Teresa Echeverría es enfermera y coordinadora asistencial de Urgencias de noche del Hospital Clínic de Barcelona y miembro de la Comisión de Violencia Intrafamiliar y de Género de este centro hospitalario, creada para atender de manera integral a las personas víctimas de violencia sexual y machista. Echeverría explica que vivir bajo violencia machista y sexual empeora mucho la calidad de vida de las personas y las enferma, ya que puede generar la aparición de enfermedades o el empeoramiento de otras, así como cambios de comportamiento en el cuidado de las enfermedades. Explica que hace falta una mayor formación del personal sanitario para atender a las mujeres víctimas de este tipo de violencia, pero también recursos. “Los documentos existentes hablan de cómo se debería trabajar, pero los trabajadores no tienen recursos suficientes para hacerlo y esto resulta muy frustrante e induce que, a veces, se hagan actuaciones erróneas”, señala.
¿Cuando se creó la Comisión de Violencia Intrafamiliar y de Género? ¿Quién forma parte?
La Comisión funciona institucionalmente reconocida desde el año 2000, ya hace 21 años. El hecho de que se reconociera oficialmente es una cuestión relevante porque, de hecho, ya existía desde 1992, pero costó ocho años que todo el trabajo que hicieron los profesionales de urgencias -porque esta es una iniciativa de urgencias- se consolidara y diera suficiente entidad para que fuera reconocida oficialmente como una comisión más del Hospital y se le diera un trato igualitario. Las enfermeras, médicos y trabajadoras sociales de urgencias, entre otros profesionales, tuvieron un papel muy activo y consciente desde hace mucho tiempo en la creación de esta comisión. Actualmente, atendemos cada año unos 500 casos de violencia sexual y casi 200 de violencia machista.
En la Comisión participan, pues, varios perfiles profesionales.
Sí, se intenta que sea absolutamente transversal dentro del Hospital. Está compuesta esencialmente por personal de urgencias, porque es desde donde se han ido detectando las agresiones y la violencia de forma más clara, tanto en el caso de violencia de género, relacional o afectiva como en el caso de violencia sexual, de la que el Hospital Clínic es hospital de referencia desde el año 1994. Por lo tanto, una gran parte de las personas que forman la Comisión trabajan en urgencias, pero se encuentran todos los departamentos de asistencia hospitalaria integrados, es decir, forman parte todas las especialidades médicas, enfermería en diferentes vertientes, trabajo social, psiquiatría, laboratorios… no se excluye ningún departamento porque, incluso un servicio tan técnico como un laboratorio participa, por ejemplo, en la búsqueda de tóxicos. Todos los departamentos tienen alguna tarea asignada. Al ser una Comisión que existe desde hace tantos años, ha evolucionado de manera paralela con todo el conocimiento del fenómeno de la violencia machista y sexual y con el hecho de que ésta sea estructural y esté tan arraigada en la sociedad. Todo esto lo hemos ido incorporando a nuestro protocolo y, a pesar de que es un protocolo fantástico, aún tiene sus deficiencias. Por eso tenemos un grupo de incidencias que las evalúa.
¿Qué riesgos para la salud conlleva ser víctima de violencia machista o de violencia sexual?
Vivir bajo violencia es un factor de riesgo para la salud de las mujeres. Empeora la calidad de vida de las personas y las enferma. En este sentido, vivir bajo violencia es un estresor brutal, al igual que vivir una guerra, y puede generar la aparición de enfermedades o el empeoramiento de otras, así como cambios de comportamiento en el cuidado de las enfermedades. Pero el problema es que no existe esa conciencia de la relación entre la violencia machista y sus consecuencias en la salud. Es una relación que hay que visualizar, y esto implica una actividad muy proactiva por parte de los sanitarios. Institucionalmente, donde se ha dado un gran paso para atender este tipo de violencias es la atención primaria, mientras que la atención la hospitalaria es el gran reto que tiene. Estudiar a fondo la relación entre violencia y salud está todavía pendiente dentro del ámbito de la salud. Se habla de los servicios de salud casi como si fueran un servicio social, pero desde el sistema sanitario debemos visibilizar que la violencia machista y sexual está empeorando la calidad de vida de las mujeres y su salud. Este es un gran reto que tenemos desde el sistema sanitario.
¿Cómo funciona vuestro protocolo en los casos de violencia machista?
