Los meses de agosto y julio son, para mucha gente, la promesa de un descanso merecido después de un año de trabajo y, este año, ha sido una necesidad expresada por la mayoría. Hacer vacaciones es un derecho laboral de las trabajadoras y trabajadores sin dejar de percibir un salario. Este derecho, a pesar de ser una obligación legal, ha cambiado mucho en la práctica, sea por carencias económicas o por precariedad de las condiciones laborales y baja calidad de vida.

Según la encuesta de calidad de vida publicada por el IDESCAT, un 30,6% de la población de Cataluña no puede permitirse unas vacaciones. En cuanto a los hogares con hijos dependientes, el porcentaje asciende a 32,9%.

“No hacemos vacaciones, incluso el mes de agosto me produce angustia. No es sólo por la situación actual de pandemia, sino por los gastos que vienen: inicio de curso, comprar libros, el cumpleaños de mi pequeño… La economía no es la misma. Espero que la situación mejore el próximo año para todos”. Es lo que explica la Carolina, madre de un niño y cabeza de familia monoparental. Su experiencia es el resumen de muchas otras.

Gemma, por su parte, explica que “nosotros nos podemos permitir el lujo de salir una parte del mes, porque tenemos una segunda residencia familiar compartida y no hacemos gasto extraordinario. Pero tenemos que hacerlo así. Viajar no podemos, somos cuatro y todo se multiplica. Aun así, no me puedo quejar”. Ella trabaja en unos laboratorios. Ricard, su compañero y trabajador de Telefónica, destaca que “un mes entero de vacaciones, a pesar de tener ambos trabajos estables, no nos lo podemos permitir. De todos los períodos de vacaciones priorizamos el del verano y algún año, de forma extraordinaria, podemos hacer alguna escapada. Las cosas se pueden hacer, pero no alegremente”, dice.

Según la encuesta de calidad de vida publicada por el IDESCAT, un 30,6% de la población de Cataluña no puede permitirse unas vacaciones

En cuanto a los hogares sin hijos, el 28,2% no puede permitirse unas vacaciones mínimas de una semana. Sergi ha estado en paro de larga duración y ahora trabaja en un plan ocupacional, vive solo y se define como “un tipo elegante y con clase”. Explica que lleva los últimos nueve años sin hacer vacaciones. “Los primeros cinco años porque era autónomo en un negocio de restauración, y esto se traduce en no hacer vacaciones, directamente. Los otros cuatro años, porque he estado largas temporadas en paro y, después, cuando he encontrado trabajo, era de una calidad económica miserable, a pesar, por ejemplo, de trabajar en uno de los museos más visitados y con más beneficios de la ciudad de Barcelona. Por el hecho de tener todos los servicios subcontratados, yo sólo recibía el 40% de lo que pagaba el Ayuntamiento. Es decir, no he hecho vacaciones por motivos económicos, básicamente”, explica. “Mis vacaciones han consistido en no ir a trabajar o no buscar trabajo durante unos días, pasear o ir a museos, no da por más. ¿Si pudiera? ¡Claro que iría!”.

Roser, profesora de arte jubilada, expresa que “más que hacer vacaciones, lo que intento es romper rutinas. Tampoco hago todo el mes, sino unos días. No me gusta demasiado ir a lugares si no es para un proyecto cultural muy concreto o para ver amigos y amigas. Me gusta salir a la naturaleza, lo más cerca posible, para no contaminar y por Covid. Como jubilada, también tengo muchos compromisos, y necesito romper las rutinas. Todavía tengo responsabilidades familiares y de cuidado. Si me lo puedo permitir, me gusta ir al mar. Las vacaciones son un lujo y me reconozco ciertos privilegios”, admite.

En una situación similar a la del Sergi se encuentra la Neus. Ha trabajado en el extranjero en producción teatral durante unos años, pero actualmente se encuentra en situación de desempleo de larga duración, con pequeñas colaboraciones para buscarse la vida. Explica su situación: “Hace años que, debido a la precariedad laboral, no tengo un mes de vacaciones pagadas. ¿Quien realmente puede permitirse el lujo de pagarse vacaciones tal como las entendemos? Es decir, irse de casa, viajar, cena o comida fuera cada día, comprar cosas absurdas … Yo ‘tengo’ vacaciones, pero no el dinero para hacerlas. Sencillamente no trabajaré durante quince días. Como mucho, iré a ver a mis padres un fin de semana allí donde veranean. Estando en intermitencia laboral, es imposible plantearse otra cosa y, en todo caso, si puedo permitirme un extra, tengo que ahorrar para pagar el alquiler”.

En este contexto, las vacaciones, como derecho irrenunciable al tiempo de descanso, es un ideal para muchas personas. Isabel, miembro de la Plataforma de Familias Monoparentales, expresa que “gracias a los descuentos que se aplican a las estancias en albergues de la Generalitat, muchas familias monoparentales podemos disfrutar de vacaciones, las únicas que hacemos”. Otras madres cabezas de familias monoparentales son contundentes. Flor dice que “nunca, no me lo puedo permitir” y Anna añade el miedo por la situación pandémica: “Aún no estoy vacunada y, además, económicamente estoy fatal”.

“Durante el último año, hemos tenido mucha más demanda de apoyo”, declara Sira Vilardell, directora general de la Fundación Surt, que trabaja con mujeres en situación de vulnerabilidad. “Es evidente que hay un claro crecimiento del riesgo de pobreza de las mujeres y, especialmente, de las cabezas de familia monoparentales. Es necesario que las políticas económicas, sociales y de empleo -y, de hecho, todas deberían tener un enfoque transversal- se desarrollen desde una perspectiva de género y de la diversidad “.

