Marta Cinta fue una bailarina de ballet clásico que se hizo muy popular en las redes hace unos meses porque se transformaba escuchando El Lago de los Cisnes. Vivía sentada en una silla de ruedas porque el Alzheimer que padecía le impedía moverse, pero cuando sentía la obra de Tchaikovsky, cientos de recuerdos la atravesaban y la hacían volver a sus años encima de los escenarios. Pisó los más importantes del mundo: Cuba, Nueva York, Madrid… Pero el Alzheimer le hizo pasar los últimos años de su vida a una residencia. Allí, sus cuidadores la grabaron entregada a la música y moviendo el cuerpo como si todavía estuviera en sus días de gloria.

La reacción de Marta es un ejemplo de los efectos de la música en cualquier persona. Como llega directamente a las emociones, la musicoterapia la aprovecha para mejorar los síntomas de quien padece Alzheimer. Sin embargo, en España la musicoterapia es una técnica en evaluación, por lo que, si bien existen publicaciones relativas a esta práctica, actualmente no tiene el apoyo del conocimiento científico y el Ministerio de Sanidad no avala su eficacia.

Ante esta realidad, los musicoterapeutas reivindican su papel y defienden que no se trata de escuchar música ni de placer o evasión, sino de un proceso pautado por un profesional que mejora los síntomas de la enfermedad. “Los musicoterapeutas usamos la música en directo con fines concretos y, aplicada correctamente, llegamos de manera directa a las necesidades de los pacientes”, asegura Manu Sequera, musicoterapeuta y cofundador de Huella Sonora Musicoterapia.

Manu Sequera con uno de sus pacientes | Cedida

¿Cómo afecta la música a la capacidad cognitiva y la motora?

La musicoterapia es un tratamiento cada vez más consolidado en el campo de la neurogeriatria. La ciencia ha comprobado que ayuda a gestionar ciertos comportamientos para que activa muchas áreas de cerebro a la vez. Según Sequera, “la música, como estímulo, activa el cerebelo, la corteza promotora, la motora, la visual, la auditiva… Ningún arte estimula el cerebro de manera tan global como la música”.

Percibir la música significa emoción, y ésta depende de estructuras neuronales. En los últimos años, se ha demostrado que escuchar y producir música potencia la integración de los sentidos. Un hecho tan anecdótico como la piel de gallina activa las cortezas órbita frontal y cinglada, que son las responsables de la respuesta emocional. Cuando se activan, se inhibe el circuito del miedo y se alejan también la culpa, la vergüenza o la rabia.

El hipocampo se hace más pequeño con el Alzheimer, por lo que, con la enfermedad, todo lo que depende de él, se atrofia.

José Enrique de la Rubia, doctor en Farmacia e investigador principal de la Universidad Católica de Valencia, explica que el origen del deterioro está en el hipocampo, donde se ubican la memoria y las emociones: “El hipocampo se hace más pequeño con el Alzheimer, por lo que todo lo que depende de él, se atrofia. El Alzheimer también aumenta el cortisol, que cuando está muy alto perjudica el hipocampo “, explica de la Rubia. Y añade: “Si el hipocampo está dañado, no puede ordenar en el hipotálamo y la hipófisis que dejen de producir las hormonas que aumentarán el cortisol”, concreta, en lo que parece un pez que se muerde la cola.

¿Cómo se organiza una sesión de musicoterapia?

Mónica de Castro, musicoterapeuta y fundadora de Singular Música y Alzheimer, utiliza la audición, el canto, los instrumentos, los juegos o la improvisación durante sus sesiones. “Con las personas que, además de tener una demencia, tienen una artrosis, por ejemplo, trabajamos con los instrumentos. Superan el mal que sienten y se animan a tocar los instrumentos, y se activa así un circuito de recompensa a sus cerebros”, apunta.

Del mismo modo que Sequera, de Castro también asegura que para promover cambios físicos, cognitivos o sociales, las sesiones deben estar dirigidas por un profesional. Pueden durar entre 45 y 55 minutos en pacientes en fase leve y unos 15 minutos en pacientes en fase avanzada. Pero lo más importante es que se sientan cómodos. “Hay quien sonríe y hay quien sigue durmiendo o quien sigue cantando. Lo más gratificante llega cuando, al terminar, se acercan a mí y me dicen que han disfrutado mucho”, comenta.

Manu Sequera se dirige a una de sus pacientes durante una sesión | Cedida

Banda Sonora Vital: la tecnología a los pies de la terapia

Cuando se inicia un tratamiento de musicoterapia en un paciente de Alzheimer, es esencial conocer la biografía del paciente y su historia musical. El psiquiatra Rolando Benenzon, uno de los padres de la musicoterapia, la definió como Identidad Sonora. Esta depende, según Benenzon, del desarrollo cultural e incluso de los nueve meses que las criaturas son dentro del útero materno.

Para facilitar el trabajo de los musicoterapeutas, un grupo de ingenieros de tecnología musical de la UPF, en Barcelona, ha creado Banda Sonora Vital, una herramienta que permite crear una lista de reproducción de la música favorita, que vendría a ser como un Spotify, pero de los pacientes con Alzheimer y a disposición del trabajo de los musicoterapeutas. Felipe Luis, uno de sus miembros, asegura que su intención era aportar a este mundo y facilitar una herramienta útil y gratuita.

Por los beneficios físicos, psicológicos, emocionales y cognitivos que ha demostrado esta técnica, expertos y musicoterapeutas trabajan para que la musicoterapia se convierta en un grado universitario (actualmente es un máster). Los motivos los tienen claros: los pacientes de Alzheimer pueden olvidar muchas cosas de sus vidas, pero la música les acompañará hasta prácticamente el final. Y mientras tanto, no todo está en curar, sino también en cuidar.

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