En el caso del protocolo de violencia machista, la detección es muy compleja y, en estos momentos, aún la estamos desarrollando. Las pacientes vienen explícitamente para manifestar que han sido víctimas de una agresión física. Es muy difícil que si están ingresadas por otras patologías manifiesten esta relación con la violencia, entre otras cosas por eso mismo que comentaba, que no hay una conciencia de la relación entre violencia y salud. La estancia media en el hospital de una persona víctima de violencia machista no supera la semana. Se trata de una detección proactiva, sobre todo en el ámbito de urgencias, ya que hace muchos años que trabajamos en este tema. Se activa un protocolo de trabajo social y de salud, para conocer en qué situación está la persona y qué recursos necesita. En este sentido, es importante poder romper con el aislamiento, decirle a la persona que entendemos su situación y que estamos aquí para ayudarla en todo lo que podamos.
¿Y en el caso de la violencia sexual?
El protocolo es mucho más complejo. Somos el centro de referencia en la ciudad de Barcelona en cuanto a la violencia sexual; esto quiere decir que todas las agresiones, abusos y casos de acoso nos llegan a nosotros, por lo que se activa todo un circuito muy complejo. La mayoría de mujeres que atendemos son de un perfil joven, de entre 16 y 35 años. Nuestro protocolo activa una serie de intervenciones biopsicosocial: la persona que atendemos será visitada para estudiar sus riesgos biológicos, evaluar su estado de salud, ver cómo podemos tratar las lesiones en caso de que tenga, hacer una intervención psicológica y, socialmente, dotarla de los recursos necesarios para contactar con su familia o con algún tipo de institución, el consulado, por ejemplo, si se trata de una estudiante de Erasmus, o los recursos para hacer una denuncia en el caso que lo quisiera. En el caso de las menores, entonces entraría todo el sistema de protección del adolescente.
Trabajamos en red, es decir, con todo lo que son las entidades relacionadas de forma externa con nuestro circuito para garantizar una mayor coherencia. Esto quiere decir que trabajamos, por ejemplo, con el SEM, los Mossos d’Esquadra, la guardia urbana, la medicina forense y con jueces y fiscalía. Intentamos conectarnos para comparar experiencias, visibilizar casos de conflicto y resolverlos.
¿Cómo funciona el programa de seguimiento?
Después de pasar por todas estas evaluaciones físicas, psíquicas y sociales, la persona atendida puede entrar a los programas de seguimiento. Tenemos, por un lado, un seguimiento de las secuelas emocionales por el impacto de la agresión, en el marco del programa de choque postraumático, y, por la otra, un seguimiento por el tema de las infecciones, para garantizar que haya un control sobre el riesgo de padecerlo. La duración del seguimiento depende de muchos factores. Dependiendo del tipo de contacto, si es de riesgo alto, medio o bajo, puede durar entre tres meses y un año en el caso de las infecciones y, en el caso del seguimiento emocional, normalmente dura entre seis meses y un año, dependiendo también del impacto psicológico y de otros factores como el acompañamiento familiar y social.
La carga social que tenía antes haber sido víctima de este tipo de violencia se ha suavizado, pero todavía hay mucho sentimiento de culpa.
¿Durante los últimos años han aumentado las agresiones y casos de violencia sexual? ¿O es que ahora hay más casos que se notifican?
Yo creo que el dato del aumento de agresiones es muy cualitativo y transmite poca información. La violencia sexual es estructural y, según la OMS, el 30% de la población adulta es víctima en algún momento de su vida. Nosotros estamos llegando a muy poca gente. En los últimos cinco años ha habido un incremento muy alto de la demanda de visita, que valoramos muy positivamente. Esto no quiere decir que haya un incremento de las agresiones, sino de solicitudes de ayuda. Para decir que hay un incremento deberíamos superar este 30%, pero la violencia sexual y la violencia machista siguen siendo una lacra absolutamente oscurecida. Hemos aumentado el número de atenciones, eso sí. Bajaron durante la primera ola de la pandemia, durante el confinamiento más estricto, pero ahora, que cada vez se está abriendo más la capacidad de interacción con los pacientes, estamos llegando a los niveles del año 2019.
¿Se ha normalizado más el hecho de pedir ayuda?