La realidad de las familias monoparentales es, también, un buen reflejo de la situación de lo que se ha denominado como pobreza laboral, que afecta a un 16,9% de la población trabajadora. Mónica es administrativa y tiene dos hijos de 8 y 5 años. “Hacía más de dos años que no hacíamos vacaciones, porque no nos lo podíamos permitir. Este año hemos podido disfrutar de tres noches de albergue”. Nimue, trabajadora al 061 y madre de un hijo adolescente, vive con sus padres. Hace una reflexión: “Revisando las nóminas, he visto que, en los últimos cinco años, he perdido poder adquisitivo y con la pandemia, más. No iremos a ninguna parte, porque la economía no nos lo permite. Aunque tengo 15 días de vacaciones por convenio, iremos improvisando sobre la marcha”. Cristina, también madre de un hijo y trabajadora a la sanidad, declara que “desde que tengo a mi hijo, hace 18 años, no he tenido nunca el mes completo de vacaciones, aunque en septiembre haremos cinco días de ruta por Cantabria modo low cost“.

Un 5,2% de los hogares no pueden permitirse disponer de ordenador personal, y esto afecta el teletrabajo y el seguimiento escolar

Vacaciones, condiciones de vida y privación material

La renta media neta de los hogares por persona es de 14.170 euros anuales y, si se segrega por sexo, las mujeres tienen una renta de 13.891 euros anuales, mientras que los hombres de 14.460. El umbral de la pobreza se sitúa en 11.365 euros anuales.

Maite vive en pareja y tiene dos hijos, es trabajadora en una entidad del Tercer Sector y, proveniente de la empresa privada, dice que “ahora trabajo más a gusto, pero nos vamos fuera máximo una semana porque el sueldo no da para más. Los salarios son bajos y las cosas esenciales son caras. Además, aunque no te vayas fuera, tienes más gasto, porque haces más actividades con los niños”.

Los gastos de vivienda y energía son los gastos principales para muchos hogares. La pandemia ha agravado la tasa de riesgo de pobreza, que es del 26,3%. Según la misma encuesta, de condiciones y calidad de vida en Cataluña, el retraso en los pagos de gastos relacionados con la vivienda principal se da en el 12,6% de los hogares y el 9,4% no puede permitirse mantener vivienda a una temperatura adecuada -en plena ola de calor o, este año, también con el frío y la vida confinada-. Otro dato crucial en esta pandemia hace referencia a la brecha digital: un 5,2% de los hogares no pueden permitirse disponer de ordenador personal, y esto afecta el teletrabajo y el seguimiento escolar.

Entre los diferentes indicadores de bienestar y progreso social, destacan la privación material severa, la tasa de riesgo de pobreza en el trabajo, la tasa de desempleo, la esperanza de vida, los problemas mentales y el exceso de peso en la población infantil. Todos estos indicadores hacen referencia a la calidad de vida. Si bien de forma directa tiene que ver con la vivienda y la energía, también tiene que ver, de forma cotidiana, con la alimentación y la salud. En este sentido, cabe destacar el hecho de que un 2,4% de los hogares no pueden permitirse comer carne, pescado o pollo al menos cada dos días o que el 35,9% de la población infantil presenta un sobrepeso. La salud mental, que ya se considera parte de la pandemia, presenta un crecimiento, amortiguando en las personas adultas respecto a anteriores crisis económicas -que no sanitarias- y ya afecta a un 19% de la población. Aún más importante es el aumento de los problemas de salud mental en la población entre 4 y 14 años, que representa un 10,6% -un crecimiento del 3,2% respecto al año anterior-. Desde una perspectiva de género, cabe destacar, además, que en esta situación las mujeres han dedicado, de promedio, el doble de horas al cuidado de la familia y el hogar que los hombres.

Un 2,4% de los hogares no pueden permitirse comer carne, pescado o pollo al menos cada dos días y el 35,9% de la población infantil presenta sobrepeso

En el estudio Juventud, Covid-19 i desigualtats se destaca que el 68% de los y las jóvenes que ya eran vulnerables antes de la pandemia han visto empeorada su situación, y ha habido un retroceso del 39% entre los que no eran vulnerables anteriormente. Entre las causas se encuentra el paro juvenil y las dificultades económicas de los hogares en los que conviven. El 32% de las y los jóvenes encuestados reportaban que su hogar podría resistir sin ningún ingreso sólo dos meses, el 17% tan sólo un mes y el 16% tenía que recurrir a ayudas económicas de familiares.

Sergi Raventós, miembro de la Red Renta Básica, reivindica la posibilidad de una Renta Básica Universal y Incondicional. “Disponer de una RBUI aumenta el grado de libertad, y esto podría implicar también el hecho de poderse permitir unas vacaciones. La gente con menos recursos materiales es a la que más le afecta la carencia, y ello con la RBUI podría mejorar sustancialmente. Las vacaciones son también un tema de salud, de descanso. Estamos hablando de un derecho”.

Así, nuestra realidad social en tiempos de Covid nos lleva a las imágenes de aquel film titulado “Barrio”, dirigido por Fernando León de Araona del 1998, o de algunas de las películas de Ken Loach, en las que se ha querido retratar una realidad social y una forma de sobrevivir en el mundo. Su denuncia ya era una realidad que ya tenían muchas familias antes de la pandemia, y que ahora está afectando más allá de la marginalidad que no queríamos ver.

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