien del partido para que quede claro que aquello es chino. Lo que quieren, en definitiva, es influencia y que ello repercuta en poder, que se reconozca su papel de imperio del centro del siglo XXI.
China quiere que se le reconozca su papel del imperio del centro del siglo XXI.
¿Espera grandes cambios en el país en los próximos tiempos?
Políticos, no. Me esperaba más cambios antes. Cuando subió Xi Jinping, a finales del año 2012, creía que seguirían una estela más de aproximación al sistema democrático occidental pero ha hecho al revés, ha plegado velas, está muy fuerte, ha eliminado oponentes, adversarios. Tras la muerte de Mao, existía el acuerdo tácito de que el presidente de China lo fuera durante dos mandatos, diez años. Xi Jinping llegó al poder en 2012 y cuando renovó, en 2017, se cargó el sistema de los dos mandatos y la jubilación forzosa. Su segundo mandato termina en marzo del 2022. El próximo Congreso del Partido Comunista Chino, en octubre, es importante para ver si señala a algún sucesor o se consolida como secretario general del partido y presidente del país para un tercer mandato. Él no tiene previsto irse a casa. Creo que habrá una consolidación del sistema autoritario chino, o dictadura, dile como quieras. Y veremos qué pasa con Taiwán.
El sueño de Xi Jinping es que exista otra vez el imperio del centro y que sea reconocido como el líder que trabajó por la unificación de la gran China, que significa recuperar Taiwán. China celebrará el centenario de la República Popular en 2049. Oficialmente, en 2047 Hong Kong acaba su régimen de autonomía y pasará a ser totalmente china. Ahora ya lo es pero pasará a serlo oficialmente, administrativamente, técnicamente. Macao lo será en 2049. Si la idea es que en 2049 toda China esté unificada, significa que tienen hasta 2049 para que esta isla, que el régimen de Pekín llama “la isla rebelde”, vuelva a la madre china. Curiosamente, el Partido Comunista chino con quien se entiende mejor ahora es con el Kuomintang, el partido nacionalista chino contra el que luchó y que se fue a Taiwán y creó la isla independiente. Este partido, sin embargo, no es independentista. Lo es el Partido Democrático Progresista que ahora gobierna Taiwán. Yo siempre he dicho que con los nacionalistas del Kuomintang está todo hecho para que Taiwán vuelva a China y el único problema es encontrar un cargo y una silla para el líder de este partido en el Comité Central del Partido Comunista.
El país funciona y, mientras funcione y mejore la renta per cápita de la gente, no hay motivos para que caiga el régimen.
¿Y nada más?
El régimen es suficientemente opaco y poco transparente como para que puedas adivinar si caerá o no. Tampoco nadie se esperaba que cayera el de la Unión Soviética y cayó. De momento, el país funciona y, mientras funcione y mejore la renta per cápita de la gente, no hay motivos para que caiga el régimen. Lo que estamos viendo es más bien lo contrario; que China no es el único país donde las libertades individuales y democráticas van hacia atrás, sino que esto también está ocurriendo en Occidente. Y esto es un hecho, como mínimo, inquietante.