Sí, se puede decir que cada vez hay más conciencia de que el hecho de sufrir violencia sexual y machista no es responsabilidad de las víctimas, sino que es un comportamiento delictivo de una persona, mayoritariamente hombres, que no respetan las mujeres, esencialmente. En este aspecto, la carga social que tenía antes haber sido víctima de este tipo de violencia se ha suavizado, por lo que permite que las personas que lo han sufrido vengan a solicitar ayuda por este hecho. Pero todavía hay mucho sentimiento de culpa.
¿Cómo afecta emocionalmente el hecho de sufrir una agresión sexual o machista?
Si bien es cierto que la agresión sexual tiene un componente de riesgo físico muy importante, el emocional es brutal. Y lo es en todos los casos. Incluso en casos de acoso. Según cómo se haya manifestado el acoso puede generar una marca emocional muy importante, que hay que trabajar, porque sino, a la larga, puede provocar una alteración del comportamiento y la forma de vida de la persona. Se ha de entender la dimensión real que tiene el hecho de haber sufrido violencia sexual, no pensar que porque no te hayan llegado a hacer daño físicamente es más leve. El impacto emocional se produce sobre la seguridad de la persona, su autoestima… son muchos los aspectos que se mezclan. En el caso de la violencia machista pasa lo mismo. Tiene un impacto emocional que altera el modo de vivir de la persona. En el caso de la violencia machista, las mujeres toman un rol defensivo, están constantemente en alerta y defendiéndose sistemáticamente de todo, y eso consume muchísimo a las personas. Las secuelas, incluso, pueden aparecer meses después. Se producen pequeños cambios en el comportamiento que van calando con la persona. Por ejemplo, si fui agredida en un lugar, no volveré a pasar por allí. También se produce todavía un sentimiento de culpabilidad. Las personas, para intentar entender porque nos ha pasado algo, lo justificamos culpabilizándonos. Pero se trata de un problema estructural. Y por eso hay que hacer mucho trabajo de divulgación aún, para que las mujeres vean que no han tenido nada que ver con lo que les ha pasado.
Hay muchas mujeres que deben superar dos cosas: la violencia machista y la violencia institucional.
Las cifras de denuncias todavía son bajas.
Sí, porque es un proceso durísimo. Y lo es también porque hay un problema estructural en el sistema judicial. Los jueces habitualmente no están formados y se convierten en juzgadores sociales. Las mujeres pasan por todo un calvario, porque se las cuestiona y se duda de la veracidad de lo que cuentan. Ver cómo el sistema es cómplice puede desincentivar la denuncia. Los jueces están dictaminando por valores personales basados en una ley patriarcal antiquísima. Hay muchas mujeres que deben superar dos cosas: la violencia machista y la violencia institucional.
El proceso de denuncia requiere, antes que nada, mucha estabilidad, y por eso la persona necesita tiempo para asimilar lo que le ha pasado, entenderlo y afrontarlo. Requiere mucha energía y trabajo. Siempre se debe hacer con garantías, con un buen apoyo legal, con profesionales que sepan de lo que están hablando y, sobre todo, hay que tener mucha fuerza personal y apoyo familiar o de gente que te acompañe durante todo este proceso.
En cuanto a los profesionales de la salud, ¿falta formación en la atención a las víctimas de violencia sexual y machista?
Falta capacitación. Con el Plan del Estado han destinado mucho dinero para formación, pero, además de formación, necesitamos recursos. La formación se debe hacer para capacitar a los profesionales para intervenir con garantías y seguridad, porque muchas veces los profesionales no intervienen porque no se sienten seguros en su actuación. Por ello deben estar formados y capacitados, para atender mejor a las víctimas. Necesitamos recursos, actuaciones creativas, más tiempo para poder discutir casos entre compañeros y ver cuál es la mejor solución, para red … Los documentos existentes hablan de cómo se debería trabajar, pero los trabajadores no tienen recursos suficientes para hacerlo y esto resulta muy frustrante e induce que, a veces, se hagan actuaciones erróneas.
¿Cuáles son los errores más frecuentes?
Tu intervención la tienes que hacer siempre desde una perspectiva profesional, que implica neutralidad. Pero las víctimas muchas veces no tienen este trato neutral, sino que pasan por el filtro de los valores personales de los profesionales. Yo diría que lo más frecuente es el paternalismo, que a veces implica incluso que te digan: ‘Venga, si has aguantado esto, puedes con todo, mujer’. El paternalismo no estimula positivamente, sino que es angustioso y confuso. Por eso tenemos que profesionalizar mucho nuestra intervención.
Igual que para atender a una persona con diabetes debes conocer la enfermedad y el comportamiento del paciente, aquí debes comprender el fenómeno, que es un problema estructural.
¿Cuáles son las claves de un buen acompañamiento?
En mi opinión, básicamente, el respeto, la empatía y la complicidad, en el sentido de que el trabajo se debe hacer de forma acordada y la evolución debe ser compartida. El acompañamiento y seguimiento del caso requiere todas las actitudes básicas para empoderar la persona y ayudarla a resolver su problema. Y, por decir algo, esto es igual que en la diabetes. No es excepcionalmente complicado. Lo que pedimos por las víctimas de violencia machista es el mismo que para cualquier otra persona. Así, igual que para atender a una persona con diabetes o cualquier enfermedad crónica debes conocer la enfermedad y el comportamiento del paciente, aquí debes comprender el fenómeno, que es un problema estructural, el comportamiento de las víctimas y tu papel de apoyo y ayuda.
¿Como se puede trabajar en la prevención de la violencia sexual y machista?
La prevención está muy ligada a aspectos que están poco potenciados en estos momentos, como la salud escolar, que es un servicio que tiene el sistema público de salud. Los centros escolares deberían tener programas de detección en las escuelas, donde los chicos y chicas se pasan tres cuartas partes de los días. Tener buenos programas de intervención y de abordaje en red es clave, pero esto siempre es complejo. Evidentemente, los valores estructurales y sociales deberían cambiar en muchos aspectos, se deberían potenciar mucho los valores del respeto y la igualdad. Los valores sociales deben rectificar urgentemente y el mejor lugar para hacerlo es la educación, porque es desde donde se puede prevenir este tipo de violencia. Aquí también juega un rol importante la atención primaria, que debe llevar a cabo un papel muy proactivo. Al final, todos los chicos pasan por la primaria y el pediatra tiene un papel clave. También la figura de la enfermera escolar.
¿Hacen falta servicios de larga duración?
El proceso de recuperación requiere recursos y una mayor inversión en casas de acogida o de readaptación estaría muy bien. No sólo hay que pensar en la emergencia, sino en el largo plazo. Pero desubicar las personas de sus medios y entornos a veces tampoco es bueno. Los recursos deberían estar diseñados en función de las necesidades de las mujeres, y por eso hay que preguntárselo a ellas. En primer lugar, yo creo que se deberían crear espacios donde ellas participaran, porque al final son las que mejor conocen la situación en la que se encuentran. Lo importante es conocer lo que ellas quieren y necesitan. Por lo tanto, deberían ser servicios bastante interdisciplinarios.
Con el desconfinamiento, las mujeres vuelven a salir a la calle, que es algo que los agresores no soportan; el hecho de que lo público entre en sus vidas.
¿Cómo ha afectado la pandemia en las mujeres que sufren violencia machista y, especialmente, el confinamiento domiciliario?
Durante la primera ola de la pandemia hubo más ocultismo y más problemas que las mujeres pudieran acudir a los centros sanitarios. Ahora estamos volviendo a tener la confianza por parte de las personas que sufren agresiones de este tipo, pero la difusión que el hospital no era un entorno seguro fue terrible e impidió que muchas mujeres vinieran a visitarse, porque consideraban que podían infectarse y contagiar a su familia. Muchas dejaron de venir por eso. Socialmente, la pandemia ha implicado todo lo que implica el aislamiento. Las mujeres han estado en una situación de mayor estrés que nunca, por el tema del control y la negociación con el agresor. Con el desconfinamiento, el índice de agresiones y asesinatos de mujeres ha aumentado muchísimo. Se ha producido un efecto de descontrol, y la emoción agresiva también está a flor de piel. Las mujeres vuelven a salir a la calle, que es algo que los agresores no soportan; el hecho de que lo público entre en sus vidas.
Supongo que las crisis económicas como la actual tampoco ayudan.
Sí, esta es una situación muy complicada. Hay más paro y dependencia que nunca, y esto va en contra de la recuperación. Por eso es importante escucharlas y que ellas nos digan que es lo que necesitan.


